domingo, 2 de abril de 2017

Videorrealidad

La obsesión por transmitir nuestra vida en directo ha alcanzado también a los medios de comunicación, que han olvidado su papel crucial para formar a la opinión pública, pues ya sustituyen abiertamente información por sensacionalismo. Así, no ha habido cabecera o informativo que no haya reproducido esta semana la muerte de una joven rusa de 23 años, que emitía en Facebook Live (¿o death?) mientras conducía un coche. “¡Hola! ¿Cómo están todos, adónde viajan?”, dice la chica justo antes de estrellarse contra un autobús. Pues mira, aquí estamos, asistiendo a tu muerte, porque la sociedad carece ya de cualquier tipo de escrúpulo. ¿Por qué será? “Las pantallas se multiplicaban y a la vez se fundían en una única pantalla escindida y continua, muchas pantallas y una pantalla única, de cine, de televisor, de monitor de ordenador, de teléfono móvil en sus diversas manifestaciones”, escribe Justo Navarro en “El videojugador” (Anagrama, 2017), un ensayo que debería ser una lectura obligatoria. Porque al mismo tiempo que las humanidades desaparecen de los planes de estudio, vamos siendo educados por las máquinas, diseñadas para para fundir “en una única temporalidad trabajo y no-trabajo”. Nuestra libertad es hoy una ficción, pues si no transformamos nuestra vida en imágenes al parecer sólo tenemos una existencia ilusoria. Pero ¿cuántas personas habrán muerto en accidentes por inmortalizar ese momento en un selfi o una grabación? El entretenimiento es una paradoja: “La interactividad tal como hoy se entiende cuando se habla de videojuegos consiste en que el jugador obedece órdenes que la máquina renovará en caso de que las anteriores sean obedecidas. Si no son obedecidas las órdenes dadas, la máquina sanciona o despide al jugador”, escribe Justo Navarro. Y el autor analiza la influencia de los videojuegos en nuestra forma de pensar y la evolución de la industria del entretenimiento desde la primera mitad del siglo XX hasta nuestros días, su tremenda proyección en todos los ámbitos, desde la política o la industria armamentística hasta la publicidad –el gran demiurgo- y la cultura. Y subyace una idea inquietante: que quizá no seamos nosotros quienes controlemos la pantalla. “Un ordenador no sólo es un buen funcionario: puede convertir en funcionarios a sus usuarios”, concluye Justo Navarro en “El videojugador”. Y haría usted bien en aferrarse a las páginas de este libro, o al menos a las de este periódico. Porque, en caso contrario, podría ser usted absorbido por la irrealidad. ¡Y por Atari! ¡No corra usted a hacerse un selfi para comprobarlo! Pondría su vida en riesgo.

IDEAL (La Cerradura), 2/04/2017

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