lunes, 28 de diciembre de 2020

Villancicos

El discurso del Rey fue como el villancico de Pablo Iglesias: “San José es republicano y la Virgen socialista, y el niño que está en la cuna es marxista-leninista, ande, ande, ande…” La corona y la política nos entretienen, aunque prefiero a Tirso de Molina: “¡Válgate Dios por chicote,/ por pesebre y por portal!/ ¿Vistes tal zagal?/ Lindo es, ¡voto a mi capote!” En estas fiestas de luces tristes y calles vacías, hay quien vive ajeno a las restricciones sanitarias y se empeña en no modificar sus costumbres y celebrar con los amigos el año funesto que se va. Grupos de jóvenes ocupan las terrazas de bares y pubs mientras los médicos siguen luchando por salvar vidas y circulan rumores sobre las urgencias desbordadas, notificaciones a las residencias de ancianos para que no los lleven a los hospitales o decisiones de no atender en la UCI a los mayores de setenta años. Pero cantamos villancicos, como en el siglo XV: “Venida es, venida/ al mundo la vida./ Venida es al suelo/ la gracia del cielo/ a darnos consuelo/ y gloria cumplida”, escribió Juan Álvarez Gato. La Navidad es una época en la que nos empeñamos en que no pase el tiempo, aunque celebremos la Nochevieja y la llegada del nuevo año, que será el de las vacunas. Queremos seguir siendo un niño que no tenga que enfrentarse al trabajo y la enfermedad, y decir con Luis Cernuda: “No es menor maravilla; si yo vivo,/ bien puede un Dios vivir sobre nosotros./ Mas nunca nos consuela un pensamiento,/sino la gracia muda de las cosas”. El vientre es el encargado de cumplir con las grandes solemnidades, escribía Larra, pues el ser humano tiene que recurrir a la materia para pagar las deudas del espíritu. ¡Argumento terrible en favor del alma! Y así, el misterio de la Navidad es esa mezcla de alegría y melancolía que los días traen consigo, de celebración cristiana, pero también pagana: “Te soñé como un ángel/ que blandiera la espada/ y tiñera de sangre/ la tierra pálida”, escribió José Hierro. “¿Han de alimentar el alma/ Vengador, tus roncos sones,/tus negras alas, tu paso/ helado? ¿Negros crespones/ adornan la dolorida/ soledad del hombre?” Por las redes sociales circulan felicitaciones mientras la gente recorre los centros comerciales como almas en pena, rascándose el bolsillo. Es lo que cantan los camioneros de Murcia: “Este año a Pedro Sánchez le ha subido la bilirrubina y dentro de seis meses estaremos en la ruina”. Como diría Pablo Casado: “¿Tanto les cuesta celebrar la Navidad?” Bueno, feliz Covidad.

IDEAL (La Cerradura), 27/12/2020

lunes, 21 de diciembre de 2020

Libertad de expresión

Pues no sé yo si se debería investigar a los militares jubilados que quieren dar un golpe de Estado y fusilar a 26 millones de españoles (coño, ¿tantos?). La gente suele decir tantas barbaridades en las redes que quizá hubiera que eliminarlas, además de a quienes las utilizan. “¡Luis, sé fuerte!”, guasapeó no hace tanto alguien del que ya nadie se acuerda. ¿Se puede rastrear la “time line” del presidente, los vicepresidentes y demás miembros del Gobierno? Ni la comisión de la verdad podría admitir tantos dijes, digo Diegos. Lo mismo tendrían que dimitir, pues hay quien cree que parte del ejecutivo quiere fragmentar el Estado. Y que no sólo lo piensan, sino que toman decisiones en ese sentido. Nadie se libra de pensar tonterías, aunque sólo algunos se abstienen de decirlas. Igual que las armas de los militares jubilados, los móviles los carga el diablo. Y hay quien no los necesita. Ahí tenemos a muchos diputados en el Congreso y demás parlamentos autonómicos, que no brillan precisamente por sus dotes oratorias. Se insultan alegremente, protegidos por la inmunidad parlamentaria. Dichoso aquel que es inmune a al insulto. El Tribunal Constitucional ha decidido no amparar a un dirigente de la Confederación Intersindical Galega que instó a quemar la “puta bandera” de España en 2014 durante una manifestación ante el Arsenal Militar de Ferrol. Qué manía con enarbolar o quemar banderas. Mucho antes ya había dicho el Tribunal que la libertad de expresión no concede un derecho al insulto. Insultar constituye un delito de injuria, aunque aquí estemos acostumbrados a insultar incluso a los familiares y amigos medio en broma medio en serio. “¿Qué tal estás, hijoputilla?” Eran cosas que se escuchaban en los bares cuando estaban abiertos. Claro, ahora la gente tiene que salir a insultarse a la calle si no utiliza el guasap. Y es que para reivindicar una subida salarial no hace falta quemar banderas ni cagarse en ellas, como tampoco para reclamar una España plurinacional, y sin embargo lo hacen con luz y taquígrafos algunos socios del Gobierno, ante los medios o en las sesiones parlamentarias. Pero bueno, ahí tenemos también a Santiago Abascal. El antiguo general de división Francisco Beca, chatea en el grupo: “No queda más remedio que empezar a fusilar a 26 millones de hijos de puta”; y Abascal contesta: “Me dicen que es obligatorio saludar a este grupo. Un abrazo a todos y ¡Viva España!” Por lo que se ve, si este país se desintegra, no será porque falten hijos de puta.

IDEAL (La Cerradura), 20/12/2020

lunes, 14 de diciembre de 2020

Números

En una semana en la que las administraciones territoriales discuten sobre la llegada de 200 inmigrantes (¿ilegales?, ¿legales?, ¿se puede decir esto de un ser humano?) a la península, el Instituto Nacional de Estadística (INE), suma 18.577 muertos más por la pandemia de la Covid-19. 45.684 fallecidos en la primera ola frente a los 27.127 que contabilizaba el Gobierno, según informaba Melchor Sáiz-Pardo en este diario. ¿Meros datos estadísticos? Cada una de las personas que engrosa estos recuentos tiene o tenía una vida o aspiraba a tenerla. ¿Sabemos lo que les ocurría? ¿Sabemos lo que les ocurre? La única realidad es la que marca el día a día, y para las gobiernos nacionales, autonómicos y locales y los partidos políticos que los sostienen parece que es más importante contar bien a aquellos que se fueron. De los que llegan nadie sabe nada: ni el Ministerio del Interior, ni la Junta de Andalucía ni el alcalde de Granada, que sigue atrapando moscas. “Que viene, que viene”, le avisan sus asesores. “¿Quién? ¿Otro inmigrante?”, pregunta el edil. Y en esto que llega Sebastián Pérez y le da una colleja exclamando: “¡Dos más dos son cuatro!” Esas cosas que se hacían en el colegio. Pero nadie sabe a ciencia cierta quiénes eran los inmigrantes que han llegado a Granada. A mí lo que me admira es que tuvieran dinero para coger un autobús o incluso un taxi desde el aeropuerto, según informan las crónicas. Quizá vinieran de Abu Dabi con el Rey emérito, que les pagó el transporte para volver a España de incógnito con ellos. ¿Cuántos inmigrantes sin papeles son necesarios para que un rey regularice sus papeles? Pues se ve que 678.393 euros. El caso es que los números no cuadran, ni los del Ministerio de Sanidad, ni los de Interior, ni los de Hacienda cuando pretende contabilizar el patrimonio de Juan Carlos, pues no cuenta con suficientes funcionarios para buscar a los amigos que le han hecho donaciones al exmonarca. Dichoso aquel que disfruta de la amistad, que es afecto puro y desinteresado, o eso dicen fuera de España, donde ya hay quien se frota las manos con la llegada de los miles de millones de los fondos europeos. ¡Será por dinero! Mientras los países ricos celebran también la llegada de las vacunas, los pobres piden que se liberen las patentes que las hacen posibles. ¿Pretendemos salvar sólo a Occidente? Como diría uno de los inmigrantes que ha llegado esta semana a Granada: “Pues vaya birria de aeropuerto”. Bienvenidos a la realidad.

IDEAL (La Cerradura), 13/12/2020

lunes, 7 de diciembre de 2020

Augures

Como en la antigua Roma, actualmente existen cargos oficiales dedicados al vaticinio. Ya no lucen túnicas ni velos, sino jerséis de lana y rizos blancos, pero pronostican el futuro gracias a la ciencia y a los algoritmos matemáticos, aunque aciertan tan poco como las aplicaciones de los móviles sobre el tiempo atmosférico. Las que mira ese locutor de radio para darte los buenos días: “Hoy el cielo amanece despejado en Granada”, aunque esté lloviendo a cántaros. O como las personas que esperan el horóscopo para saber cómo comportarse durante la próxima semana. ¡Dichoso aquel que pueda ver con los ojos de Fernando Simón! Así sabrá con cuántas personas se reunirá estas Navidades, a qué hora volverá a casa, si se tomará las uvas para celebrar el nuevo año. Hemos derivado la responsabilidad del día a día y esperamos ansiosos a que nos digan lo que tenemos que hacer. A que políticos fantasmas se reúnan con expertos fantasmales que nos hablarán del presente y del futuro, pues ya nos habíamos acostumbrado a que reinterpretaran el pasado. Esta semana, en la que por fin he podido tomarme una caña en una terraza, he visto un augurio prodigioso: una pareja se levantó de la mesa dejándose la tapa intacta, sobre la que se abalanzó una decena de palomas. No les importó que fuera de carne en salsa. Las ratas voladoras hicieron saltar por los aires las patatas fritas y se embadurnaron de tomate, como si dieran cuenta de un cadáver. No sé por qué pensé en ese momento en Pedro Sánchez y Pablo Iglesias y en los Presupuestos Generales del Estado, pero lo mejor fue la reacción del camarero: esperó pacientemente a que las palomas finalizaran el banquete antes de limpiar la mesa. ¿Querría adivinar su suerte en el comportamiento de las aves? ¿Descifró jeroglíficos en sus saltos sobre el plato? Quizá entendió en ese momento que habría que esperar al menos tres años para un cambio de Gobierno. Porca miseria. A falta de cabalgatas y otros entretenimientos, los alcaldes y concejales se gastan el presupuesto municipal en alumbrar las calles vacías de gente tras los toques de queda y los comercios cerrados. ¿Verán los ediles el derroche en las entrañas de los votos sacrificados, en las urnas vacías? Lástima que hayamos cambiado los sueños de las brujas por los acuerdos sanitarios de los consejos interterritoriales. Mientras llegan las dosis de las vacunas contra el virus, los ciudadanos fían su futuro a los augures. Y a que la rueda de la fortuna dé otra vuelta.

IDEAL (La Cerradura), 6/12/2020

lunes, 30 de noviembre de 2020

Armonía

Resultaría paradójico –muy español, vamos- que gracias a los independentistas catalanes se pagasen los mismos impuestos en casi todas las comunidades autónomas españolas. Feliz aquel que vive sin saber quién es el jefe de Estado, ni si vive en una monarquía o una república, escribía Pessoa. Pero resulta nuevamente muy español que no lo sepa un diputado o el presidente del Gobierno. En el fondo no les gusta la autonomía política de las regiones, ni la suya propia, porque no saben muy bien qué hacer con ella. La mayoría de los políticos, como la mayoría de las personas, va por ahí dando tumbos, chocando unos con otros, como si sólo el conflicto y el trompazo final fuera el sentido de su existencia. ¿Queremos que se paguen los mismos impuestos en Cataluña que en Madrid? Madrid no es un paraíso fiscal, como dice Gabriel Rufián, sino una comunidad a la que el Estado le ha cedido los tributos más importantes y que ejerce sus competencias como las demás. ¿Queremos o no queremos comunidades autónomas? ¿Existe la autonomía política sin la autonomía financiera? Quizá sea esa la cuestión, más allá de que resulte razonable que los españoles que tengan la misma capacidad económica paguen los mismos tributos independientemente de su lugar de residencia. No es una cuestión que afecte al País Vasco ni a Navarra, sin embargo, que tienen su propio sistema tributario desde hace años y una relación de bilateralidad con el Estado español articulada a través del Convenio y el Concierto, lo que constituye el principal factor de distorsión del sistema de financiación autonómica, y no Madrid. Por eso, el apoyo a los presupuestos o a una reforma fiscal del nacionalismo vasco está asegurado; simplemente, no va con ellos. Pero es que quizá habría que explicarles a los ciudadanos que las singularidades están reconocidas en la propia Constitución española, no sólo los derechos históricos de País Vasco y Navarra (donde podría incluirse a Cataluña), sino también las de Canarias o las de las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla, que ni siquiera forman parte de la Unión Aduanera.  El problema no son las diferencias fiscales, nacionales o políticas, sino cómo armonizarlas para que, aun respetando las singularidades propias, no se creen desigualdades y exista solidaridad. ¿Se puede conseguir esto? Sí. La integración puede producirse desde la heterogeneidad, y no sólo desde la homogeneidad. La Unión Europea es un buen ejemplo. Y España, a pesar de todo, también lo es. Ojalá inventemos otra vacuna contra la cabezonería y el extremismo.

IDEAL (La Cerradura), 30/11/2020

lunes, 23 de noviembre de 2020

Monstruos

Con la excusa de la pandemia los gobiernos están limitando la libertad de expresión. Lo dice la ONU, que debe velar por la aplicación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que desarrollan y aplican en teoría las constituciones nacionales. De hecho, en un mundo ideal, estas no serían necesarias y nos valdría con la Carta de las Naciones Unidas. Pero parece que en los distintos países no se piensa lo mismo, y lo que abundan son los nacionalistas y los dictadores en potencia, que no creen en la integración y en un gobierno mundial, sino en la segregación y la defensa de lo local. La Covid-19 está revelando lo mejor y lo peor del ser humano, y en el ámbito político poco podemos esperar de una coordinación mundial de las medidas sanitarias y preventivas cuando en el interior de países como España somos incapaces de coordinar la actuación de las Comunidades Autónomas, donde hay responsables públicos que parecen más preocupados por diferenciarse del resto que de tomar decisiones efectivas para cuidar la salud de los ciudadanos. A estas alturas, no creo que nos preocupen mucho las celebraciones navideñas, pero nos repiten como un mantra que vigilarán las comidas de empresa, las reuniones y las cabalgatas. El control de la población es hoy la principal tarea de las administraciones, más que velar por una eficaz prestación de los servicios públicos. ¿Vivimos ya en un Estado sanitario-policial? Menos mal que tenemos a personajes como Pablo Iglesias o Gabriel Rufián para desmentirlo, pues ellos sólo aspiran a tener su propio Estado, es decir, a transformar el Estado de todos a su imagen y semejanza, para lo que cuentan con la ayuda inestimable de Pedro Sánchez, convertido en el doctor Frankenstein según algunos medios. Visto así, el panorama da miedo, y si es como en la película clásica el monstruo irá por ahí dando tumbos y gritando como el portavoz de Vox en el parlamento andaluz. ¡A tomar… el aire! Y eso es lo que nos falta, respirar un poco de aire puro. Encerrada en las casas, la gente echa de menos el campo, pelearse a codazos por encontrar un hueco en la barra de un bar, poder abrazar a alguien. “Yo era bueno y cariñoso; el sufrimiento me ha envilecido. Concededme la felicidad y volveré a ser virtuoso”, nos dice Frankenstein. Y también: “Ten cuidado; pues no conozco el miedo y soy, por tanto, poderoso”. Habrá que tener paciencia. Mejor es estar tranquilos que pensar que vivimos rodeados de monstruos.

IDEAL (La Cerradura), 22/11/2020

lunes, 16 de noviembre de 2020

Gloria bendita

En un tiempo en que la ideología vale tanto como un sondeo o una campaña electoral, y en el que la palabra es tan ligera como un tuit, resulta reconfortante leer a Juan Madrid, cuyas obras son un retrato social y político de la historia reciente de España. Como dice su alter ego Juan Delforo en su última novela, “Gloria bendita” (Alianza editorial), la literatura no trata de la verdad ni de la mentira, sino sobre la complejidad del mundo y de la vida; pero las palabras y las vidas de sus personajes son tan reales que, leyéndola, uno comprende por fin la sociedad en que vive. La historia que cuenta Juan Madrid en “Gloria bendita” les sonará a sus lectores, pues está ceñida a la actualidad, y por ella planean las andanzas del Rey Emérito, de ciertos comisarios corruptos y de una clase política y empresarial que entronca con el franquismo a través de la Transición. Prácticas que Juan Madrid conoce bien desde que trabajara como periodista en Diario 16, actividad que dejó para convertirse en el gran maestro de la novela negra en España y en uno de nuestros pocos grandes escritores vivos, en los que el compromiso literario no puede disociarse del compromiso personal, y que está más allá de influencias e intereses, de las miserias comunes de las carreras profesionales o literarias. Después de superar un ictus, Juan Madrid ha escrito una novela lúcida y rotunda, donde cada palabra es el resultado de una lucha con la memoria personal y la memoria de España. Y me imagino el esfuerzo titánico que ha supuesto su escritura contra el vacío del pensamiento, contra el olvido político y la pérdida de la propia identidad. Me lo imagino haciendo y rehaciendo mapas, esquemas y bocetos en su casa de Salobreña, desde donde Juan Delforo llama por teléfono –a nosotros, quizá, como lectores- en el primer capítulo de esta novela. Según cuenta el escritor en el epílogo, llegó a trabajar con seis versiones del manuscrito a la vez. Y tal vez por esa razón los personajes –casi personas de carne y hueso- de “Gloria bendita” son sobre todo luchadores, como María, Emilia, el propio Juan Delforo o Bernabé, aunque sean las mujeres las que no por casualidad muestran un carácter más firme y determinante, tres generaciones de una familia que se empeña en sobrevivir y en saber. La literatura –y no la política- es el arte de lo que no se ve. Gracias, Juan. De verdad que esta novela es gloria bendita.

IDEAL (La Cerradura), 16/11/2020

lunes, 9 de noviembre de 2020

Semáforos

Una de las consecuencias insospechadas de la pandemia es la reducción del tiempo de los semáforos. Para los peatones, claro, que si tienen cierta edad se las ven y se las desean para cruzar la calle antes de que se pongan en rojo. Algunos, si no se dan prisa, pueden morir atropellados por un coche en vez de por el coronavirus. Ése es el futuro: ciudades en las que sólo circularán los coches si sus conductores están debidamente autorizados o han sido sustituidos por robots, que va a ser la única solución para muchas empresas: sustituir a los trabajadores por máquinas inmunes a los patógenos. Lo malo es que, a este paso, habrá que sustituir también a los empresarios, por lo que acaso se cumpla por fin el sueño de Pedro Sánchez: teledirigir un país en vez de gobernarlo. ¿O era el sueño de Pablo Iglesias? España se parece cada vez más al mundo orwelliano de 1984, y a falta de un Ministerio de la Verdad, el Gobierno ha creado una Comisión Permanente para velar “por la pluralidad informativa”. ¿Desde cuándo hay que velar por el ejercicio del derecho a la información, más allá de los límites que impone el Código Penal? ¿Hay una carrera gubernamental para limitar derechos fundamentales? Suprimida la libertad de circulación del artículo 19 de la Constitución española con la declaración ilegal del estado de alarma, seguimos por el artículo 20, que según el Tribunal Constitucional es la base de la existencia de una opinión pública libre y del propio sistema democrático. Si valorásemos las últimas actuaciones del Gobierno según el semáforo creado por el Ministerio de Sanidad para evaluar los riesgos del coronavirus, el ejecutivo genera ya un peligro extremo para la democracia. Porque puestos a vulnerar preceptos constitucionales, tampoco presenta al parecer ningún problema el artículo 3, que señala que “el castellano es la lengua oficial del Estado”, que “todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho de usarla”, y que “las demás lenguas españolas serán también oficiales en sus respectivas Comunidades Autónomas”. ¿Cómo puede pactar entonces el Gobierno con ERC que deje de utilizarse el castellano en las escuelas de Cataluña? Si fuera por algunos nacionalistas, se distinguiría hasta entre aerosoles españoles y catalanes. Los presupuestos generales del Estado son otro semáforo de este país, pero para su aprobación el Gobierno se está saltando demasiadas señales en rojo. Y no tiene para ello la autorización de los ciudadanos. Las elecciones no otorgan en democracia una carta en blanco.

IDEAL (La Cerradura), 8/11/2020

lunes, 2 de noviembre de 2020

Excepción

El poco respeto de nuestra clase política por la Constitución española lo han personificado los 194 diputados que han apoyado esta semana en el Congreso la declaración del estado de alarma durante seis meses, una medida inconstitucional si atendemos al artículo 55, que requiere taxativamente la declaración del estado de excepción para privar a los ciudadanos de los derechos fundamentales de libertad de circulación y de reunión. Pero se ve que esa palabra suena demasiado fuerte, como el toque de queda, por lo que no tienen el Gobierno y sus señorías inconveniente alguno en saltarse las normas, como el presidente Pedro Sánchez, que no defendió esta medida en el Congreso ni está dispuesto a pedir su prórroga cada quince días, como exige la ley orgánica correspondiente, lo que nos da la medida de sus convicciones democráticas. Porque si la situación sanitaria requiere la aplicación de estas medidas, se tendrá que utilizar el instrumento jurídico correspondiente, con el respeto escrupuloso a los derechos de los ciudadanos y con las debidas garantías democráticas. Y es inconstitucional la delegación de estas competencias exorbitantes a las comunidades autónomas, que con sus decisiones contradictorias han generado un verdadero caos social y han aumentado la inseguridad de la ciudadanía, lo que nos da también una medida de la idea que tienen algunos de una república plurinacional, pues el Estado autonómico lo que demanda es que las medidas se tomen coordinadamente, y cualquier persona con sentido común entiende que sería mucho más efectivo un mando sanitario único, aunque sólo fuera para ahorrar recursos. En los próximos meses, ¿van a seguir cobrando sus sueldos sus señorías? ¿Se lo quieren explicar a los miles de ciudadanos a los que se les prometió los ERTE y el sueldo mínimo y que una Administración pública en estado de alarma aún no ha tramitado? El hambre es también una pandemia, y está ya presente en nuestras ciudades, dentro y fuera de las casas, y no va a evitarse con medidas excepcionales. Lo peor es la hipocresía con que se pide adhesión y apoyo a este cúmulo de disparates, porque la ideología no puede ejercerse sin democracia, algo más importante que ser de izquierdas o de derechas. Desde luego, las formas de este Gobierno no son progresistas, sino demagógicas y totalitarias. Qué triste para un país que viene de una guerra civil, una dictadura y una transición democrática, aunque haya quienes la nieguen. Desde el ejercicio de un poder delirante, este Gobierno les está dando la razón. Tenemos demasiados dictadores del miedo.

IDEAL (La Cerradura), 1/11/2020

lunes, 19 de octubre de 2020

Ocio y cultura

La decisión de la Junta de Andalucía de cerrar la UGR mientras continúan abiertos pubs y discotecas ilustra bien la escala de valores de nuestros políticos, que para evitar los desmadres de los jóvenes han decidido darles diez días de vacaciones. ¡Viva el botellón! Porque se ve que los contagios se producen en las aulas y no en los locales de ocio, cuando la realidad es la contraria. En las aulas los alumnos cumplen estrictamente las medidas de higiene y los protocolos de seguridad, pero algunos, cuando salen, no lo hacen, como pudieron apreciar el pasado fin de semana los espectadores de toda España, atónitos con el espectáculo de la calle Ganivet. ¿Se ha sancionado a los locales que permiten que sus clientes beban en la calle? ¿Se multó a las personas que no llevaban mascarilla, muchas de ellas turistas? Los “trending topic” y no criterios científicos parecen fundamentar hoy las decisiones políticas, y claro, hay que cuidar la hostelería, que es la primera industria granadina, cuando debería serlo la UGR, que es donde se educa en el estudio y el trabajo, en utilizar las neuronas y no destruirlas. Pero se nota el estropicio cultural en los que se han apresurado a acuñar el eslogan “bares sí, universidad no”, que como la mayoría de los eslóganes simplifica la cuestión. Hay pocas cosas mejores que alargar la sobremesa o adentrarse en la madrugada conversando entre amigos en un buen restaurante o taberna, que pueden ser también universidades del saber estar. Pero el ocio que se prima en Granada es tan efímero como el paso de esos turistas que atestan un rato el Paseo de los tristes y luego dan la nota en el centro, toreando a los coches o a la policía. Y ya no es tan fácil trabajar en el aula o en el despacho y luego alternar un rato en bares como La Tertulia o El Bohemia y restaurantes como El Sevilla, cuyas barras y mesas han sido verdaderas aulas, y donde podías ver a poetas como Javier Egea escribiendo en servilletas. No es, sin embargo, lo que se estila ahora. ¿Hay que cerrar la UGR para no tener que cerrar la ciudad? Ése es un argumento tan pobre que sólo demuestra impotencia, cuando no incompetencia. Si algún día cerrase de verdad la UGR, entonces sí que tendría que cerrarse Granada, que no se entiende sin su universidad y tampoco sin sus bares, donde se han prolongado (y no siempre terminado) las conversaciones iniciadas en las aulas.

IDEAL (La Cerradura), 18/10/2020

lunes, 12 de octubre de 2020

Pesadillas

Mientras la mitad de la población tiene pesadillas con el confinamiento, el Gobierno ha cerrado Madrid, porque ya sabemos que una de las potestades ejecutivas del presidente Sánchez es convertirse en Freddy Krueger, aunque antes de sus intervenciones haya pianistas que toquen el Himno de la alegría. Hace dúo con su vicepresidente Pablo Iglesias, que últimamente lleva pinta de samurái, y despotrica del Poder Judicial, del Rey y de lo que haga falta, siempre que se trate de cuestiones que a él le afecten personalmente, protegido por el aforamiento que le otorga el Estado de Derecho, aunque él, representándolo, no lo respete. ¿Figuraba en el programa electoral de Podemos eliminar los aforamientos? Pero es que hay quien no distingue entre la vigilia y el sueño, y los idealismos suelen creérselos mientras sueñan, pero no cuando están en la realidad y hay que comprase una casa, por ejemplo, que es el momento de cambiar el apartamento por el mejor chalé de la urbanización, siempre que lo legitime la asamblea del partido –que nunca iba a ser un partido-. ¿Se puede hacer uno el harakiri con sus propias ideas? Se puede, aunque para maquillarlo utilicemos las mesnadas de acólitos en las redes sociales, que son los “walking dead” de la realidad, que si no muerden más es porque no les dejan, pero todo se andará. Uno empieza por despotricar de la justicia, luego trata de cambiar las leyes, y si no puede deslegitima el sistema para sustituirlo por otro diferente que se parezca a sus sueños y a las pesadillas de los ciudadanos, una nueva inversión de la realidad. “¡Ahora juego con el poder!”, dice Freddy Krueger mientras afila las cuchillas de sus guantes. Será que se acerca Halloween. Luego está la Covid-19, ese Krueger minúsculo, que hace las delicias de monstruos reales como Donald Trump, tan tonto como los tiempos que corren, un peligro para sí mismo, su país y toda la comunidad internacional, pero que volverá a ser votado por los “walking dead” que disfrutan de la hecatombe. Menudo panorama. Será porque no he dormido bien, y es difícil volverse inmune al bombardeo constante de malas noticias. Las pesadillas pueden ser de muchos tipos, políticas, económicas, nacionales, domésticas… “Seis horas de sueño bastan al joven y al anciano; siete le dejamos apenas al perezoso; a nadie concedemos ocho”. La cara de la persona dormida muestra muchas cosas que esconde cuando está despierta, así que quizá andemos dormidos. Cuando despertó, el homo sapiens seguía allí. Y llevaba mascarilla.

IDEAL (La Cerradura), 11/10/2020

lunes, 5 de octubre de 2020

Cabezudos

Si cada uno de nuestros representantes públicos tuviera que asumir su responsabilidad por las contradicciones, vacilaciones y errores manifestados en la gestión de esta crisis sanitaria, no quedaría títere con cabeza ni en el gobierno de la nación ni en los gobiernos autonómicos ni en muchas corporaciones locales, terminando en el Ayuntamiento de Granada, a cuyo alcalde le deseamos un rápido restablecimiento. De todos modos, mientras tanto tenemos a los concejales para las mismas ocurrencias, como denunciar a los dueños de los pisos donde los estudiantes celebran botellones a la AEAT para que compruebe si declaran correctamente sus rendimientos del capital inmobiliario. ¿Y qué tienen que ver las declaraciones de la renta de estos señores con las molestias causadas por los inquilinos de sus bienes inmuebles? Se ve que mucho, pues en el Ayuntamiento creen que el temor a una multa de Hacienda es mayor que al de una multa municipal por incumplir la ordenanza de la convivencia, por lo que los dueños educarán a los estudiantes. ¡Ja, ja, ja! Un ejemplo de pensamiento político retorcido, con delaciones y venganzas incluidas, típicas de las series que hoy suele ver la clase media para su evasión mental. Quizá acabarían antes si denunciaran a los propios estudiantes a la Universidad de Granada para que les suspendan las matrículas o las asignaturas directamente, cosa que tampoco tiene nada que ver con hacer botellones, pero que podría resultar efectiva. El caso es que esta procesión del disparate nacional continúa encabezada por Pedro Sánchez, seguido de Isabel Díaz Ayuso, Salvador Illa, Fernando Simón y decenas de consejeros autonómicos y alcaldes y concejales que van sacándoles la lengua y pegándoles con vejigas hinchadas a los ciudadanos que les preguntan si van a poder ir a trabajar o a tener que quedarse en sus casas confinados para ver por televisión el espectáculo. Y para sufragar esta enajenación institucional, gobierno y socios parlamentarios acabarán aprobando unos presupuestos donde habrá una subida de impuestos, empezando por el IVA, que es el tributo regresivo por excelencia y lo pagarán todos los ciudadanos independientemente de su riqueza, y no esos políticos con sus cabezas. Porque no tenemos cabezas pensantes, no, sino cabezones de cartón-piedra que participan en la procesión pública, como las máscaras que antes no debíamos ponernos y que ahora no podemos quitarnos. También debe de ser una broma aplicar el estado de alarma o suspender la autonomía de Cataluña o de Madrid, que tiene pocos deseos de independencia, aunque la presidenta Ayuso vaya a su aire. Menuda Tarasca.

IDEAL (La Cerradura), 5/10/2020

lunes, 28 de septiembre de 2020

La idea de España

La frase de la presidenta Isabel Díaz Ayuso, “Madrid es España dentro de España”, resulta reveladora de la manera de pensar de nuestros políticos. Cada uno tiene su idea de España, claro, probablemente como cada español, pero el problema es que ellos deben trabajar por un proyecto común centrado en cosas mucho más básicas, que empiezan por los servicios públicos. La prestación de estos servicios es lo único que justifica la existencia de una descentralización administrativa y de las propias Administraciones públicas, y de ahí también que, en referencia a las personas que las representan, se hablara antes de “vocación de servicio público”, “servir a los intereses generales”, “servidores públicos” y otras expresiones que hoy resultan ridículas, sobre todo porque no es lo que mueve actualmente a los cargos que tienen mayor responsabilidad, empezando por el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que ha construido su prestigio sobre la base de hacer lo contrario de lo que promete o pacta, por lo que no saben a qué atenerse ni sus adversarios ni sus socios de gobierno ni incluso los miembros de su partido; es decir, que entre la clase política se aplaude a la gente que no es digna de confianza. Así, es normal que en las distintas encuestas los españoles figuren como los europeos más pesimistas. Ven que los presupuestos generales tienen que pactarse con aquellos partidos políticos que lo que promueven es independizarse de España; que ocho meses después del inicio de la pandemia los presidentes autonómicos y el presidente del Gobierno tienen que reunirse para coordinar mecanismos de actuación; que, dentro de ese mismo gobierno, el presidente tiene que negociar con su vicepresidente para prolongar las ayudas laborales y sociales; que si en su familia hay algún contagiado tienen que aislarse y arreglárselas como puedan… Además, el 50% de los españoles teme perder su trabajo. Si la idea que tenían nuestros políticos era la de una España aterrorizada, lo han conseguido. A los enfermos del poder que disfrutan con Juego de Tronos estas pesadillas los llevan al séptimo cielo, como convertir España en una república plurinacional y quizá bananera, pues desde luego en este país no invertimos en ciencia, sino en demagogia. Total, que el tema de España, que tanto interesó a Ortega y Gasset, Unamuno y otros intelectuales que hoy día brillan por su ausencia, se ha convertido en una caricatura subida en un Falcon que va arrastrando una coleta; pero, fundamentalmente, en una crisis sanitaria, económica y política colosal. Y se estrellará. Sálvese quien pueda.

IDEAL (La Cerradura), 27/09/2020

lunes, 21 de septiembre de 2020

Quimeras

Las quimeras de la clase política española están siendo caricaturizadas por la pandemia, y cuando las cifras de contagiados de Madrid, por ejemplo, son de las más altas de Europa, resulta lamentable tener que asistir a bailes institucionales para coordinar a la administración local, autonómica y estatal, que tienen que hacer el paripé de reunirse en la Puerta del Sol, porque al parecer no saben solucionar nada con una llamada telefónica. Mientras los partidos de la coalición del Gobierno siguen discutiendo sobre las posibilidades de un Estado federal o plurinacional, vemos que el Estado autonómico va desangrándose precisamente por una excesiva descentralización en las competencias que emergencias como ésta requieren de una dirección única y cohesionadora: sanidad y educación. Pero lo mismo que la historia de España se estudia en cada comunidad como se tercia, la respuesta al Covid-19 varía según la ciudad de España en la que vivas y, como el nacimiento, es una lotería que dispongas o no de camas hospitalarias. En un momento en el que en toda España lo que se necesita es contratar a más médicos y profesores, cada administración tiene que apañárselas como pueda, pues aquí la mayor parte de los recursos se destinan a comunicación y a campañas publicitarias. ¿Qué nos importa ahora la memoria democrática? Hay que sobrevivir para poder recordar el pasado, que suele tener más que ver con la imaginación y las justificaciones personales que con la prescripción. ¿Qué les importan las ocurrencias de Joaquim Torra sobre la independencia de Cataluña a los propios catalanes, cuando no saben si salir de casa? ¿Se están destinando todos los recursos posibles para combatir los efectos sanitarios, sociales y económicos de la pandemia? En plena negociación de los presupuestos, ¿cuáles son las cuestiones esenciales que se están poniendo sobre la mesa? ¿Qué me llevo yo por darte apoyo parlamentario? En estos momentos, los recursos públicos deberían tener un fin concreto, y no destinarlos a quimeras que no sostienen ni siquiera la comunicación política. Nos estamos jugando el futuro de un país, sí, pero, fundamentalmente el de personas y familias sin las que no se entienden naciones, estados ni democracias. Los ciudadanos deberían salir a la calle para exigir a las Administraciones públicas y a los políticos que las representan que asuman de una vez su responsabilidad. No es tiempo de guillotinas, pero quizá sí de tijeras. En los presupuestos públicos sobran dietas, asesores, cargos, carguillos y gastos en marketing. Y sobra también la mitad de las propias administraciones. Estamos hartos de quimeras.

IDEAL (La Cerradura), 20/09/2020

miércoles, 16 de septiembre de 2020

La mano izquierda

Como Paco de Lucía, que confesó que él era de izquierdas “hasta que ganó dos millones de pesetas”, la izquierda española –con mucha menos sinceridad- se ha convertido en burguesa. Lo demuestra Pablo Iglesias, que se ha vuelto tan clasista que ni siquiera entiende el acento de Teodoro García Egea en el Congreso. A él se le entiende sin embargo muy bien, más de lo que le gustaría, aunque lo que le gustaría de verdad sería que Pedro Sánchez dejase de tomarle el pelo. Porque en esta batalla de titiriteros parece ganar el equilibrista, acostumbrado a caminar sobre el abismo. Así, para acallar las críticas sobre la gestión de la pandemia, el Gobierno había anunciado la llegada de la vacuna en diciembre, pero mira por dónde se han torcido los ensayos clínicos, que a diferencia de la política española no pueden dejar lugar a la improvisación. ¿Y ahora qué? Pues fusionamos Bankia y la Caixa para privatizar el rescate bancario del Estado, que es una cosa muy de izquierdas, como el despido de los trabajadores que sobrarán de las oficinas, total, ya vendrán los fondos europeos a rescatarnos el año que viene. Mientras, podemos congelar o bajar el sueldo de los funcionarios, las prestaciones de los ERTE, alargar la edad de jubilación, subir en el mínimo legal las pensiones. Construir un relato del sacrificio y del amor a España. Según Santiago Abascal, este es el peor gobierno en 80 años, pero hay cosas que no cambian. Es la confusión entre la política de los egos y la de los ciudadanos, que ven cómo son los directores y jefes de estudios de institutos y colegios los que tienen que preocuparse por la salud de sus hijos, que los médicos de atención primaria están desbordados, que cierran las tiendas y negocios del centro y del barrio, que los vecinos tienen que concentrarse en la localidad granadina de Escúzar para que no cierre la última sucursal bancaria, y que leen las noticias sobre la Covid-19 como si se tratara del horóscopo. ¿Tendremos un futuro negro, azul o rojo? También decía Paco de Lucía que la mano izquierda era la creativa, y que la mano derecha ejecutaba. Lo dijo en TVE, el nuevo NODO, según ha dicho también Santiago Abascal. La diferencia es que, al salir del plató, a Paco de Lucía le dieron una paliza. Pero ya no es tiempo de metáforas. Ahora, más que a crear, la mano izquierda se dedica en España a la ingeniería política y financiera.

IDEAL (La Cerradura), 13/09/2020

lunes, 7 de septiembre de 2020

Optimistas

En la chabola que veo al pasear por el Camino de las Vacas han puesto una alarma. Los carteles de la compañía de seguridad destacan en la verja que protege una vivienda destartalada, construida con latas y cajas. Aunque claro, también hay plantado en mitad del terreno un mástil con la bandera de España, porque ser ocupa no está reñido con ser patriota. ¿Han conquistado el territorio que habitan u ostentan un título legítimo de propiedad? En un rincón acogedor, sobre un trozo de césped y bajo una sombrilla, hay una mesa y unas sillas que parecen sacadas de un anuncio de IKEA. Y es que no hace falta convertirse en vicepresidente del Gobierno para lograr la república de tu casa. La realidad y la irrealidad se mezclan estos días, y hay quien aprovecha para apropiarse de lo que se le antoja en ese limbo que queda entre los discursos apocalípticos y las personas que se empeñan en que su vida siga igual. Cambia el paisaje como cambian las costumbres, y sólo los optimistas ocupan las calles, jóvenes que han sustituido a sus mayores en las terrazas de los bares, que hacen fiestas y botellones y respiran igual de bien con mascarilla o sin ella. Vetan las reuniones de más de diez personas, los bailes y la barra libre en las bodas, pero la gente continúa quedando en el descampado para montar una barbacoa, y no hay quien los saque de allí. Y qué decir de la vuelta al colegio, de las nuevas normas para los niños, a los que me imagino intercambiándose las mascarillas, restregándose por las paredes y el suelo, investigando virus y bacterias, como debe ser. Las madres preparan uniformes, pasan horas inculcándoles las nuevas normas, aunque sepan que las olvidarán a los tres segundos de volver a ver a sus amigos por fin en clase. Y después gritarán, locos de alegría: “¡Ventilemos las aulas!” Antes de que regrese el ogro telemático. Por doquier resuenan los tópicos para adaptarnos y reinventarnos, pero quien sigue impertérrito en su optimismo es Fernando Simón, que en los primeros días de la pandemia dijo que se trataba de una gripe que causaría como mucho “una o dos muertes”. Encarna a la perfección la definición de optimista de Ambrose Bierce: “defensor de la doctrina de que lo negro es blanco”. Para este gobierno todo lo equivocado es acertado. Unos ponen alarmas y otros crean estados de alarma, pero, puestos a elegir quimeras, prefiero las de la chabola a las del Palacio de la Moncloa.

IDEAL (La Cerradura), 6/09/2020

lunes, 31 de agosto de 2020

La guerra de Gila

Meses después de que el presidente Pedro Sánchez, con su lenguaje de cómic, anunciara la victoria y el comienzo de una nueva era, seguimos más o menos igual, pendientes del hilo de la evolución de la pandemia, sin estar seguros de si nuestros hijos irán normalmente al colegio, si podremos trabajar, si no nos encerrarán para velar por nuestra salud o continuar jugando con nuestro destino. Lo que era un problema estatal ahora es un problema autonómico, y mientras se anuncia la compra de millones de vacunas políticos y partidos fragmentan la seguridad, intranquilizan a la población, no son capaces de articular un plan único, fiable, si no meridianamente claro al menos para que la gente sepa a qué atenerse. Pero la improvisación es el verdadero virus de la política española, y acostumbrados a obrar en función del calendario electoral y los sondeos de opinión, los que tienen que tomar decisiones son incapaces de realizar políticas sanitarias a medio o largo plazo. Aquí se llevan más las tiritas y las gasas. Durante el mes de agosto todavía podía justificarse el aturdimiento veraniego, pero la llegada de septiembre nos pone frente a un espejo en el que el moreno dura dos días y la grasa vuelve a hacerse visible. Mientras tanto, la gente sigue muriendo, aunque hay quien le quita hierro hablando de la menor agresividad del virus y de la curva de población, porque la masacre la siguen sufriendo nuestros mayores. ¿Hay humanidad en estos comportamientos? Aislar a los mayores en residencias es recurrir a guetos, que se parecen demasiado hoy a campos fúnebres. Han muerto por miles, y no veo que el gobierno estatal o los gobiernos autonómicos hagan algo para remediarlo. El saber y el respeto y la memoria de una guerra real que sufrió España no hace tantos años mueren con esas personas, que nos dejan un país que parece una caricatura, la llamada telefónica de un Gila póstumo. El enemigo no va a contestar al teléfono, pero continúa sin haber una respuesta política única a esta pandemia. España ha sido uno de los países que peor ha gestionado la primera ola de la Covid-19, y pasándole la patata caliente a las Comunidades Autónomas sólo ha complicado la respuesta a la segunda. No hay test masivos, no existen directrices claras. A una semana del comienzo del curso escolar, se han reunido los ministros de Sanidad, Educación y Política Territorial con los consejeros autonómicos correspondientes para analizar la vuelta a clase. “¿Está el enemigo? Que se ponga”.

IDEAL (La Cerradura), 30/08/2020

lunes, 24 de agosto de 2020

El paciente

Creo que debido a la saturación informativa por la Covid-19 me puse malo. Se me hincharon los ganglios del cuello, me dieron escalofríos, incluso fiebre, aunque curiosamente para abajo. En resumidas cuentas: se me metió en el cuerpo el malestar reinante. Yo no suelo molestar a los médicos si no es estrictamente necesario, pero mi mujer me convenció de que llamara y pidiera cita. “Total”, me dijo. “Si ni siquiera tienes que ir, te llaman por teléfono”. Ante una lógica tan aplastante, no pude negarme. Era jueves y me dieron cita para el martes siguiente. Durante el fin de semana, luché denodadamente contra el malestar exterior e interior: me metía o salía de la cama en función de la temperatura corporal y nacional. Pero el lunes estaba mejor, e incluso casi recuperado el martes. “Qué le digo ahora al médico?”, pensé. “¿Le cuento mi calvario del fin de semana o que ya estoy bien?” El médico debía de estar muy ocupado o haber adivinado mis dudas, pues el martes no me llamó. “¿Ves?”, le dije a mi mujer. “Si ya lo sabía yo”. Mi mujer no siempre me deja que me salga con la mía, y se metió en el programa de citas de la Junta. “Pues aquí pone que te han llamado”. “Ah, ¿sí?”, repuse. “¿Y por qué no ha sonado el teléfono ni tengo ningún registro de llamada?” Mi mujer me miró meneando la cabeza, como si fuera el culpable de algo, y creo que de la frustración que sentí empezó a subirme la fiebre. “Mañana tienes que llamar al centro médico”, sentenció. “Y temprano”. Así que eso hice el miércoles, y al quinto intento me cogieron el teléfono. Le conté a la telefonista con mi voz de enfermo lo que había pasado y me dijo: “Hum… ¿No le ha llamado el médico?” Comprobó mi número de teléfono y me dijo que a partir de las doce me volvería a llamar. Me quedé con las ganas de decirle que no podían volver a llamar a quien no habían llamado antes, pero opté por callar prudentemente y esperar. El caso es que a las doce y media no me habían llamado, pero yo me encontraba mejor. A la una y media tampoco había sonado el teléfono, y yo estaba como nuevo. A las dos y media mi teléfono por fin sonó. Yo pensé que el último recurso de la Seguridad Social era curarnos a base de ejercitar la paciencia y, como el tratamiento había surtido efecto, no contesté la llamada.

IDEAL (La Cerradura), 23/08/2020

lunes, 17 de agosto de 2020

Máquinas

Ante las urgencias de todo tipo provocadas por la Covid-19, hay administraciones que están en la realidad, otras en la irrealidad y otras simplemente en la inopia. Como suele ser habitual, entre estas últimas se encuentra el Ayuntamiento de Granada, que con el auspicio surrealista de la consejería de la Junta correspondiente, para revitalizar el turismo quiere poner máquinas que reproduzcan el sonido de los pájaros y aromaticen los miradores del Albaicín. “¿What? ¿Are you crazy? ¿Es el día del turista inocente?” Se ve que no tienen mucha confianza en que sobrevivan los pájaros y los vecinos del barrio, pero quieren un barrio turístico a toda costa, aunque sea fantasmal. Pero es lo que pasa cuando se maneja dinero público. Malgastarlo no duele. Si le plantearas algo así a tu pareja, ésta haría todo lo posible para incapacitarte judicialmente por pródigo. No hay dinero para mascarillas, ni para hacer test PCR a la población, pero para comprar autómatas sí. El caso es que en mitad de una epidemia nacional, España personifica una descentralización administrativa caótica, con el Gobierno central pasándole la pelota sanitaria a las comunidades autónomas, que para eso tienen las competencias, y las administraciones locales haciendo lo que pueden, actuando sensatamente en la Puebla de don Fadrique o Busquístar, y otros espantando moscas. Por eso hay quien reclama que vuelva a declararse el estado de alarma. Más vale una sola dirección, aunque sea mala, que diecisiete decisiones autonómicas, más las decisiones de las dos ciudades autónomas y de los 8.131 municipios que tiene España. Aunque uno nunca sabe qué es peor. Resulta un milagro que este país siga unido cuando cada una de las 50 provincias (que se me olvidaban) tira para su lado, y eso que ni siquiera cuento con Cataluña y el resto de las nacionalidades históricas, que por obra de los pactos autonómicos son ahora todas las regiones españolas. ¿No se están mareando? Representa un esfuerzo hercúleo mantener un equilibrio entre tantas fuerzas e intereses contrapuestos, pero ¡bendito país! Cuando atendiendo a la actualidad uno no sabe si sería mejor recurrir a la cicuta como el maestro Séneca, abre el periódico y casi se muere de un ataque de risa al leer las noticias locales. ¿No podrían poner una máquina para gestionar el consistorio? De todos modos, creo que la mayoría de los concejales del equipo de gobierno anda de vacaciones. Tanta genialidad debe cansar un huevo. Lo lleva en la mano un jinete a lomos de un caballo en la fachada del Ayuntamiento.

IDEAL (La Cerradura), 16/08/2020

lunes, 10 de agosto de 2020

El exilio o la fuga

La categoría de un país se mide también por cómo trata a sus personajes públicos, y que el Rey emérito haya tenido que exiliarse demuestra muy poco respeto por el personaje (que tampoco se ha mostrado en los últimos años digno de respeto), pero asimismo por la historia de España. Total, Juan Carlos I no ha hecho algo muy diferente a lo que hacen habitualmente artistas y deportistas, y habría que ver cuántos miembros del Consejo de Ministros utilizan sociedades para tributar menos a Hacienda. El Rey emérito aceptó pagos de Arabia Saudí como el actual vicepresidente del Gobierno los aceptó de Irán y Venezuela, al menos eso es lo que cuenta la prensa, y para todos debería valer la presunción de inocencia. El que no la necesita es Pedro Sánchez, que se va a veranear tranquilamente al palacio de La Mareta, un regalo del rey Hussein de Jordania a Juan Carlos I y que éste cedió al Patrimonio Nacional, porque aquí se es republicano sólo cuando interesa, y lo que más abunda es la hipocresía y la desvergüenza. Es cierto que Juan Carlos I fue el sucesor nombrado por Franco, pero también la ley de Reforma Política fue la última ley franquista, y si no ha habido una verdadera ruptura jurídica con el régimen franquista sí la ha habido en la persona del propio Juan Carlos I, convertido en jefe del Estado y símbolo de la monarquía parlamentaria. Es decir que, si le hubiera dado la gana, no hubiera habido democracia en España, y eso es algo bien distinto a sentarse por la noche a ver Juego de Tronos. La diferencia entre la clase política de la Transición y la actual es que mientras aquélla creció sufriendo las secuelas de una guerra civil y una dictadura, ésta lo hizo viendo en el cine La Guerra de las Galaxias. Y se nota. ¿Cuántos de los actuales líderes políticos son capaces de hacer un sacrificio para pactar con el contrario? Ni siquiera con una pandemia que ha causado decenas de miles de muertos (todavía esperamos cifras oficiales verdaderas) hemos visto un gran pacto político nacional. No les interesa a nuestros políticos, que carecen de una idea o un proyecto de Estado, fuera del análisis de la intención de voto y los fundamentos de la comunicación política. ¿Una república? El presidente Sánchez ha volado en dos aviones Falcon de las Fuerzas Armadas al palacio de la Mareta, en Lanzarote. Otra película: Exilio y fuga. Mientras, la casa está vacía. Y sin barrer.

IDEAL (La Cerradura), 9/08/2020

lunes, 3 de agosto de 2020

Milagros


En mitad de la fiebre tecnológica, hemos vuelto a la Edad Media. Contagiados por los economistas, que hablan de una caída apocalíptica del PIB, políticos como la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, contratan a sacerdotes para que vayan a los hospitales públicos a darles la extremaunción a los enfermos de coronavirus. Porque para contratar más médicos y comprar respiradores y mascarillas no dan las arcas públicas, pero, por fortuna, resulta más barato contactar con el Más Allá, donde quizá haya también tráfico de influencias. Los ricos son los primeros que se comprarán en la Tierra la vacuna, pero, por si las moscas, van engatusando a San Pedro para que les ponga a la derecha del Padre, que en la izquierda ya está el ángel caído Pablo Iglesias, justo al lado de Simón Bolívar, el Che Guevara y otros demonios de la escolástica del PP. ¡La peste, hijos míos! La Covid-19 no entiende, sin embargo, de milagros, y aunque Fernando Simón, que también tiene nombre bíblico (de hecho, sabe multiplicarse, pues resulta que él solo era todo el “comité de expertos” del Gobierno), niegue la existencia de una segunda ola de la pandemia, prefiere que no vengan más olas de turistas belgas y británicos, para que no traigan virus extranjeros. A la entrada de las catedrales de hoy, que son los centros comerciales, hay botes de hidrogel y no pilas de agua bendita, aunque con cuarenta y dos grados a la sombra lo mismo podrían ponerlas y bautizarnos tres veces al día, que hay que estar limpios por fuera y por dentro. Mientras, Vox planea para septiembre una nueva reconquista en forma de moción de censura. ¿Lograrán resucitar a los Reyes Católicos? ¿Echarán a los infieles de España? Todo esto lo pienso leyendo el periódico, bajo una sombrilla, en la playa de Salobreña. Cerca, a la distancia preceptiva, hay una pareja. La mujer lee el periódico como yo; el hombre, una novela de John Connolly que conozco. La mujer, oronda y sudorosa, le dice a su marido, también orondo y sudoroso en estos momentos, sentado en una silla a su lado: “Pues hoy ha refrescado un poco, ¿no?” El hombre mira a la mujer como si no la entendiera, e imagino leer lo que él lee: “Estaba desnuda, sentada en la cama, una mujer enorme cuya corpulencia no había mermado la muerte”. Levanta la vista y contesta por fin: “Ha refrescado, sí”. Entonces vino Dios de la mano de Isabel Díaz Ayuso y nos libró del aburrimiento.
IDEAL (La Cerradura), 2/08/2020

lunes, 27 de julio de 2020

Usos de la mascarilla


Menos para tapar la nariz y la boca, la gente utiliza la mascarilla para cualquier cosa: de codera, de barbillera, de sombrero, de salvapantallas, incluso hay quien la utiliza para limpiarse el sudor y sonarse los mocos. ¡Será por virus! Los más cachondos son los jóvenes que la llevan en la frente como una bandera, como hay quien no se quita la bandera de la nariz. Las mascarillas personalizadas se han convertido en un negocio, y lo mismo te puedes cruzar con el Joker y Spiderman que con quien luce una enseña republicana. Pues hay quien ha descubierto ahora la república, después de descubrir los trapos sucios del Rey emérito. ¿No habíamos lavado todos los trapos sucios en la transición? España entera se pone la mascarilla para mirar a sus instituciones. Pero hay políticos que llevan una máscara permanente de carne y hueso, por mucho que la laven. No saben nada. No vieron nada. No supieron nada. Sólo se saben los pasajes bíblicos que hablan del cinismo. La mano derecha no conoce lo que hace la izquierda. ¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano, de mi concejal, de mi padre? La ignorancia de las leyes no exime de su cumplimiento ni las mascarillas nos libran de los tufos políticos, pero también están los insumisos, que ni cumplen las normas ni se tapan la cara porque no les da la gana. ¿Pedirán un certificado médico que les permita hacer trampa? Hay quien ya piensa en jubilarse anticipadamente gracias a la Covid-19. Pero serán muy pocos los que puedan conseguirlo, las mascarillas son buenas incluso para los asmáticos, y ha quebrado la Seguridad Social. “¡Que te tapes la boca!”, se grita ahora la gente por la calle. Y hay quien se ahoga de sólo pensarlo, aunque pueda respirar. Luego están los que celebran la vida con la boca bien abierta, para que encaje el litro de calimocho. Por eso la Junta de Andalucía piensa prohibir los botellones y cerrar los locales nocturnos, pues peores que los veinteañeros son los que tienen la crisis de los cincuenta, que no saben de horarios ni mascarillas hasta que terminan en el hospital. “¡Que viene la poli!” Sólo entonces se suben la mascarilla desde la barbilla o el cuello, o la bajan de la calva, o se limpian el codo y el antebrazo y la mano antes de llevársela a la boca, o la sacan del bolsillo, la miran y se preguntan: “¿De quién será este número de teléfono?” Ojalá no sea el de urgencias.
IDEAL (La Cerradura), 26/07/2020

lunes, 20 de julio de 2020

El VAR


La nueva normalidad se parece al nuevo fútbol: público de pega en las gradas, ovaciones grabadas, el VAR para las dudas… Aunque de pronto hay una cámara que descubre los asientos vacíos, se apagan las grabaciones y escuchas las voces de los jugadores en un estadio deshabitado, salvo por los equipos y los árbitros. Debería ser más sencillo jugar así, pero no, el vídeo arbitraje tampoco acierta siempre, y circulan las teorías conspirativas sobre una liga que ha ganado el Real Madrid por ser el mejor equipo en 38 partidos. ¿Qué dirán los árbitros? ¿Volveremos al confinamiento? El ministro Illa habla del estado de alarma como si fuera la espada de Damocles, y los ciudadanos cuentan las cifras de contagios como han contado los puntos obtenidos por su equipo los aficionados del Madrid: hay que echar cuentas para poder centrarse en la rutina. ¿Viviremos en paz? Según los expertos, los contagios provienen de un exceso de alegría: hemos acudido demasiado pronto a las discotecas y a los restaurantes, a las playas, y se han desbocado las reuniones familiares, las comuniones y celebraciones, incluso los entierros. ¿Pueden contagiarnos los muertos? Hay quien piensa que sí, y por eso elabora complejos estudios estadísticos, para acomplejar a las autoridades sanitarias. “Usted da asco”, le han dicho al bueno de Fernando Simón, que debe de estar más bien asqueado, pensando en el día en que decidió dedicarse a los estudios pandémicos. La política es otra pandemia, y la realidad se parece ahora a un recinto del que no podremos escapar. Allí donde vayamos nos encontraremos con nosotros mismos y con la posibilidad de un contagio. ¿Cuántos recursos hemos destinado a evitarlos? ¿Podemos evitarlos? En las clases separaremos a los alumnos, que fuera de institutos y universidades saldrán de fiesta como siempre, se restregarán y morrearán y harán bien, porque las autoridades no saben a ciencia cierta lo que pasa, con VAR o sin VAR, sean las clases presenciales, semipresenciales u online, en escenarios A, B o C, porque los programas educativos tienen más que ver en estos momentos con las artes escénicas. Así, hay quien prefiere abandonase a su suerte, sin tener en cuenta que puede convertirse en un peligro para los demás. Y ése es el verdadero peligro de esta sociedad, si no aprendemos a pensar en el otro, cuya vida depende de nuestra propia responsabilidad. Responsabilidad. Es una palabra grave. En los estadios resuenan quejas, gritos, vítores y cánticos fantasmales. “You'll never walk alone”, cantan los hinchas del Liverpool. No podemos caminar solos.
IDEAL (La Cerradura), 19/07/2020

lunes, 13 de julio de 2020

El runrún


Los negocios de la costa están al cincuenta por ciento, y hay un mantra que se repite entre restauradores y hosteleros: “Hay que aguantar”. El horizonte es el otoño, pero entre la gente hay un runrún sobre encierros y rebrotes. Vivimos en la provisionalidad, y para salir de ella no ayudan los miedos ni las advertencias que vienen del ministerio de Sanidad. ¿Van a confinarnos de nuevo? Mientras tanto, hay quien ha entonado el “carpe diem”, y vive como si el mundo fuera a acabarse mañana, lo que no contribuye a mejorar las cosas, ya que prescinden de mascarillas y otras medidas higiénicas. “Las mascarillas son de maricas”, ha dicho el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, que si no muere de coronavirus lo hará de estupidez congénita, como su colega Donald Trump, que ha logrado que el país más desarrollado del mundo sufra como uno subdesarrollado la pandemia. Los virus no distinguen entre prejuicios e ideologías, pero en una época como ésta tener a embaucadores como presidentes es la mayor de las tragedias. ¿Cómo se puede coordinar así una respuesta mundial? Trump arrambla con las reservas de antivirales del mundo, pero antes de las elecciones los ciudadanos no tienen medios para curarse de él. En Andalucía, el presidente de la Junta, Juan Manuel Moreno Bonilla, no descarta los confinamientos parciales, y en Granada, donde se han producido diez rebrotes, la incertidumbre es mayor. ¿Huimos a la playa? ¿Nos vamos al campo? ¿No nos movemos del cinturón? Se ha disparado la demanda de casas con jardín y piscina, y hay quien ya se construye un búnker en el patio. ¿Sobreviviremos a la paranoia? Crecen los rebrotes y los enanos de la política, que no contribuyen al optimismo. ¿Subida de impuestos? ¿Congelación de salarios? ¿Quién va a pagar la factura sanitaria? España ha puesto sus esperanzas en el Fondo de Recuperación europeo, pero países como Holanda no están por la labor. “En Bruselas no hay amigo ni enemigo pequeño”, dicen los diplomáticos, que no son capaces de arrancar un acuerdo de colaboración para salvar de la ruina a España e Italia, los países que más han sufrido la Covid-19. Es la comidilla del Eurogrupo, donde se ha estrellado esta semana Nadia Calviño. ¿Nos rescatarán? El runrún será el éxito musical del verano, pero, como cantaría la Casa Azul, podría ser peor: “Va a costar/hacer ver que no hay dolor, que todo sigue igual,/ esconder los desperfectos y disimular/. Qué bonita es la felicidad”. Vendrán el virus y el rescate. Y bailaremos.
IDEAL (La Cerradura), 12/07/2020

lunes, 29 de junio de 2020

Limpios


Las nuevas costumbres acaban con las manías. Ahora todos somos maniáticos, y nos lavamos las manos una, dos, tres veces, cada vez que nos subimos a un autobús, entramos en la oficina, en un comercio, en un bar, y cuando salimos y volvemos a casa. “Pues sí que te lavas tú las manos”, solían decirte. Ahora lo raro es quien no se las lava treinta veces al día, a pesar de la urticaria. ¿Podemos tocar las cosas? ¿Podemos tocarnos? ¿Nos reconocemos a pesar de la mascarilla? Los equívocos son continuos, y no quiero ni pensar lo que le sucederá al que se le ocurra salir a ligar. Habrá que recurrir al móvil, que mandará nuestra foto por contacto de Bluetooth, para que aparezcamos sonrientes en la pantalla. Ah, ¿éste eres tú? Cambiar las normas de la realidad es como darle la vuelta al mundo. Hasta que el cerebro vuelva a acostumbrarse, veremos a la gente boca abajo o boca arriba, dependiendo de la ideología. Es el mundo perfecto para la clase política, acostumbrada a decir una cosa y hacer la contraria, a lograr, sin decir nada, lo contrario de lo que pretendía. Es un mundo caótico, sembrado de peligros en forma de rebrotes, esa palabra que nos intimida y paraliza, pues impide que hagamos planes a medio o largo plazo, al no saber si nos confinarán de nuevo. El Gobierno ha dicho esta semana que no descarta volver a declarar el estado de alarma. Amenaza con volver a suspender la vida cotidiana. Depende de la evolución del virus y del comportamiento de los ciudadanos. De pronto, hemos vuelto todos a la adolescencia. Pero no es cierto que los ciudadanos hayamos invadido las calles, ni los encuentros masivos, a pesar de lo que se vea en las redes sociales. Basta pasear o utilizar el transporte público para darse cuenta de que todo funciona a ralentí. Muchos se resisten a retomar la vida de antes de la pandemia, por prudencia o miedo. El discurso del individualismo y la hiperactividad se ha topado con un pequeño virus que no entiende de síndromes de abstinencia por la falta de consumo compulsivo. Hemos perdido el control de nuestras vidas, mientras que el presidente del Gobierno ha descubierto que efectivamente tiene el poder para paralizar o aterrorizar al país, algo que no hubiera podido imaginar ni en sus más febriles sueños ni en nuestras más terribles pesadillas. Pero no hay que preocuparse: échese un poco de gel hidroalcohólico en las manos y póngase la mascarilla. Qué limpios estamos.
IDEAL (La Cerradura), 28/06/2020

lunes, 22 de junio de 2020

Mañana


En la llamada “nueva normalidad” los jóvenes siguen haciendo la vida de siempre y sufriendo las mismas limitaciones, aunque suelan vivir como si el mundo no fuera a acabarse nunca: no hay ayer ni mañana, sólo ahora. Estás o no estás, mientras nos dejen. Pero qué gran diferencia hay entre que te dejen o no. El miedo a que no recuperemos nuestra vida, a que no haya un “ahora” no lo vamos a perder en mucho tiempo. ¿Cuánto tiempo? Probablemente, en función de la edad que tengamos le demos más o menos importancia a esta pregunta. Cuantos más años, más importancia y mayor incertidumbre; cuantos menos años, menos importancia pero quizá la misma incertidumbre. Los jóvenes siempre viven en la incertidumbre: que si un examen, que si el trabajo, que si el futuro. Este Gobierno pasaría realmente a la historia como se cree si convirtiera el ingreso mínimo vital en una renta mínima. ¿Se puede acabar con la incertidumbre general? Qué gran país sería aquel que lograra acabar con las dudas sobre el mañana. Y la renta mínima, si no acabaría con todos los dilemas del mañana, al menos le pondría a la gente las cosas más fáciles. “Toma. Ya tienes los recursos necesarios para vivir. Y toda la vida por delante”. ¿No es un motivo para aprovecharla bien? Cuántas generaciones se habrán desperdiciado por no poder sobrevivir a la incertidumbre. En estos días, la publicidad nos anima a mover el mundo con una tarjeta de crédito. Al parecer, sólo el flujo de dinero puede devolvernos la normalidad. Pero esa imagen de escaparates y viajes y nuevos vehículos con fabulosas ofertas es para muchos inalcanzable. Ni las calles ni las tiendas ni los bares tienen la misma alegría y, como las personas, muestran sólo la mitad de la cara. No estamos seguros de quién son esos ojos, que nos miran con recelo. ¿No me saluda quien antes me saludaba? ¿Eres tú realmente? Hemos pasado de escurrir el bulto achacando las propias decisiones a los informes científicos, a achacarlas a los informes de los economistas, que según Pedro Sánchez van a diseñar otra sociedad. Y recuerdo las palabras de Lorca: “Yo sé que no tiene razón el que dice: “Ahora mismo, ahora, ahora” con los ojos puestos en las pequeñas fauces de la taquilla, sino el que dice: “Mañana, mañana, mañana”, y siente llegar la nueva vida que se cierne sobre el mundo”. También escribió Rafael Guillén que “el hoy es un después” y “el mañana es ahora”. “Hoy es siempre todavía”, diría Antonio Machado.
IDEAL (La Cerradura), 21/06/2020

lunes, 15 de junio de 2020

Online


Me cuenta un amigo que lleva una semana dándole clases a una lámpara. Los alumnos, cuando “asisten” a una clase online, hacen las cosas más insospechadas: comer, fregar los platos, dar un paseo –mi amigo ha visto calles, balcones, familiares y vecinos en la pantalla-, cargar el móvil, dormir e incluso hay quien desconecta el micrófono y la cámara y no deja ni siquiera una foto estática. Si en España el 35% de los jóvenes sólo completa la ESO, ¿qué pasaría si se prolongase la enseñanza no presencial? Los profesores aspiran a formar a personas, pero en este contexto resulta especialmente difícil transmitir los conocimientos y las experiencias, pues vía telemática –y por mucho que nos empeñemos- no se establece una verdadera relación entre los seres humanos. Hay que provocar reacciones en tu interlocutor, y para eso es necesario utilizar los cinco sentidos. En las reuniones de trabajo hay quien se “conecta” y se dedica a hacer otra cosa, por lo que los mensajes de los compañeros se convierten en una cantinela, una música de fondo donde se mecen las musarañas. Si se aumenta el gasto en educación, aumenta el porcentaje de éxito de los alumnos, las posibilidades de encontrar un trabajo cualificado, se reduce el paro y se incrementa la productividad del país. Pero al parecer no es lo que tienen en mente las Administraciones públicas, pues a pesar de que el Gobierno ha creado un fondo de 2.000 millones de euros para las comunidades autónomas para paliar los efectos del Covid-19, la Junta de Andalucía ha decidido reducir el presupuesto de las universidades en 135 millones. En un momento en que deben multiplicarse los recursos en educación se hace exactamente lo contrario. Y no vale la excusa de que esos fondos van a destinarse a la sanidad, pues sanidad y educación deben ir de la mano en los presupuestos, ya que sólo así garantizaremos el presente y el futuro de nuestra sociedad. Si estas dos competencias fundamentales son de las comunidades autónomas, deben disponer de los recursos suficientes para ejercerlas, y el Gobierno central debe asegurarse de que en todo el territorio español se presten los mismos servicios públicos esenciales. ¿Cada comunidad autónoma va a decidir cómo se imparten las clases el próximo curso? Para este viaje no necesitábamos tantas alforjas. Educamos a ciudadanos, no construimos lámparas, a pesar de Wert y todos los que, con cada nueva reforma, han ido desmantelando el sistema educativo. Hacen falta más recursos, volver a impartir humanidades, creer en las personas.
IDEAL (La Cerradura), 14/06/2020

domingo, 7 de junio de 2020

Pescados


España no es tan diferente a otros países europeos, pero nos empeñamos en parecerlo, como ese adolescente que no tiene muy clara su identidad, aunque algunos le atribuyan siglos de historia imperial. Pero no sólo nos empeñamos en diferenciarnos de otros países, sino que, dentro del propio Estado, las comunidades autónomas llevan años echando una carrera para diferenciarse entre sí, y también las ciudades, que buscan la piedra filosofal del turismo, e incluso pretenden diferenciarse los ciudadanos, educados con los chistes de Eugenio, aunque tengan las mismas necesidades básicas, garantizadas con el ingreso mínimo vital (algo bueno tenía que hacer el Gobierno). “¿Saben aquél que diu que van un catalán, un vasco y un andaluz metidos en un ascensor?” Otra cosa es el carácter, que no es tan bueno, a juzgar por lo que ocurre en el Congreso de los Diputados. Debían de estar en plan surrealista esta semana sus señorías, a pesar de la cara de circunstancias. “Si ningún miembro de este Gobierno somos pescados, ¿en qué andan ustedes, señor Casado?”, preguntó muy seriamente la vicepresidenta Carmen Calvo al jefe de la oposición. ¿Cómo? ¿Que no hay pescados en el Gobierno? Y no estaba utilizando un estilo metafórico-evangélico, del que tanto disfrutan Pablo Iglesias y Pedro Sánchez. Pablo Casado había amenazado a Pedro Sánchez: “A usted lo acabarán pescando”. Una afirmación categórica que requería otra contestación del mismo calibre: “En este Gobierno no hay pescados”. Puede que haya pecados y enchufados en alguna dirección general, pero pescados no. Sólo pescamos coronavirus y resfriados. Pero es que del lenguaje inclusivo hemos pasado al lenguaje infantil, como el que utiliza Irene Montero con los periodistas para explicar la manifestación del 8-M y la pandemia. “¿A qué crees que se debe la bajada de cifras?” “Pues tía, creo que al coronavirus, pero no lo voy a decir”. ¿Y la manifa? “Guay, con mucho empuje”. ¿Y el virus? “O sea, los gobiernos europeos están tomando medidas superdrásticas”. El caso es llevarse la contraria, aunque sea hablando como el Piraña en la serie Verano Azul, otra gran contribución a la educación española. Que le dice Pedro Sánchez a Santiago Abascal: “¡Barrilete!”; pues contesta el otro: “¡Telerriba!” Es decir, lo mismo, pero al revés. A esto deben referirse con lo de nueva normalidad. Y este es el nuevo idioma que van a utilizar. Es lo que suele pasar cuando uno se preocupa más de lo que dice que de lo que hace. ¿Y a quién le preocupa la salud del Estado? A saber lo que estarán pescando.
IDEAL (La Cerradura) 7/06/2020

lunes, 1 de junio de 2020

Íberos


La mejor prueba de que España empieza a superar los estragos de la epidemia es que volvemos a ver a los bandos cainitas de siempre, los que enarbolan banderas constitucionales o inconstitucionales, ensordecen con sus pitidos, insultan y agreden, ilustrando una vez más lo peor de un país anclado en la guerra civil, ese “pequeño intercambio de opiniones entre los íberos”. La concordia española ha durado lo que la cuarentena, y la batalla ahora es por cambiar de fase, aunque haya que derribar primero al contrario. Porque pretenden obligarte a elegir un bando, aunque los dos te parezcan igual de fanáticos. Debes ser de izquierdas o de derechas, y no puedes criticar al Gobierno y también a la oposición. En el fondo, todos son mesiánicos, cuando no evangélicos. “Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca”, dice el Señor (Apocalipsis, 3:15-19). Aunque aquí no hay señores ni señoritos, ni siquiera pijos o hijos del 15-M. Los prejuicios arraigan incluso en las mejores cabezas, ocupadas en construir redes clientelares y no necesariamente políticas, aunque enarbolen la bandera de la solidaridad y la democracia. Para ser demócrata, hay que renunciar a cortar cabezas, que es el verdadero deporte nacional, ya sea en el ministerio del Interior o en el partido, por no hablar de las pachangas académicas o culturetas. ¿A quién ponemos en los consejos de administración de las grandes empresas? Si uno se molestase en hacer un seguimiento sobre quién nombra, a quién se nombra y quién toma las decisiones en las instituciones más importantes de este país, tiene para escribir cien bodrios como Juego de Tronos. ¿Se puede estar en misa y repicando? Pues sí. Se trata de criticar primero lo que deseas para pasar de ser vociferante a vociferado, de escrachador a escrachado, cuando no escacharrado finalmente por la lógica del poder. A unos y a otros lo que de verdad les importa es decir “aquí estoy yo”, por encima del que sea, incluso del que ellos mismos fueron cuando eran personas antes que personajes, políticos más cómicos que dramáticos. Pero ha vuelto la función. Y por lo que se ve, no importa tanto si nos hemos cargado el escenario o si queda un público que nos aplauda. A falta de buenos toreros, hay quien prefiere ser toro para calzarse la piel de España. Y quizá, como Machado, estén esperando “al hombre ibero de la recia mano, que tallará en el roble castellano el Dios adusto de la tierra parda”.
IDEAL (La Cerradura) 31/05/2020

lunes, 25 de mayo de 2020

Encuentros en la tercera fase


A este paso, lo siguiente que veremos en esta pandemia es el uso de salvoconducto, un documento que diga “libre tránsito”, para escapar como los judíos de la Alemania nazi. Lo piensa nuestro urbanita en la puerta de su casa, y que la gente quiere que le pinchen y le tomen la temperatura para poder recuperar la tranquilidad, porque judíos no tenemos muchos en España –tanto da-, pero nos sobran virus y nazis. Equipado con el nuevo pasaporte y una mascarilla se puede encarar el futuro, si no con optimismo, al menos con una sana resignación. “A ver lo que me prohíben ahora”, piensa. En una época de peste y enfermedad, Boccaccio recomendaba divertirse y aprovechar cada momento como si fuera el último. Siguen su consejo los jóvenes que quedan para hacer botellón en los sitios más insospechados, rodeados de ruinas y tumbas, en los límites de la ciudad pero muy cerca de los centros educativos, aunque nuestro urbanita no puede decir más –los ve en su paseo diario-, pues no quiere ser un soplón como el vecino. Mucho más discreto, el urbanita se pregunta: “¿En qué fase me encuentro?” A falta de los extraterrestres de la película y por lo que pueda pasar, se arma con una petaca, la pitillera y la imprescindible tarjeta de crédito, porque “cash” no tiene, ni soporta la cara de terror con la que algunos empleados aceptan a regañadientes sus monedas. Y allá va disfrazado, en busca de una terraza donde le sirvan una caña. Resulta toda una aventura hacer cola durante treinta minutos, tomar el sol con la cara cubierta, no digamos aparentar normalidad con el camarero cuando logra sentarse por fin y se dispone a darle el primer trago a la caña. ¿Sabrá como siempre? No. Hay que superar primero el miedo y el cargo de conciencia por tratar de disfrutar de la vida sin limitaciones externas. Quizá les haya tomado el gusto a las prohibiciones y ya no sepa vivir teniendo que salir de casa más allá de las compras imprescindibles, abducido durante horas por las pantallas, como tantos seres humanos fragmentados en celdas pixeladas. El urbanita suspira antes de armarse de valor, meter la mano en el bolsillo y sacar la pitillera. ¿Será capaz por fin de encender el cigarrillo burlando los miedos al cáncer y al coronavirus? Pues nunca lo sabremos. Nuestro urbanita carece de salvoconducto, y todavía está en casa, dudando si cruzar la puerta e imaginando lo que le ocurrirá, pues tampoco sabe en qué puñetera fase se encuentra.
IDEAL (La Cerradura), 24/05/2020

lunes, 18 de mayo de 2020

Tutankamón


Uno de los presupuestos del estado de alarma es la aplicación de medidas proporcionadas a las circunstancias, algo muy discutible si atendemos a las demandas contra el Gobierno que deberá resolver el Tribunal Supremo, basadas fundamentalmente en la suspensión del derecho a la libre circulación y a la residencia, aunque hay quien apunta a delitos como la prevaricación, el homicidio imprudente y la emisión del deber de socorro. Colectivos como el personal sanitario, sindicatos de funcionarios o policías y ciudadanos que han visto que lo que antes no era obligatorio ahora sí lo es. El bueno de Fernando Simón dijo el 29 de febrero que no había motivos para cancelar grandes eventos; el 4 de marzo que no tenía sentido cerrar colegios, y recuerdo que me gustó que les dijera a los periodistas que si su hijo le preguntaba si podía ir a la manifestación del 8 de marzo le contestaría que hiciera lo que quisiera. Pero claro, no es lo mismo decirle a la población que no es necesario el uso de mascarillas que decírselo al personal sanitario que atiende en urgencias a enfermos por el Covid-19. El estado de alarma no está previsto para vulnerar derechos fundamentales ni para que el Gobierno eluda la asunción de responsabilidades. Hay una emergencia sanitaria, es cierto, pero también la había cuando se convocó a una manifestación de 120.000 personas en Madrid, cuando Vox celebró un mitin en Vista Alegre con 9.000 –Ortega Smith no se alegrará ahora en el hospital- o cuando 5.000 aficionados del Atleti viajaron a Liverpool para celebrar el pase en la Champions. Hemos visto cómo lo que antes era una excesiva permisividad se ha transformado en escrúpulo, hasta el punto de querer crear una realidad falseada donde en el cine no habrá sexo y ni siquiera besos, con lo que quizá no vuelva a repetirse el final más bello de Cinema Paradiso, donde Totó ve por fin todas las escenas de amor que le censuraron en una época más terrible que esta. Porque esto no es una guerra, y los que tanto utilizan esa palabra deberían irse a hablar un rato con los abuelos que sobrevivieron a la guerra civil, si es que han logrado sobrevivir ahora al confinamiento en las residencias. Pero me gusta la solidaridad que ha despertado esta epidemia. E incluso el sentido del humor con el que hay quien compara la profanación de la tumba de Tutankamón con la de Francisco Franco. Menuda maldición. Y, como en el chiste, ahí lo dejo.
IDEAL (La Cerradura), 18/05/2020

lunes, 11 de mayo de 2020

Normalidad


Lo que más molesta de este Gobierno es el artificio de sus medidas y propuestas, cuando no el paternalismo, la infantilidad y la arrogancia con las que va creando más dificultades en vez de evitarlas. Vivimos en un estado de alarma democrática, como ilustran los diputados que se insultan llamándose “cacatúa”, como si estuvieran en el patio del colegio. Porque hay quien vive en la realidad –el personal sanitario, las fuerzas de orden público, los trabajadores de cementerios y funerarias- y los que no saben dónde viven, por lo que se mueven entre el aplauso y la cacerolada. La realidad es que entre esos mismos sanitarios hay más casos de contagios porque se ven obligados a cumplir su trabajo sin los medios adecuados. La realidad es que se ha confinado a la población para proteger a nuestros mayores, pero se ha dejado a esos mismos mayores que ya vivían confinados en residencias que mueran como chinches o en la calle con unas pensiones paupérrimas. La realidad es que el gasto militar de España en 2019 aumentó un 10%, 20.000 millones de euros que septuplican la cantidad necesaria para instaurar la renta básica, tan denostada por la clase que llama a parte de la población de la que viven parásitos, curiosamente el título de la última película premiada en los Oscar. La realidad es que España es un estado laico que parece ocupado por una secta progre de hijos de papá, esos que desparraman solidaridad en las redes sociales mientras compran en Amazon la última pijada de Apple y cuya religión mayoritaria es un egoísmo burgués, cuyos pilares son las poses, los selfis y el consumo, que es la carcoma del planeta. La realidad es que hay mucha más gente que muere diariamente de hambre que por coronavirus, y ahí están las cifras de los países de América Latina, dejados como siempre a su suerte. Y la realidad es que esto es un entrenamiento para lo que se avecina con el cambio climático, y que por mucho que nos quejemos no dependemos de las decisiones de los gobiernos nacionales, plurinacionales, europeos o internacionales, sino de lo que podamos hacer como ciudadanos. Para eso debemos exigir transparencia y participación, que es algo más que denunciar al vecino o asomarse a las ocho a las ventanas. La realidad es que este colapso se ha creado por una clase política incompetente que se estimula más el ombligo que la economía. Porque lo que se dice trabajar, van a trabajar los de siempre.
IDEAL (La Cerradura), 10/05/2020

martes, 5 de mayo de 2020

Como el santo Job


“Tienes más paciencia que el santo Job”, oía yo de pequeño; y me imaginaba al pobre hombre sufriendo por la sarna, atacado por los caldeos, perdiendo la cosecha y a sus hijos, y siendo además repudiado por su mujer, que probablemente estaba ya de él hasta el gorro, pero que necesitó la ayuda de Satanás para abandonarlo. No había visto nada el hombre, que sin embargo fue santo. Si lo hubieran encerrado más de cuarenta días en un apartamento con la familia al completo e incluyendo a su suegra, lo mismo la cosa no hubiera acabado tan bien. Pero Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, que tienen su punto evangelista hablando, van a convertirnos a todos en santos. ¿Nos desahogaremos saliendo a correr? Parte del cabreo general tiene que ver con los eufemismos, desde la desescalada a la nueva normalidad, usados en un tono entre apocalíptico e infantiloide, como si en vez de políticos tuviéramos profetas, ni siquiera iluminados como Fernando Simón, que después de informar de la epidemia durante tantos días ha adquirido un aspecto de apóstol capaz de pasar en un instante del cielo al infierno. El desplome del PIB es el de nuestro ánimo, pero no sé qué esperaban después de paralizar la actividad económica. ¿Un milagro? Hay quien pierde la cabeza y lo paga con el alcalde, al que quiere abofetear. Al que detienen trece veces porque no entiende de confinamientos. Quien se lía una manta en la cabeza y mete a la familia en el coche camino de la playa y tiene que darse la vuelta en Otura, con otra multa que pagar. Quien ha estampado el móvil contra la pared, harto de tanto vídeo ñoño o idiota, de las llamadas de los que no tienen otra cosa que hacer o de los que confunden la solidaridad con el afán de protagonismo. Pero hay quien hace la vida de siempre, sin armar jaleo. El vecino que sale a dar su paseo diario sin mascarilla ni guantes, armado tan sólo con una bolsa de la compra, con la tranquilidad que le dan sus setenta y tantos años, esperando el día en el que vuelvan a abrir el bar, para tomar el aperitivo antes de llegar a casa. Me lo imagino pensando como el Guzmán de Alfarache: “Paciencia y sufrimiento quieren las cosas, para que pacíficamente se alcance el fin de ellas”. Quién lo oyera. También se ha dicho en España antes que la paciencia de los pueblos tiene su límite en la degradación.
IDEAL (La Cerradura), 3/05/2020

lunes, 27 de abril de 2020

Librerías


La cultura es un bien esencial, y si España fuera un país civilizado, aun en estado de alarma estarían abiertas las librerías, como las panaderías, los supermercados y ¡los estancos! Pero se ve que el Gobierno no se alimenta de libros, y resulta lamentable que entre las medidas de desconfinamiento que se están aplicando no se tengan en cuenta ni la cultura ni el deporte, dos de las pocas actividades humanas que se pueden desarrollar plenamente de manera individual. Puestos a activar la economía, el Gobierno debería poner en marcha un “plan renove” de la cultura, como hace habitualmente con los vehículos, que en la mayoría de los casos no se necesitan. Pero no podemos vivir sin literatura, teatro, cine, música, arte; no podemos ser plenos si no vamos un rato a esos templos multiculturales que son las librerías, a contemplar la vida a un museo, o si otros mundos que están en este no se revelan ante nosotros en la semioscuridad de la sala de un teatro o un cine. Puestos a proponer incentivos, el tipo del IVA tendría que ser de un 0% para todos los productos y servicios culturales, y las Administraciones públicas –como, por cierto, ha hecho muy bien la Junta de Andalucía- deberían invertir en libros, para que todos los libros –y no sólo los de texto- fuera gratuitos o accesibles –previo pago de los derechos de la propiedad intelectual pertinentes- en todos los niveles educativos, incluida la universidad. Pero quizá sea demasiado pedir a un gobierno presuntamente de izquierdas que articule un pacto estatal por la cultura y que piense en las libertades fundamentales de los ciudadanos y no los aleccione con una especie de ministerio de comunicación goebbeliano o limite en las ruedas de prensa el derecho a la información. De hecho, los periódicos serios deberían estar subvencionados sin que ello supusiera ninguna injerencia en la actividad informativa. Porque el derecho de la información y la libertad de expresión –no lo repetimos lo suficiente- son la base de la existencia de una sociedad democrática, si realmente es eso a lo que aspiramos, pues no lo parece. Esta semana hemos celebrado uno de los días del libro más tristes que se recuerdan, por la sencilla razón de que no podíamos ir a comprarlos y reencontrarnos con nosotros mismos. El Gobierno tiene una gran oportunidad de demostrar que es progresista si los incentivos culturales tienen un lugar preferente en lo que llama “la reconstrucción del país”. Les regalo un mantra muy sencillo para lograrlo: cultura, cultura, ¡cultura!
IDEAL (La Cerradura), 26/04/2020