lunes, 1 de junio de 2020

Íberos


La mejor prueba de que España empieza a superar los estragos de la epidemia es que volvemos a ver a los bandos cainitas de siempre, los que enarbolan banderas constitucionales o inconstitucionales, ensordecen con sus pitidos, insultan y agreden, ilustrando una vez más lo peor de un país anclado en la guerra civil, ese “pequeño intercambio de opiniones entre los íberos”. La concordia española ha durado lo que la cuarentena, y la batalla ahora es por cambiar de fase, aunque haya que derribar primero al contrario. Porque pretenden obligarte a elegir un bando, aunque los dos te parezcan igual de fanáticos. Debes ser de izquierdas o de derechas, y no puedes criticar al Gobierno y también a la oposición. En el fondo, todos son mesiánicos, cuando no evangélicos. “Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca”, dice el Señor (Apocalipsis, 3:15-19). Aunque aquí no hay señores ni señoritos, ni siquiera pijos o hijos del 15-M. Los prejuicios arraigan incluso en las mejores cabezas, ocupadas en construir redes clientelares y no necesariamente políticas, aunque enarbolen la bandera de la solidaridad y la democracia. Para ser demócrata, hay que renunciar a cortar cabezas, que es el verdadero deporte nacional, ya sea en el ministerio del Interior o en el partido, por no hablar de las pachangas académicas o culturetas. ¿A quién ponemos en los consejos de administración de las grandes empresas? Si uno se molestase en hacer un seguimiento sobre quién nombra, a quién se nombra y quién toma las decisiones en las instituciones más importantes de este país, tiene para escribir cien bodrios como Juego de Tronos. ¿Se puede estar en misa y repicando? Pues sí. Se trata de criticar primero lo que deseas para pasar de ser vociferante a vociferado, de escrachador a escrachado, cuando no escacharrado finalmente por la lógica del poder. A unos y a otros lo que de verdad les importa es decir “aquí estoy yo”, por encima del que sea, incluso del que ellos mismos fueron cuando eran personas antes que personajes, políticos más cómicos que dramáticos. Pero ha vuelto la función. Y por lo que se ve, no importa tanto si nos hemos cargado el escenario o si queda un público que nos aplauda. A falta de buenos toreros, hay quien prefiere ser toro para calzarse la piel de España. Y quizá, como Machado, estén esperando “al hombre ibero de la recia mano, que tallará en el roble castellano el Dios adusto de la tierra parda”.
IDEAL (La Cerradura) 31/05/2020

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