domingo, 21 de septiembre de 2014

Aullidos



Todas las mañanas, al despertarme, escucho un aullido macabro, no sé si animal o humano, pues mi edificio parece sufrir la maldición del perro de los Baskerville. Porque podría ser un perro, sí, pero también podría tratarse de mi vecina, que tiene la costumbre  de compartir con el vecindario los momentos más íntimos de su vida. Menos mal que va cambiando el tiempo y la gente empieza a cerrar las ventanas, con lo que podemos ahorrarnos la convivencia en estéreo. Uno nunca sabe qué es peor, que te quieran o te odien, pues aunque hay amores que matan, también hay quien muere por falta de amor. El amor es como la independencia: a veces te consuela el sí; otra veces, preferirías que no. Personalmente, prefiero que Escocia se quede en Gran Bretaña –aunque no se iba a mover del sitio, la verdad, e iba a hacer el mismo frío-, más que nada para viajar con mayor tranquilidad, sin fronteras ni aduanas, y porque hay una antigua taberna al lado de la Universidad de Edimburgo donde me siento como en mi propia casa. Lo mismo me ocurre con Cataluña y concretamente en Barcelona, donde me gusta ir a una residencia donde el director le da a las tortugas que tiene en el jardín las sobras del desayuno. “Son carnívoras”, me dijo una vez, y efectivamente vi cómo los galápagos se trasegaban la panceta. Así se sienten también algunos catalanes, aunque se hinchen de fuet y pan tumaca, que sólo hay que ver cómo se las gastan algunos. Ni que fueran amigos de mi vecina, oye, tanto gritar y tanto gritar. Yo creo que, para ser independiente, primero hay que ser silencioso, y por eso se nota tanto la dependencia de quien vive del aplauso ajeno, ya sea en el arte o en la política. Así, Pedro Sánchez recorre los platós de televisión, porque le han dicho sus asesores que si no sale en los medios no existe, y que debe seguir el ejemplo de Pablo Iglesias. Hay que hacerse una marca, hombre, aunque para eso tengas que llamar a Sálvame. Menuda metáfora. ¿Y quién va a salvarnos de nosotros mismos? Aquí en España somos capaces de hacer lo que no se atreven ni a plantearse en la mayoría de los países del mundo, y no hace ni cien años que ya demostramos cómo cambiamos de impresiones los íberos. Pero cómo nos gusta repetirnos, en Edimburgo, Barcelona o Granada. Los “yoes” no nos caben en el pecho. Cerremos las ventanas.
IDEAL (La Cerradura), 21/09/2014

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