domingo, 31 de marzo de 2019

Historias


Esta mañana he estado en el Salón Estudiantil de la UGR. Las Facultades y el profesorado informan sobre sus carreras, dan charlas, intentan que los adolescentes tengan todos los datos necesarios para tomar una decisión sobre su futuro. Es un empeño loable, aunque no se trata de un evento ni de una decisión que determinen nada, pues la vida está hecha de empeños y casualidades; y el idioma del azar, parafraseando a Paul Auster y a Justo Navarro, que lo prologaba y lo traducía en “El cuaderno rojo”, es el idioma de la fragilidad: hay coincidencias y casualidades con las que te mueres de risa y hay coincidencias y casualidades con las que te mueres. El futuro de estos jóvenes viene determinado más bien por esta sociedad que vamos construyendo, y nadie puede reprocharles su cara de escepticismo cuando les hablan de tal o cual carrera, pues enganchados como están a esa pantalla rutilante que les vomita todo lo que pueden o deben hacer a cada paso, es natural que desconfíen de cualquier ser humano. Además, gran parte de esos seres humanos están dedicados a vomitar o tragar improperios de la misma pantalla, por lo que la sociedad aparece como algo caótico e inextricable, donde puede sucederte cualquier cosa. Y hay elecciones a la vista, lo que baja aún más el nivel. Así, todo el mundo parece obligado a opinar sobre las tonterías que diga cualquiera, ya sea en España, en México o en Argentina, donde esta semana se ha inaugurado el VIII Congreso Internacional de la Lengua Española. Y allí estaba Mario Vargas Llosa, premio Nobel de literatura, teniendo que responder a las declaraciones del presidente mexicano, que reclama a los españoles que pidamos perdón, como si esto fuera una novela de fantasmas. No sé cuántos de los estudiantes que acudieron a dicho salón sabían quién fue Hernán Cortés, pero al hilo de las informaciones poco meditadas o contrastadas que han circulado por las redes sociales, ya sí deben saber que están poseídos por su espíritu sanguinario y hambriento de indígenas, aunque fueran los tatarabuelos de estos indígenas los que se aliaron con Cortés para rebelarse contra Moctezuma y el Imperio Azteca. Los mismos indígenas que, como recordaba Vargas Llosa, han sido marginados en la mayoría de los países hispanoamericanos, incluido México. Si al menos esto sirviera para que lo peor de la historia no se repita, tendría su gracia. Pero es que, como nos recuerdan constantemente a un lado y otro del charco nuestros políticos, también hay historias que matan.
IDEAL (La Cerradura), 31/03/2019

domingo, 24 de marzo de 2019

Autodefensa


La medida de lo que representa Vox en la política española nos la da Santiago Abascal, que ha pedido la legalización de las armas para la “autodefensa” de los españoles y ha conseguido que todos los partidos y sus cabezas de lista den su opinión sobre un tema que en principio no tenía ningún interés. ¿Cómo nos defendemos de los políticos que copian lo peor de otros países como Estados Unidos para llamar la atención? Como Trump, Abascal se dedica a tronar en las redes sociales para convertirse en vox populi, y aunque defienda que su formación es la del sentido común, más bien parece la cara de ese monstruo reprimido que todavía habita en el inconsciente de demasiados ciudadanos, soldados y generales recuperados para la causa y que no se sonrojan al defender el régimen franquista, aunque ellos vivan gracias a la democracia. Y aunque existan políticos que parezcan caricaturas de Rambo o Harry el Sucio, no es algo de lo que podamos reírnos, primero porque el propio Abascal suele llevar encima una Smith & Wesson, y quizá pueda dispararnos al confundirnos con algún intruso; y luego porque el auge de la extrema derecha en países como España, Francia, Italia, Holanda o Alemania es un síntoma de la debilidad de nuestras democracias. Aunque puede tratarse de una debilidad ficticia, creada a punta de pistola. Porque España es uno de los países más seguros del mundo y con uno de los índices de criminalidad más bajos, y cualquiera que haya viajado un poco sabe que lo primero que se echa de menos de nuestro país es la tranquilidad con la que uno puede caminar por la calle, algo que no pueden decir en muchas ciudades americanas y europeas. Sin embargo, se nos insta a proteger nuestras casas con alarmas y cámaras de seguridad de manera machacona, y hay calles donde el que se siente amenazado es el transeúnte, grabado por objetivos públicos y privados. El mero hecho de encender el ordenador o el teléfono nos localiza de manera inmediata, y lo raro es que haya alguien tan analógico y anacrónico que renuncie a estar hiperconectado. El imaginario colectivo ha sido colonizado por superhumanos con la musculatura hipertrofiada en el gimnasio, armados como pistoleros y portadores de una tecnología digna de un espía, porque se ve que hemos confundido la ficción con la realidad y creemos que puede pasarnos cualquier cosa. Estamos tan preparados para todo y tan sobreinformados que parecemos analfabetos. Esta sociedad no necesita armas, sino educación.
IDEAL (La Cerradura), 24/03/2019

domingo, 17 de marzo de 2019

Género


En el viaje de estudios del instituto están prohibidas las habitaciones mixtas. Al parecer, son normas de la agencia de viajes y de la institución académica. Una norma absurda, según me comenta G con una lógica aplastante: “Total, en mi curso la mitad de las chicas son lesbianas y la mitad de la otra mitad bisexuales, por lo que con esta segregación (sic) es más fácil que se enrollen”. Yo hace tiempo que mantengo la prudencia cuando converso con un adolescente, e intento cambiar de tema. “¿Fuiste a la manifestación del 8-M?” Pero G continúa inflexible: “Es una norma del siglo XIX. No tiene sentido en el XXI. A está liada con B y con C. D, con Z y con X. Y X hace poco salía con A y con B”. Entonces G pone una cara filosófica, y yo me acuerdo de cierto profesor de física que nos obligaba a contestar las preguntas de los exámenes por líneas ideas. Así que trato de cambiar nuevamente de tema: “Pues creo que hoy hay convocada también una manifestación por el cambio climático”, digo. Pero G prosigue con su razonamiento: “Porque claro, seguro que estarían más tranquilos si todos fuéramos XX o XY, pero ¿y si no es así? Lo mismo no nos importa quién tiene cromosomas homogaméticos o heterogaméticos”. En ese momento, yo intento acordarme de las clases de educación sexual que nadie me dio. ¿XY era para los hombres? ¿XX para las mujeres? G parece leer mis pensamientos: “Es que ya está bien. “Es como el autobús del cartel ‘Los niños tienen pene. Las niñas tienen vulva’, que es de la época de las cavernas. ¡Que sólo somos seres humanos!” Yo rememoro entonces una explicación leída en algún lugar, probablemente en la Wikipedia, acerca de que los seres humanos pueden presentar una disposición cromosómica contraria a su sexo fenotípico. Así, puede haber machos XX o mujeres XY. Y puede darse un número anormal de cromosomas en el que sólo un cromosoma X está presente, y otro en que se juntan dos cromosomas X y un cromosoma Y, conocidos como el síndrome del XYY y el síndrome del XXYY. Y hay otras disposiciones menos frecuentes como el síndrome de triple X, y los síndromes XXXX y XXXXX. Pero G interrumpe por fin (y se lo agradezco) mi digresión cromosómica: “¿Me estás escuchando?”. “Claro que sí”, le contesto. “Yo lo que le propondría al instituto es que os pusieran en las habitaciones por orden alfabético”. Y me quedo tan pancho.
IDEAL (La Cerradura), 17/03/2019

domingo, 10 de marzo de 2019

Pelotas


La víspera de elecciones es también una época de regresos y renacimientos. Aunque la gente hable más de la debacle del Real Madrid, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, se empeña en cambiar la realidad y hacer campaña electoral a golpe de decretos-leyes (no “reales decretos”). Y es que se ve que los casos de extraordinaria y urgente necesidad a los que se refiere la Constitución para legislar desde el ejecutivo son subjetivos (los “reales decretos” emanan de la potestad reglamentaria). Así, mientras una parte del madridismo suspira por la vuelta de la elegancia y la mano izquierda de Zinedine Zidane, otros piden el regreso de la mano dura de José Mourinho, el “number one”, el gran homo interruptus. Ah, no, me confundo, el verdadero homo interruptus es Pablo Iglesias, que anunció su regreso a la escena política (como si se hubiera ido) con una campaña digna de la colonia masculina “Jacqs”: Vuelve el hombre. ¿Qué hombre? Él. Pablo. El destructor de mundos políticos (dicho con voz grave). O quizá se trataba de una campaña de la última película de Marvel. No sé. Quién puede saber algo con tanto jaleo, sobre todo si está rodeado de gente que, amparándose en el Estado de Derecho, hace lo que le sale de las pelotas. Al fútbol me refiero, claro. Porque, ¿quién hace en España lo que le sale de las pelotas? A ver. Carles Puigdemont, aunque viva en Bélgica. Quim Torra, que continúa viviendo en España a su pesar. Santiago Abascal, claro. Y Pablo Casado. Y quizá Albert Rivera. Sebastián Pérez seguro. Y Luis Salvador. ¿Paco Cuenca? No sé, este hombre sonríe demasiado como para hacer lo que quiera. Pero usted, sí. “¿Yo?” “Sí”. “¿No serás tú?” “Sí”. “Y tú también, claro”. “¿Yo?” “No. Tú”. “Y a mucha honra”, me contestará usted. O al menos lo intento. Vale. ¿Y no hay mujeres que hagan lo que quieren? Menos, pero las hay. Del perfil anterior, Susana Díaz o Carmen Calvo. De otros perfiles más edificantes, Marta Gutiérrez y Mayte Olalla, que encabezan la lista de Vamos Granada para las elecciones municipales. Y es una verdadera desgracia para la política municipal y española que no sean más las candidatas. Así no hablaríamos tanto de pronombres o de prohombres y de pelotas. Pero es que se ve que en España casi todo es una cuestión de pelotas, que según la RAE puede ser “juego que se hace con la pelota” o “persona aduladora, que hace la rosca”. Lo mismo termina siendo José Mourinho el presidente del Gobierno.
IDEAL (La Cerradura), 10/03/2019

lunes, 4 de marzo de 2019

Televisión


La televisión se mete en nuestra casa como si fuera una ventana para asomarte al mundo. Pero, a veces, parece un espía, alguien que nos mira con la cara de presentadores o actrices para inmiscuirse en las conversaciones familiares en el comedor, la habitación que, después de la cocina, es el verdadero templo de la casa. Pero también se deslizan en nuestras habitaciones desde la pantalla personajes entrañables que nos acompañan durante la cena y se convierten en una suerte de álter ego que habla por nosotros y se sabe todas las respuestas a las preguntas que le formulemos. Es lo que ocurría con José Pinto, concursante del programa “¡Boom!”, que junto a sus compañeros de Los Lobos llevaba meses batiendo récords en Antena 3. José era de esos tipos con los que tienes que llevarte bien, pues era sencillo, campechano y sabio. Un amigo, un suegro o un cuñado ejemplar, aunque no tuvieras el gusto de conocerlo personalmente. Pero sí lo conocíamos de alguna manera, y por eso la noticia de su muerte ha afectado a miles de españoles. Me lo cuenta Encarna, una mujer de sesenta años, experta en concursos y telenovelas de sobremesa, porque su mayor y única compañía son esos programas y esas personas de las que habla como si fueran de su familia. Y quizá deberían tomar nota de ello nuestros políticos, pues lo único que sabía Encarna, como otros seguidores en toda España, es que José Pinto era buena gente. Que tendría sus miserias y sus problemas, como nosotros, pero verlo acertar una pregunta del presentador Juanra Bonet equivalía a decir: “El mundo, a pesar de todo, está bien. Sigue en su sitio. Y aunque no podamos responder a todas, al menos nos sabemos algunas respuestas”. Así, Los Lobos podían concursar en un nuevo programa y los espectadores continuar con la rutina de siempre. Pienso en Encarna y en José Pinto, y en las relaciones que se forman entre personas conocidas y desconocidas, reales e irreales, seres humanos de carne y hueso y personajes de ficción, que sin embargo nos parecen a veces mucho más reales y humanos que aquellos que los crearon. En unos días en que abundan las sobreactuaciones y los personajes de campaña, los grandes discursos y la demagogia política, la gente prefiere a las personas directas y sencillas, esas que contestan a las preguntas que se saben con una sonrisa, la misma que ponen si se manchan de pintura al fallar una respuesta. Como si fueran de la familia.
IDEAL (La Cerradura), 3/03/2019