domingo, 3 de abril de 2016

Huellas

La literatura es un viaje en el tiempo, un diálogo con quienes fuimos, quienes somos y quienes seremos, y eso lo sabía muy bien mi amigo José Luis Serrano, que en el prólogo de Zawi escribía: “En todo caso, en la historia aprendimos que ellos, los muertos, somos nosotros, los encarnados, y que nosotros seremos vosotros, los por nacer libres e iguales, y que vosotros seréis pronto ellos, los muertos, es decir, nosotros”. En esta novela, José Luis trazaba un gran personaje, Nosotros, que nos mostraba la fundación del reino de Granada y cuántos podemos ser. Me acuerdo mucho de José Luis en estos días en los que sufrimos las consecuencias del fanatismo, y cuando lo releo me parece escuchar su voz cálida y grave, siempre con un punto de ironía, explicándonos las cosas que creíamos entender. Como escritor, como profesor, como investigador, articulista o conferenciante, él engrandecía nuestra cultura, el lenguaje y el pensamiento, que son nuestra verdadera herencia, lo que explica lo que somos y también, si cuidamos ese legado, se lo explicará a nuestros hijos. Cuando hoy se habla de guerra de civilizaciones o de culturas, se echa de menos a personas como José Luis Serrano, capaces de celebrar un triunfo electoral citando a Alhamar el rojo, el primer rey nazarí, que cuando vuelve de ayudar a los cristianos en la conquista de Sevilla y es aclamado por el pueblo, responde: Wa lâ galibun Îlâ Allah (“Sólo Dios es vencedor”). Pero otra forma de traducir esta expresión, decía José Luis socarronamente, es: “Aquí no gana ni Dios”. Algo que quizá serviría para definir la actual situación política española, con un Parlamento que también parece en funciones, como el propio Gobierno. Sin embargo, él volvía a darle la vuelta a la frase y añadía: “Sólo el pueblo es vencedor”. Porque estaba convencido de que, antes o después, esto es lo que terminaría ocurriendo. En un texto escrito en el año 2015, José Luis contaba cómo había sobrevivido a un accidente aéreo producido en el aeropuerto de Granada en 1992. “El avión se dejó caer, golpeó la pista y se partió en dos. Todavía me pregunto si tuve mala suerte (por el accidente) o buena suerte (por sobrevivir)”; escribía. Y explicaba que, después de este hecho traumático, ya no le gustaba viajar. “Todo pasa, pero de todo queda huella”, decía. Yo creo que José Luis tuvo suerte en aquel accidente. Y también la tuvimos todas las personas que lo hemos tratado y leído. Porque todo pasa, sí. Pero hay personas que dejan huella.

IDEAL (La Cerradura), 3/04/2016

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