lunes, 29 de marzo de 2021

Servicios esenciales

En las circunstancias actuales debería ser un delito penal que las compañías y las administraciones que prestan o deberían prestar servicios esenciales dejen de hacerlo: sanitarios, suministros de luz, agua, teléfono e internet, pero también servicios financieros y de seguros que deben garantizar que los ciudadanos cubran con trabajo sus necesidades básicas. Sin embargo, como ocurrió en la última crisis económica, las ayudas públicas que la UE y el gobierno español han anunciado a bombo y platillo no van a llegar al bolsillo de quienes las necesitan, sino a aliviar las cuentas de pérdidas y ganancias de las grandes empresas que hoy día son las que sostienen el poder político. Esas operaciones que el expresidente del Gobierno Mariano Rajoy define como “metafísicamente imposibles” (no estudió filosofía este hombre, ni tampoco sus herederos políticos, que han eliminado las humanidades de los planes de estudios para crear analfabetos a su imagen y semejanza). Esas cosas que, según el ministro de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana, José Luis Ábalos, tampoco ocurren, aunque sirvan para rescatar a dudosas compañías aéreas que pocos servicios prestan a los españoles, por no hablar del extravío asombroso de maletas e incluso del personal diplomático (es un decir) de otros países. (¿Habrá logrado salir Delcy Rodríguez por fin del aeropuerto de Barajas o pasará allí la Semana Santa?) Si se hace en el propio interés político, nada bueno hay en la creación de empresas públicas, y más en un tiempo en que nada parece sostener ese supuesto interés más allá de los egos personales, que hace tiempo olvidaron su ideología. Hasta un catedrático de Filosofía como Ángel Gabilondo se presenta efectivamente serio, soso y formal, sobre todo porque no tiene más remedio que seguir el juego de una persona que desconoce el sentido de la verdad, como Pedro Sánchez, aupado al poder por Pablo Iglesias, ese alter ego con el que nunca iba a pactar, como tampoco lo hará Gabilondo, según cuenta. Qué lástima ver en qué términos se fragua la campaña electoral de Madrid, nuevamente objeto de los frentes guerracivilistas. Pero es que ni siquiera debería haber elecciones, por mucho que las quieran Díaz Ayuso o Pablo Iglesias. Todo lo que no sea dedicar hoy la totalidad de los recursos públicos a vacunar a la población es una infamia. Y más lo es aprovecharse de esta situación dramática para enriquecerse, ya se trate de partidos políticos, farmacéuticas o entidades bancarias. Nos sobran los facinerosos públicos y privados, y también tantas encuestas. No hay política sin ciudadanos.

IDEAL (La Cerradura), 28/03/2021

lunes, 22 de marzo de 2021

Colores

Con las desgracias crecen la frustración y la irritabilidad, pero uno se sorprende cuando las ve explotar en plena calle, y más cuando se trata de una señora de unos sesenta años, bien vestida y maquillada, que insulta sin venir a cuento a tres chavales negros con los que se acaba de cruzar. Y luego exclama: “¿Tenéis que venir a aprovecharos de los españoles?” Como si no hubiera españoles negros o amarillos, incluso rojos, azules y verdes, si uno atiende a la actualidad política. Quizá era la mujer la que andaba negra, quién sabe por qué, pero miraba a su alrededor después como buscando el aplauso de la concurrencia. Lo que no sé es cómo iban a aprovecharse de los españoles. ¿Se disponían quizá los tres chavales a raptar a Pedro Sánchez? ¿Se querrían llevar al alcalde de Granada a Senegal? Los colores los fomentan los equipos de fútbol y los partidos políticos, y como los candidatos se dedican ahora a enarbolar lemas de la guerra civil (lo de comunismo o libertad da más pena que risa) la gente prefiere celebrar los triunfos del Granada o del Real Madrid. Así es como los españoles asaltan Europa. Porque el país se parece ahora a un sótano cubierto de carteles con imágenes de puños y rostros, pistolas y banderas alzadas, estandartes con consignas pintados en colores primarios. Con zombis y momias que repiten sin comprender lo que decían sus abuelos y bisabuelos, y que sin embargo gobiernan o aspiran a gobernar la capital de España. En la película distópica que vivimos se ha mezclado el contagio del virus con la regresión política e incluso con el cambio climático, y la información más importante tiene que ver con toques de queda, limitaciones de movilidad y horarios comerciales. ¿Volveremos a clamar contra los demonios extranjeros y la maldición de la guerra? Desde luego, algunos se empeñan nuevamente en que muera la inteligencia, y si eso termina por ocurrir viviremos tiempos aún peores. Si no fuera por las consecuencias, la actualidad parecería una caricatura de nuestra propia historia, concentrada en la agenda de unos políticos incapaces, que al parecer no se dan cuenta de que, más allá de los colores, la gente se está ahogando de verdad. Un día un insulto; otro, un zarpazo, y quién sabe qué más. La estupidez es otra tiranía. Hay quien está convencido de que lo negro es blanco, y lo blanco negro. Qué bueno sería poder mezclar todos los colores en la paleta para volver a pintar.

IDEAL (La Cerradura), 21/03/2021

lunes, 15 de marzo de 2021

Malas cabezas

Como no teníamos bastante con la hecatombe sanitaria y económica del coronavirus, los partidos políticos se han apresurado esta semana a echar más leña al fuego, demostrando no sólo que les importa poco el bienestar de los ciudadanos, sino la existencia de ese país que se llamaba España. Si ya habíamos asistido a las luchas autonómicas en la gestión de la pandemia, ahora vemos que están dispuestos a que ardan Cataluña, Madrid, Castilla y León o Murcia para seguir en el poder. ¿Andalucía será la siguiente? ¿Dos más dos nunca serán cuatro, como ocurre en el Ayuntamiento de la Gran Granada? Si esto fuera un manga, veríamos un mapa fragmentado, con llamas y explosiones por doquier, con presidentes y presidentas y vicepresidentas y vicepresidentes con la cara llena de moratones, los dientes rotos y gruesos lagrimones cayendo por sus mejillas cuando se dirigen a los ciudadanos después de una sesión parlamentaria. Pero no es así. Más bien parecen partirse de risa, mientras los lagrimones les caen de verdad a esos ciudadanos cuando hacen las colas del paro, de los comedores sociales, de la atención médica. Parte de la clase política española, independientemente de las siglas, sólo porta infecciones ideológicas, y la población no está vacunada contra ellas. Aunque la abstención aumente en cada convocatoria electoral, no se dan por aludidos. La irresponsabilidad de algunos está hundiendo la credibilidad de todos, y los que llegaron a la política por vocación asisten impotentes al espectáculo de quienes con el mínimo esfuerzo aspiran al máximo beneficio personal. ¿Quién contrataría a estos destructores del interés público? Los partidos parecen estar capitaneados por navajeros, por lo que habría cierta lógica en que terminaran descabezados por sus propias hojas. La política española se ha convertido en una provocación social, y este Juego de Tronos estatal y autonómico a derecha e izquierda del tablero sólo nos muestra una vez más que quienes dirigen partidos y demasiados gobiernos no sólo carecen de principios políticos, sino también de cualquier ética pública y social. No son dignos de confianza. Porque no se trata de una ficción, sino de la realidad, y de la perversión de la propia democracia. ¿Extremismo? ¿Populismo? A nadie podrá extrañar que parte de la población ya grite, como el rapero Hasel o la Reina de Corazones: “¡Que les corten la cabeza!” Pero nada de violencia. Mientras la población se inmola, los que tienen responsabilidades públicas seguirán discutiendo en los pasillos del Congreso el argumento de series como “El ala oeste de la Casa Blanca”. Netflixpolítica.

IDEAL (La Cerradura), 14/03/2021

lunes, 8 de marzo de 2021

Tabernas

Hay un método infalible para acertar con un bar o una terraza, como es el caso: que las mesas estén ocupadas por personas de más de sesenta años. Eso suele significar un trato amable y profesional de los camareros, buenas tapas y un precio razonable. Y lo más importante: tranquilidad. Suelen ser bares de barrio, cerca de tiendas y colegios, lugares para ver pasar la gente y la vida. En una época como ésta, poco más se puede pedir. El temor al contagio y el encierro voluntario nos privan de lo más básico: la relación con otras personas, esas miradas de reconocimiento que nos explican la realidad. Algo tan cotidiano se ha convertido en un privilegio, y el mero hecho de respirar al aire libre parece un milagro. La gente camina, tú la observas y tienes conciencia del mundo. Lo demás da más o menos igual, te basta con saborear ese instante. El caso es que la ciudad está más vacía, más silenciosa, y la gente con la que te encuentras tiene menos cosas que hacer o nada que hacer, lo cual se convierte en algo esencial, pues equivale a tener que darle sentido a todo lo que te sucede, aunque no se trate de nada más que lo de costumbre. Cada día anuncian el cierre de un bar al que los vecinos iban a encontrarse, y la ciudad se va volviendo más inhóspita, menos familiar. La memoria es selectiva y caprichosa, y en el renovado trayecto vamos dejando por el camino conversaciones, sabores, anécdotas, momentos felices en los que no hay preocupaciones ni obsesiones, sólo una cucharada de arroz, un sorbo de vino, el oído cocina que se transforma en un chascarrillo, en una promesa de algo caliente. Ir a una buena taberna es como ir al teatro o al cine, una especie de catarsis, como explicaba el filósofo griego, porque nos centramos únicamente en la experiencia, que nos evade de nosotros mismos, siendo más nosotros que nunca, más livianos y atentos. En las bodegas Castañeda, por ejemplo, donde ya no te puedes apoyar en la barra, pero te sientas en una mesa para tomar el vermú y la tapa de asadura, los más intrépidos un trozo de tocino. Los pecados y las penitencias son personales, y hay quien anda diez kilómetros todos los días para poder justificar ese momento único. Un poco de pan, aceite y cecinas, que no hay colesterol que valga. Es lo que aseguran el camarero y el agradecido parroquiano. Y uno sale vacunado contra la rutina.

IDEAL (La Cerradura), 7/03/2021

martes, 2 de marzo de 2021

Democracia

Los disturbios en las calles por el encarcelamiento del rapero Pablo Hasél revelan el gran problema que tiene España con la educación, y quizá sea un aviso de la realidad social que nos espera por la hecatombe económica creada por la pandemia y su desastrosa gestión política. Porque la libertad de expresión no ampara ni debe amparar la apología del terrorismo, como tampoco la quema de contenedores y el destrozo del mobiliario público. Una persona que enaltece o pide en sus canciones que organizaciones terroristas como ETA o los Grapo vuelvan a matar no ejerce ningún derecho, sino que vulnera los de otros, y si está cometiendo un delito penal merecerá la pena correspondiente, como también la niña joseantoniana que culpaba en un mitin reciente a los judíos de los males del mundo y negaba el holocausto, lo que muestra una incultura lamentable, además de inhumanidad. Los gritos de Auschwitz aún deberían resonar en nuestras conciencias, y ahí tenemos el ejemplo de Alemania, que después de sufrir a Hitler y el nacismo los ha condenado públicamente, y no tiene problemas en procesar a quien hace apología del fascismo y de la muerte. Quizá porque en este país no se han condenado todavía unánime y públicamente la dictadura franquista y sus crímenes, no existe una cultura de reconocimiento de los errores, empezando por la clase política. Lo que también explica la cárcel mental en la que viven el rapero Hasél y la niña fascista, que carecen de conciencia ética y moral. En una democracia las leyes se cambian por el procedimiento establecido, pero aquí la costumbre es saltárselas. Estos hechos deberían darnos la medida del momento social en el que vivimos, y desde luego nos lo dan de nuestra clase política, que los utiliza para polarizar más a la ciudadanía, fomentando el extremismo. No se trata ya de que parte del Gobierno coquetee con la violencia callejera, sino de que, con una población al límite de su aguante, haya personas que se sientan agredidas personalmente por esas políticas y salgan a las calles para enfrentarse con las fuerzas del orden en Andalucía o en Cataluña. Así, mientras dentro del propio Gobierno, y entre éste y la oposición, aflora la violencia dialéctica, la violencia física toma las calles. Quién diría que esta semana hemos celebrado la victoria de la democracia sobre un golpe de Estado. Desde entonces, hemos olvidado tanto o destruido nuestra memoria con tanta convicción que lo que hoy pende de un hilo es la democracia en España.

IDEAL (La Cerradura), 28/02/2021

Tourcatastrófico

En un año distópico el turismo es ciencia ficción: playas y calles están vacías, y si uno camina por los paseos de Salobreña o Nerja se admirará de los milagros de la naturaleza, de cómo el mar ha vuelto a recuperar su espacio, como si la humanidad no existiera. Pero no es cierto: hay algunos cuerpos tostándose en la playa, orondos y felices, admirados de la plácida soledad, turistas anclados de invierno. No sólo los extranjeros han desaparecido. También los vecinos parecen preferir la seguridad de las casas, a salvo del bullicio inexistente. “Ay, España”, se dirán encogidos en el sillón, ese paraíso desaparecido de la Europa rica. Porque siguen existiendo el norte y el sur, y la burguesía de Francia para arriba se ha olvidado de las playas españolas. Es un problema económico y sanitario. Ya no viaja el que puede, sino que nadie puede viajar. Tanto mentar la Transición y resulta que no se nos ha ocurrido nada nuevo desde que Fraga decidió que, a falta de otras posibilidades, España podría ser un buen destino turístico. Ahora España puede seguir siendo nuestro destino, pero habrá que cambiar el adjetivo. ¿Alguien ha pensado en una industria alternativa? Decenas de agencias de viajes han cerrado en Granada, y son miles las persianas que se bajan definitivamente de empresas relacionadas con la hostelería, no sólo bares y restaurantes. Menuda traición por parte de las administraciones: incentivar la que iba a ser la más importante industria nacional y ahora dejarla a su suerte. Y eso no lo ha hecho un ministro franquista, sino los sucesivos gobiernos democráticos que en las distintas administraciones han alimentado el fantasma actual, del que lamentablemente dependen muchas familias de carne y hueso. ¿Se puede cambiar a estas alturas el modelo productivo? Probablemente se podría, pero no hay que dejar a esas familias en la estacada. Las ayudas directas y las exenciones fiscales serían una solución, sin descuidar la inspección laboral y tributaria. Porque también hay quien se aprovecha de las ayudas públicas para vivir todos los lunes al sol. El modelo económico europeo nos ha condenado a ser un país dependiente. ¿Dónde estáis, hermanos turistas? Como hay quien cambia de lugar de vacaciones, quizá deberíamos cambiar de políticas. Ahora, éste es un juego de sillas y habitaciones de hoteles vacías. Cómeme y bébeme, Europa.

IDEAL (La Cerradura), 21/02/2021