lunes, 14 de noviembre de 2022

Detalles

Según mi zapatero, no nos fijamos en los detalles. Por ejemplo, en que este año han muerto 12.000 personas más que el pasado, dato que el Ministerio de Sanidad no acierta a explicar. “Tiene que ver con las vacunas”, asegura. “¿A ti no te dan mareíllos de vez en cuando? Díselo al médico, verás como se queda callado”. “A lo mejor no sabe qué decir”, aventuro. “¿Que no sabe?” Manolo abre mucho los ojos y arruga la frente, que esconde pensamientos turbios. “Y si no, fíjate en los aviones”, continúa. Cuando pasan por las ciudades ya no echan humo blanco, sino una nube oscura que tarda en disiparse. A saber con lo que nos están regando”. Pienso en conspiraciones políticas, científicas y gubernamentales, en distopías varias. Y yo que creía que el de zapatero era un oficio de otra época, cuando estoy con un visionario. “¿Y mis botas?”, pregunto. “Eso sí que tiene arreglo. Mira, suelas nuevas, pegadas y cosidas. A ver si hace esto la ministra de Hacienda con las cuentas públicas. Esa sólo sabe de cifras, pero no cuenta nada de los extraterrestres”. “¿Extraterrestres?” “Ya viven entre nosotros. ¿No te das cuenta? Por eso van matándonos poco a poco. ¡A cuidarse!”, concluye después de cobrarme diez euros. Cuando salgo a la calle no puedo evitar empezar a fijarme en la gente del barrio. ¿Cuántos serán marcianos? No me extrañaría que lo fuera ese hombre de ojos saltones que siempre parece sorprenderse al verme, aunque llevemos cruzándonos por la misma calle unos veinte años, o la señora que va hablando sola mientras mira al suelo y evita cuidadosamente pisar las rayas de las baldosas de las aceras, o incluso la farmacéutica, que cuando compro paracetamol me mira como a una persona sospechosa, un enfermo potencial de coronavirus, contagioso, aunque al entrar al local me haya puesto la mascarilla. Quizá tenga razón el zapatero, pues desde la pandemia nos hemos vuelto recelosos, y vemos conspiraciones por todas partes, aunque las provoquen unos seres minúsculos que se introducen en nuestras vías respiratorias y nos causan fiebre, tos, estornudos y escalofríos. “¡Cuánta imaginación!”, me dice en la panadería Sara, a la que le cuento mi experiencia con Manolo, y que me cobra un euro por una barra. “Pues sí que ha subido, ¿no?”, le digo. “¿El qué, la temperatura?” “No, el pan”. Y ahora es ella la que abre mucho los ojos para decirme: “Es que nos cuesta hacerlo un 50% más”. Así que me vuelvo a casa para meditar sobre nuestra vida estratosférica.

IDEAL (La Cerradura), 13/11/2022

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