lunes, 2 de diciembre de 2019

La noria


Después de bolas y caballos, escaleras mecánicas, ascensores y teleféricos, Granada ha encontrado por fin su símbolo: una noria. Por cinco euros, puedes contemplar en su esplendor la Alhambra y Sierra Nevada, divagar, girar sobre ti mismo, marearte y bajarte en el paseo del Salón, plataforma de una ciudad turística, siempre en feria. ¿Servirá la subida del IBI para pagar ese chirimbolo o el globo luminoso bajo el que la gente pasea en Puerta Real? Casi 300 millones de deuda municipal no son nada si convertimos la ciudad en el destino preferido en las Navidades y los ciudadanos pueden soñar un poco entre el cielo y el suelo. “Es el vuelo el mal de Granada”, le decía Federico García Lorca a Manuel de Falla o Manuel de Falla a Federico García Lorca. Con la factura de luz y columpios se podrían pagar muchos menús navideños, servicios sociales, los recibos aplazados de los proveedores, las deudas financieras, incluso terminar con los apagones de los barrios de la zona Norte, demasiado alejados del parque temático navideño. Porque si no tuviéramos la sierra, quizá hubiéramos hecho que nevara artificialmente. “Que tiemblen Málaga, Vigo y Madrid porque Granada va a estar en el mapa de las ciudades más potentes en alumbrado de Navidad”, nos cuentan desde el Ayuntamiento; pero más temblarán los vecinos de Almanjáyar cuando en la oscuridad de sus casas no puedan verse las caras. Lo curioso es que los dos partidos del gobierno municipal van cada uno por su cuenta, gestionando cada área como les parece, sin ningún proyecto de ciudad, salvo luces y norias. Y lo peor es que la política estatal va por el mismo camino, aunque no sé si erigirán un artefacto semejante en el Palacio de la Moncloa para mayor gloria de su inquilino, al que le gusta volar. Porque se teme que haya también dos gobiernos en uno con Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, y que en el tira y afloja entre estos dos gallos políticos se fragmente la parte catalana de España, que tal vez se hunda en el mar de la independencia. De chico, me subí una vez en una noria. Me pareció admirable el paisaje que contemplé desde el punto más alto del recorrido, cuando el aparato se inmovilizó durante unos minutos. Me gustó esa nueva perspectiva del mundo, que no había cambiado sin embargo al bajar. La política también es una noria, aunque, lamentablemente, los que se suben en ella no suelen volver nunca a poner los pies en la tierra. Menudo imán.
IDEAL (La Cerradura), 2/12/2019

1 comentario:

  1. Gracias por tu comentario, Joaquín. Quizá lo que tenga el poder es mitigar las insatisfacciones personales. Pero creo que, al final, sólo las potencia. Un saludo.

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