domingo, 28 de febrero de 2016

Disfraces

Por las calles camina un animal extraño: no mira de frente, sino cabizbajo, tecleando en el móvil, y a veces musita algunas palabras, como para sí mismo. Parece Mariano Rajoy, que no quiere hablar tampoco con nadie, ni siquiera dentro de su partido. O el alcalde de Granada, calado con abrigo y sombrero a modo de armadura, y empuñando la espada láser para enfrentarse a los rivales dentro y fuera del ayuntamiento. O el ministro del Interior, que busca en los fiscales y la Guardia Civil a los culpables de la corrupción que asola al PP, aunque él sea el máximo responsable de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado. Hasta Pedro Sánchez y Albert Rivera, que por fin se han dicho el sí quiero, parecen enemigos. Y todo gracias a Pablo Iglesias, que hasta hace poco era el enemigo a batir, pero que ahora es como Gollum, después de confesar que quiere ser vicepresidente del Gobierno y el jefe máximo de los espías españoles. Mi tesoro... Después de las elecciones, la política española se ha convertido en una representación de figuras a las que, cuando se les acerca demasiado la cámara, se les ven los píxeles. Es como si estuvieran a punto de deshacerse, lo que ocurrirá finalmente si no llegan a alcanzar un acuerdo de investidura, esa realidad virtual. Entonces se derretirá el personaje de presidente o vicepresidente o ministro que ellos se han imaginado. No así los ciudadanos, que asisten aburridos o alarmados, según, a esta fiesta de disfraces. Los ciudadanos cantan: “Tengo un baile preparado con orquesta de salón. / Hay un mono trompetista, yo le haré la percusión. / He colgado serpentinas de la lámpara al sofá. /He sacado los adornos que compré por Navidad…”; la canción de Marc Parrot, más conocido como “El Chaval de la Peca”, otro disfraz creado para poder cantar lo que le apeteciera. Porque así vamos a estar de entretenidos hasta el mes de julio. Y hasta podríamos acostumbrarnos a no tener Gobierno, o a que el Gobierno siempre fuera en funciones. Quizá de este modo los responsables públicos se consideren siempre de paso en su cargos y tengan las manos atadas para tomar decisiones importantes. Total, para eso ya tenemos a la Troika, que ha venido a la celebración: “Es un muchacho excelente.../ Y siempre lo seré, / pero el que olvide mi regalo/ va a quedarse castigado sin pastel…” Y es que la gran fiesta de la democracia se ha convertido en una fiesta de disfraces.

IDEAL (La Cerradura), 28/02/2016

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