domingo, 29 de enero de 2017

Truchas

La realidad tiene grietas por las que asomarte a mundos diferentes que, sin embargo, recorres todos los días. Lo saben bien Juan Enrique Gómez y Mercedes S. Calle, que semanalmente descubren para los lectores de IDEAL la biodiversidad que habitamos. Así puede uno olvidarse de todas las maldiciones y catástrofes asociadas al villano Donald Trump –tiene que haber uno nuevo cada año- con sólo asomarse al río Darro, donde quizá, en los torrentes cercanos a Plaza Nueva, una trucha emerja del agua en ese instante para atrapar la larva de un insecto. Y si como escriben los periodistas, “estos salmónidos han encontrado las condiciones idóneas para mantenerse bajo los muros de la calle más bonita del mundo”, ¿no podrían hacerlo los granadinos? Pues se ve que no, si atendemos a las declaraciones en un programa de televisión del exalcalde José Torres Hurtado, que ha asegurado que personas como Sebastián Pérez le “han fusilado políticamente en las tapias del cementerio”. ¿Cómo puede decir semejante boutade alguien investigado por corrupción en una ciudad donde realmente se han asesinado a alcaldes por sus ideas políticas? Y es que el ayuntamiento también ha acogido a algunas especies en extinción, aunque su comportamiento invasivo lo sufrieran todos los ciudadanos. Porque la idea de Torres Hurtado de la justicia nos ha quedado clara al afirmar que hace falta la orden de un político para que actúe la policía y no, como es el caso, una acumulación de indicios que han llevado a la magistrada instructora del caso Nazarí a ordenar su detención y la de otras dieciséis personas. No, eso ocurría en la época franquista, en la que, efectivamente, a los alcaldes democráticos los fusilaban en las tapias del cementerio. Pero es así como reescribimos la historia de España. Devaluándola hasta convertirla en chascarrillos con los que alimentar seudotertulias televisivas. Y resulta vergonzoso que las personas implicadas en casos de corrupción suelan escudarse en persecuciones políticas desacreditando así al poder judicial, la existencia del derecho penal y de paso la misma democracia, simplemente porque estaban acostumbradas a hacer lo que les daba la gana. Hasta que un día, claro, te detienen en tu propia casa, sobre cuya construcción también hay dudas legales. Pero es una manía persecutoria, como que otra acepción de la palabra trucha sea: “individuo que obra con astucia para obtener lo que desea sin tener en cuenta el perjuicio que puede causar a los demás”. De ahí que los turistas que pasean por la carrera del Darro exclamen a veces: “¡Menudas truchas hay en Granada!”.

IDEAL (La Cerradura), 29/01/207

lunes, 23 de enero de 2017

Disciplina municipal

Si en Granada los ciudadanos afrontasen todos los problemas como el de la fusión hospitalaria, hace tiempo que la ciudad sería una capital europea, moderna y bien comunicada. Pero son muy pocas cosas las que nos preocupan de un modo esencial, y en la mayoría de las ocasiones nos dejamos llevar por la inercia o la apatía, nos preocupamos por el qué dirán o por la disciplina de partido. Lo ha demostrado Paco Cuenca, que ha perdido una oportunidad magnífica para encabezar las manifestaciones y erigirse como el alcalde de Granada y no como un mero representante del PSOE andaluz, que es lo que parece ahora. Pero es un mal endémico de los políticos españoles el creer que no se deben a los ciudadanos, sino a su partido. De ahí que nuestras Administraciones públicas y las instituciones en general sean ineficaces, y que para tomar cualquier decisión se sientan agarrotadas, si no artríticas, por muy joven que sea aún nuestra democracia. Porque sobre los responsables públicos pesan demasiadas consignas y pleitesías, y apenas saben desenvolverse solos, ya que antes deben despojarse de esa camisa de fuerza mal llamada disciplina de partido. La disciplina es otra cosa. Es poder elegir libremente entre las opciones posibles y poner todo tu empeño en la que crees más justa. Es tener el coraje de llevarla a cabo independientemente de lo que piensen –o te manden- los demás. Sin embargo, lo habitual es que nuestros políticos no actúen según sus convicciones personales, sino siguiendo las directrices del partido, y de ahí la desconexión existente entre estas organizaciones y los políticos en general con los ciudadanos. Actualmente, en España, las noticias políticas destacadas no son sobre las propuestas de los partidos para afrontar los problemas económicos y sociales, sino sobre las guerras de poder internas o los métodos para elegir a los candidatos, desde el PP a Podemos, pasando por el PSOE, IU y Ciudadanos. Y cómo nos aburren los conflictos entre Susana Díaz y Pedro Sánchez o Patxi López, entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón o entre Sebastián Pérez y Juan García Montero, por darle color local a esta telenovela. A los ciudadanos lo que nos importa es que nuestros políticos trabajen para solucionar los problemas de la sociedad. Y si para eso hace falta encabezar manifestaciones, pues allí deben estar. Granada ha sido una ciudad tan apática y disciplinada que parecía una estatua. Hasta ahora. Pues el movimiento popular y la fuerza de sus reivindicaciones han contagiado hasta a Sevilla y Málaga. Eso es hacer política.

IDEAL (La Cerradura, 22/01/2017)

domingo, 15 de enero de 2017

Twitterías

En las redes sociales, cualquier novedad se convierte pronto en un tópico. A fuerza de repetirlos, lo términos se vacían de contenido, y los “hastag” son como cachivaches que vagan por la red, si es que alguna vez tuvieron utilidad y sentido. En este principio de año ha ocurrido con el término “posverdad”, neologismo que el Diccionario de Oxford había señalado como palabra del 2016, y que tiene un significado tan ambiguo como: “Denota circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”; y que algunos pronunciaban –o tecleaban más bien- con una solemnidad que hacía saltar las lágrimas. Como si no hubieran existido siempre la verdad y la mentira. Como si no hubieran sido grandes mentiras las que han cambiado la historia, en España, sin ir más lejos, un país parcialmente amnésico, donde desde la Transición se nos miente diariamente. Con el rescate bancario, por ejemplo, que aunque según el presidente y la vicepresidenta del Gobierno y el ministro de Economía nunca se ha producido, el Tribunal de Cuentas ha cifrado en más de 60.000 millones de euros, de los cuales 40.000 los han aportado los ciudadanos españoles vía impuestos, concretamente 899,4 por cabeza. Es el timo de la crisis económica. Made in Spain. O el concepto populismo, que significa una cosa u otra según quien lo utilice, desde Mariano Rajoy a Pablo Iglesias, que a día de hoy resultan igual de populistas. Y es que el ámbito de la política y el de las redes sociales se asemejan mucho, de ahí que Podemos las haya utilizado hasta la extenuación para hacer política, y de ahí también que su discurso se haya vaciado por completo. Porque aquí la peña no para de hablar, pero ¿dice algo sensato? Mariano Rajoy, que tiene esta palabra siempre en la boca, la identifica con recortes, subida de impuestos y sacrificios, que curiosamente siempre tienen que hacer los mismos. Sí lo parece Sebastián Pérez cuando afirma que Granada es una ciudad sucia, aunque el PP tuviera igual de descuidados los barrios. Sólo hay que pasear por el de los Pajaritos, lleno de excrementos, no sabe uno si de los perros o de sus dueños. Tal vez porque está al lado de los juzgados de la Caleta, donde se airea la corrupción municipal. La gente no tiene tiempo para nada, pero sí para twittear que no tiene tiempo. Menudos pájaros. Del pico cerrado no salen twitterías.
IDEAL (La Cerradura), 15/01/2017

domingo, 8 de enero de 2017

Drones

Si ustedes tienen ordenador, habrán sufrido la tiranía de la inteligencia artificial, esas actualizaciones que reinician el sistema operativo cuando les da la gana y encima te echan una charla del tipo: “No apagues el equipo mientras se realiza la actualización. Estamos realizando mejoras para protegerte de las amenazas de un mundo en línea”. Como si fuera la voz de tu propia conciencia, aunque sepas que se trata de una máquina. Pero le haces caso, obediente, y no te atreves a mover un músculo mientras esperas a que se renueve el software y rezas para que no te borre tus datos personales. Porque en cierto modo esa máquina es realmente nuestra conciencia, pues con ella escribimos, chateamos, intercambiamos información, nos asomamos al mundo. Se ha convertido en nuestros ojos, y sin esa pantalla ya no sabríamos vivir. Es una esclavitud a la que nos hemos entregado gustosos, casi fanáticamente, y por eso vamos cargados con pantallas portátiles que consultamos continuamente en el trabajo, en clase, en casa, en el restaurante, cuando andamos por la calle, y hay quien no se separa de ella ni en el cuarto de baño, pues tiene más intimidad con ese cacharrito que con su propio cuerpo. Quizá porque el móvil, la tableta o el ordenador son ya también nuestro exoesqueleto. Por eso la inauguración de cualquier nueva tienda de informática se convierte en un acontecimiento. Acudimos ansiosos, esperando ver el nuevo chip que instalaremos en nuestro cerebro, la nueva pieza que acoplaremos a nuestro traje de Robocop. Es lo que llamamos progreso. Así, mientras la compañía estadounidense Amazon ha empezado a entregar sus paquetes por medio de drones, en ese país han elegido como presidente a lo más parecido a un dron, aunque parece que tiene el software infectado con un virus ruso, concretamente de Vladimir Putin, que anda estos días un poco griposo. Una pareja de Transformers llamada a gobernar el mundo sin respetar las fronteras nacionales o la legalidad internacional, colocando a los consejeros delegados de las compañías petroleras en los principales puestos de gobierno, esos que decidirán sobre las políticas energéticas o el cambio climático, es decir, sobre las futuras guerras. La comunidad científica discute estos días sobre la conveniencia de desarrollar o no la inteligencia artificial, de que existan “mentes artificiales”. Pero el planeta está ya gobernado por millones de máquinas a punto de adquirir una conciencia común. Ni que esto fuera el guion de la película Terminator, antes del Día del Juicio Final. Todavía está usted a tiempo de apagar el móvil.

IDEAL (La Cerradura), 8/01/2017

viernes, 6 de enero de 2017

Todos estaban vivos

Javier Bozalongo ya había mostrado sus dotes para la narración en libros de poemas como “La casa a oscuras” (Visor, 2009), donde encontrábamos verdaderas historias mínimas contadas en verso y que transcurrían en espacios que guardan todo un mundo reconocible en los viajes y en las habitaciones de una casa. Algo que también ocurre en “Todos estaban vivos” (Esdrújula Ediciones, 2016), su primer libro de relatos, donde, siguiendo con la confluencia de géneros –la corta distancia que puede haber entre un poema y un microrrelato, o entre un aforismo y un verso- también hay un poema-historia, titulado “¡Sí quiero!”, que comparte con el resto de las veintiséis piezas que lo componen el gusto por la la sorpresa y el redescubrimiento de lo cotidiano.
Se trata de “la chispa de lo maravilloso”, como destaca acertadamente Santiago Espinosa en el prólogo de “Todos estaban vivos”, un título que ya de por sí le da la vuelta a nuestra idea de la muerte y de la existencia, saturada de maneras de morir, al menos en lo que a la narrativa contemporánea se refiere. Así, los relatos de este libro son revelaciones que ponen patas arriba la realidad, mostrándonos el lado más ácido y sarcástico de la vida y que quizá sea el que nos hace más humanos, con vicios y defectos que nos sirven, fundamentalmente, para reírnos de nosotros mismos.
Porque “Todos estaban vivos” es pura risa, aunque, a veces, en determinadas situaciones, se nos quede congelada en la cara. Todo depende de cómo afrontemos la muerte del padre, la próxima boda o los trámites del divorcio, las dificultades en el trabajo o para llegar a fin de mes, lo que puede convertirnos en suicidas o en asesinos, en hombres menguantes que descubrirán, a la postre, que ya no hay nadie de quien defenderse, o incluso en sufridos poetas que, a pesar de todo, siguen estando vivos.
La escritura y la lectura constituyen una terapia, o una risoterapia, quizá, si las cosas más ordinarias son extraordinarias. Y como el propio Javier Bozalongo escribía en “Poética”: “El primer verso puede ser brillante./ El final, sorprendente./ Entre uno y otro debes estar tú”. Lo mismo podríamos decir de los relatos de este libro.

IDEAL (Cultura), 6/01/2017