domingo, 10 de mayo de 2015

Gran Granada



Leo “Gran Granada” (Anagrama), la última novela de Justo Navarro, ambientada en 1963, el año de la inundación, pero me doy cuenta de que habla de la Granada de hoy, una ciudad que, como entonces, parece “la más detenida a todo avance”. Los personajes son actuales: el presidente de la Diputación, el arzobispo, el comisario Polo, la bibliotecaria Clara, el oculista Federico Saura… Uno acaba de encontrárselos por la calle. Incluso el alcalde dice en la novela una frase que podría decir nuestro alcalde hoy: “Las medidas adoptadas por el Gobierno bajo inspiración del Caudillo resolverán todos los problemas”. Pero Justo Navarro ha escrito una novela de crímenes, una novela negra, aunque lo más negro está en una sociedad y una burguesía que explica ésta: “Se consideraba íntegro, todo lo sincero que se puede ser en una ciudad difícil donde nadie quiere ser quien es, entre simuladores, disimuladores, fanfarrones y falsos humildes por instinto de supervivencia, que simultaneaban los aires imperiales y la falta de espíritu, dos tipos de personalidad que pueden convivir en un solo individuo”. Y uno pasea hace cincuenta años por la calle Ganivet: “Los sucesivos edificios se soldaban como los distintos segmentos articulados de un ciempiés nacido de la demolición del ombligo sucio de la ciudad, la Manigua: las patas del miriópodo habían aplastado y enterrado aquel nido de puterío y alcoholismo y droga de legionarios”. Y por la Gran Vía de Colón, “una luminosa avenida parisina en la Gran Granada”, construida por la misma familia que levantó el palacete del Gobierno Civil, actual Subdelegación del Gobierno: “Magnates de la industria remolachera endulzaron generosamente la pérdida de las Antillas y dieron gracias al cielo fundando fábricas de azúcar con nombres de vírgenes y santos y cosas sagradas. Las mejores familias honraban al mejor santoral”. Los asesinatos parecen suicidios en esta “Gran Granada” donde nuestros gobernantes inverosímiles son más reales gracias a la ficción de Justo Navarro, que ha escrito una alegoría. Porque sus novelas nos acercan a la realidad a través del asombro y el extrañamiento que revelan la observación concienzuda de las cosas. “La verdad está en la superficie”, dice el comisario Polo. Y, viajando en el tiempo a la Granada de 1963, tan atractiva y misteriosa, comprendemos la Granada actual, microhábitat de una sociedad obsesionada con la posibilidad de espiar y ser espiados. Y hay crímenes, sí, que explican cómo Granada ha llegado a ser como es. Pero uno prefiere que se lo cuente Justo Navarro. Nadie en España escribe como él.

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