domingo, 28 de enero de 2018

Basura

Mientras el Gobierno presume de haber creado dos millones de puestos de trabajo en cuatro años de recuperación económica, la realidad es tozuda y miserable en las calles de nuestras ciudades. No hay mucha diferencia entre los rumanos que hurgan entre los contenedores de Granada y los MENA (acrónimo cínico y simplista de Menores Extranjeros No Acompañados) que lo hacen en los de Melilla, lo que, en ambos casos, uno puede observar en cuanto se aleja un poco del centro, más limpio y mejor vigilado por la policía. Los pobres se han convertido en recicladores forzosos, obligados a aprovechar lo que los demás no quieren para tratar de sobrevivir: cobre, enseres, botellas de plástico, incluso alguna fruta podrida que echarse a la boca, mientras sujetan con la cabeza la tapa pringosa del cubo, inmunes ya a la suciedad y al mal olor. Son dos ciudades que tienen problemas similares, aunque se encuentren en continentes distintos. Cambia la nacionalidad de los recicladores forzosos, las estratagemas para atravesar fronteras, ya sea una valla o el mar para llegar al puerto de Motril. La sociedad es ya así, aunque miremos para otro lado, y cada vez se parecerán más las ciudades de una orilla y otra del Mediterráneo. No hacemos demasiado tampoco para remediarlo, por lo que nuestras sociedades (Europa, España, Granada) van perdiendo poco a poco ese halo del Estado de Bienestar, aunque sigamos encabezando rankings sobre la calidad de vida. El bienestar es cada vez de menos personas, y una parte de la población se encuentra en tierra de nadie, en las chabolas que empiezan a aparecer cerca del Hipercor, en el Camino de las Vacas, o en la Zona Norte, donde hay calles que ni la policía se atreve a pisar. Lo saben los ciudadanos que esperan hasta setenta y dos horas para ser atendidos en urgencias, o quien se ponga en lista de espera para una operación que quizá se te practique ya en el Paraíso. Si es que vas. ¿Cuadramos las cuentas desmontando los servicios públicos? ¿Cuando nos salgan los números quedará algún servicio público que prestar? Si nos ponemos a hurgar en los contenedores de las Administraciones públicas, quizá no encontremos demasiado material reciclable, acaso un roedor tipo Puigdemont o un exceso de asesores fichados tanto por el PP como por el PSOE en el Ayuntamiento. Y es que producimos mucha más basura de la que somos capaces de reciclar. Pero, claro, no es lo mismo hablar de política que del hambre de otros seres humanos.

IDEAL (La Cerradura), 28/01/2018

domingo, 21 de enero de 2018

Conciencia

Resulta bastante hipócrita la repentina solidaridad que ha despertado el acoso sexual sufrido por algunas actrices de Hollywood por el baboso productor Harvey Weinstein, que ha causado una caza de brujas (y brujos) en todo el mundo. Y no es que me parezca mal denunciar públicamente a los acosadores sexuales, al contrario, pero ¿por qué precisamente ahora? ¿Sólo porque lo hacen personajes públicos? Es en la vida familiar y profesional donde nos jugamos el tipo, y donde se silencian este tipo de actuaciones, que lamentablemente siguen siendo comunes en la casa, en la empresa o en el colegio. ¿Se denuncian a todos los acosadores, violadores o pederastas? ¿Se denuncia al profesor, al jefe o al vecino? La gente parece haber descubierto de pronto su conciencia, cuando la realidad es que ha sido práctica habitual en España silenciar cualquier escándalo sexual, sobre todo si se producía en la Administración pública, en un colegio privado o en una institución religiosa, incluso cuando se trataba de un delito cometido por personas que han traumatizado a generaciones enteras. Lo mismo ha ocurrido en el mundo del deporte que en el de la política. A Gloria Viseras y a las otras gimnastas que denunciaron al exseleccionador Jesús Carballo, las llamaban “marranas y mentirosas”, y en el Congreso de los Diputados hemos visto a Rafael Hernando cachondearse de la relación sentimental entre Irene Montero y Pablo Iglesias, a falta de un argumento mejor. Es como si lo lleváramos en la sangre, pero efectivamente los prejuicios los llevamos en la educación, que sigue siendo esencialmente machista –la publicidad, el cine y los videojuegos son los grandes educadores de hoy-, a pesar de las iniciativas de algunas comunidades autónomas como la andaluza, que a veces rozan el ridículo. Y lo es amenazar a FACUA con retirarle las subvenciones por utilizar el masculino neutro para referirse a los consumidores, según prescribe la Real Academia Española. ¿Para ser políticamente correcto hay que usar términos como “personas consumidoras”, “personas usuarias” o “estructuras no excluyentes”? ¿No estamos excluyendo simplemente un uso racional del cerebro? La pretendida corrección lingüística se está convirtiendo en censura, y la administración está destinando demasiados recursos para fabricar analfabetos. Lo parecen nuestros políticos cuando se esfuerzan en utilizar un lenguaje no sexista, que no es lenguaje, sino tontería. Eso es educar en el machismo. Y un aviso a los machomanes del mundo, ya que estamos con el sexo: si abusáis de la finasterida para que os crezca el pelo, podéis convertiros en Donald Trump. Menuda pandilla de pelotudos.

IDEAL (La Cerradura), 21/01/2018

domingo, 14 de enero de 2018

El efecto Puigdemont

España bate récords hasta el esperpento. Convertida la política en un show, Cataluña parece ser un payaso personificado por Puigdemont, que propone una investidura telemática, vía Skype. Junts per Catalunya y ERC le siguen el juego, llevados en volandas por 900.000 votos de ciudadanos hipnotizados por un personaje mitad pirómano mitad enterrador. Y dice poco de nuestra clase política el que los jueces se hayan convertido en los únicos valedores del Estado de Derecho. Más preocupados por la repercusión mediática que por hacer propuestas viables, los partidos lanzan globos sonda, pidiendo un poco de atención. Lo es la propuesta del PSOE para poner un impuesto a la banca. El mismo día en que Rato presumía en el Congreso de su gestión al frente de Bankia, equiparando la política a la economía, la gestión pública al interés personal, y aprovechaba para vengarse de Luis de Guindos y Mariano Rajoy. Como ilustración de los mecanismos del poder, no estuvo mal. “Durante mis conversaciones con Guindos sobre la entidad en marzo, abril y mayo de 2012, este se apoyó en los principales competidores, a los que llegó a encargar realizar cuáles eran las necesarias provisiones para Bankia. “Esos competidores (Santander, BBVA y CaixaBank) fueron, sin duda, los grandes receptores de depósitos que salieron de Bankia tras su nacionalización en el verano de 2012”. Pues ya sabemos quién se quedó los 22.424 millones de euros con los que rescataron a Bankia los ciudadanos. La misma entidad que se ha fusionado con BMN, la antigua Caja Granada. ¿Revertirá una parte de ese dinero a los granadinos? Cuentan las crónicas que esta fusión llevará aparejada la pérdida de 2.500 puestos de trabajo, sobre todo en los servicios centrales. Y las malas lenguas hablan del peligro de desaparición de la Fundación Caja Granada. Menuda herencia política. Nada a lo que no estemos acostumbrados en esta ciudad en la que los partidos son incapaces de ponerse de acuerdo para sacar adelante el presupuesto municipal. Que el PP haya votado en contra no le extraña a nadie, pues después de provocar la quiebra del Ayuntamiento parece desear su intervención por el ministerio de Hacienda. ¿Se habrá confundido con el ministerio del Tiempo, pensado que no existen las hemerotecas? Lo que no se entiende es lo de Ciudadanos, que ha permitido gobernar a Cuenca para luego hundirlo en la miseria. Pero es que estaba por medio un tal Luis “Salvador”. El papel que quizá ansíe Sebastián Pérez. Y entre que nos salvan o nos hunden, todos sufrimos el efecto Puigdemont.

IDEAL (La Cerradura), 14/01/2018

domingo, 7 de enero de 2018

Aporofobia

Cincuenta y siete mil niños granadinos no se levantaron ayer con regalos de Reyes, según informaba Ángeles Peñalver en IDEAL esta semana, quien ponía el ejemplo de Khadija, vecina de La Chana con un sueldo de 400 euros y dos hijos de siete y diez años. Pero lo que más me ha llamado la atención son los comentarios de algunos lectores en la web del periódico. A una chica le extraña lo de Khadija, “porque los musulmanes no celebran los Reyes”. Otro niega la mayor, pues afirma que en Granada “no hay tantos niños”. Hay quien se queja de que entidades españolas ayuden “a los árabes”, y quien asegura que la mujer “miente más que habla”. No caen en la cuenta de que Khadija es granadina a todos los efectos (lleva viviendo aquí diecisiete años), más allá de la religión que tenga, algo a lo que no se hacía referencia en el artículo, al margen de su origen marroquí. Pero en la imagen aparecía con velo, claro. Quizá les caiga mejor a los internautas el indigente sevillano al que la policía ha requisado 18.650 euros en la Glorieta de Arabial, la placeta donde solía pernoctar, según informaba Yenalia Huertas. Concretamente, 33 billetes de 500 euros, 42 de 50, 4 de 10 y 2 de 5, cuya procedencia no ha podido justificar el hombre de 32 años e iniciales J. J. B, quien por lo visto tiene antecedentes por delitos de robo con fuerza. ¿Será también una cuestión de religión o nacionalidad? Al miedo al pobre le ha puesto nombre la filósofa Adela Cortina, que publicó en 2017 un ensayo titulado “Aporofobia” (Paidós), la palabra del año según la Fundación del Español Vigente y acuñada a partir de los términos griegos “áporos” (sin recursos) y “fobia” (terror, pánico). Adela Cortina ha destacado que a los inmigrantes y refugiados no se les rechaza por ser extranjeros, sino por pobres, un miedo (a la pobreza) que ha calado entre la población en tiempos de crisis económica. Porque a nadie le molesta que los ricos se gasten su dinero en España, un país cuya mayor industria es el turismo, pero donde hay verdadero pavor a que los pobres del mundo vengan “a quitarnos” el pan de nuestra mesa. Una visión fomentada interesadamente desde posiciones políticas reaccionarias y que se propaga por el páramo cultural en que se ha convertido Internet. Esto también merece un nombre: “egofobia”. Porque, en el fondo, se trata de miedo a lo peor de nosotros mismos. Y de una gran pobreza cultural.  

IDEAL (La Cerradura), 7/01/2018