domingo, 18 de enero de 2015

Solos



Estamos creando una sociedad de solitarios, que navegan por las redes sociales, sí, pero que también trabajan, pasean o descansan solos. El otro día hice un alto para comer y entré en un restaurante asiático de Granada. Y cuál no fue mi sorpresa cuando vi que todos los clientes estaban sentados en mesas individuales. Y todos eran hombres, exactamente ocho hombres solos. Vaya fiesta. Menos mal que a la media hora entró una pareja que le dio un poco de alegría al local. Durante un rato. Porque poco después empezaron a discutir. No discutían sobre política ni sobre la actualidad, sino por las costumbres de uno y otro. Estaban hartos mutuamente. De que uno quisiera salir cuando el otro no. De que uno (adivinen quién) comprase “guarradas” (sic) para la cena y sólo le gustase sentarse en el sofá ante la tele y atiborrarse de cervezas. Que si la familia y la comida del domingo. Que si tus amigotes. Que si machista o feminista. Que si cada día te pareces más a tu madre. No sé si la música ambiente –un gong melódico y constante, como una gota de agua sobre tu cabeza- contribuiría a ello, pero la chica terminó levantándose y dejó al chico plantado. “¡Se acabó!”, dijo. El resto de los comensales asentimos con la cabeza casi automáticamente, pensando: “Bienvenido al club”. Porque yo también había ido a comer solo, lo confieso, y todos asistíamos a la discusión como a un espectáculo, aunque disimuláramos mirando nuestro plato. “¿Será que vamos solos a comer para hacer lo que nos da la gana?”, pensé. Pues la verdad es que estábamos solos, sí, pero ahora éramos ya diez hombres aparentemente felices atiborrándonos de rollitos, arroz, carne y cerveza, todas esas cosas que nuestras parejas suelen eliminar –por nuestro bien- de la dieta. De hecho, solos, tantos hombres desgraciados repetíamos alegremente platos y bebidas, aunque aún no éramos amigotes. Aún. Hasta que al último hombre del club, que acababa de ser abandonado por su pareja y no hacía otra cosa que pedir cervezas, no se le ocurrió otra cosa que compartir su pena e invitar a los demás a una ronda. Para qué queríamos más. Brindis, cánticos y gritos de libertad a lo William Wallace resonaron en el local, sobre todo cuando a la celebración espontánea se unieron un cocinero y dos camareros, para estupor de la dueña del restaurante, que nos gritaba en chino, por lo que tampoco es que nos importase demasiado. Eso sí, todos nos quedamos sin postre.
IDEAL (La Cerradura, 18/01/2015)

No hay comentarios:

Publicar un comentario