lunes, 28 de junio de 2021

Notas

Si los estudiantes que se han examinado de selectividad estos días se asoman a la actualidad política, comprobarán que nuestros responsables públicos se mueven entre el apego al sillón y la impunidad, por no hablar del falseamiento de currículos o el plagio de trabajos académicos, cuestiones por las que a ellos les expulsarían fulminantemente del sistema educativo. Todo parece valer para nuestra clase política, pero el acceso a la universidad de nuestros jóvenes depende de unas notas de corte que determinan sus decisiones y su vida como una espada de Damocles. Leen reportajes y estadísticas sobre las carreras más demandadas (del ámbito de la salud y las tecnologías), pero se quedan de piedra al comprobar que el currículum de su alcalde, concejal, presidente del Gobierno o de partido, jefe de la oposición o aspirante a serlo no les daría para trabajar en una pequeña empresa con un contrato de aprendizaje, una beca o unas prácticas no remuneradas. Por no hablar de su gestión, por la que serían despedidos si pudieran antes de cuatro años –¡ay, el sistema representativo!- por los propios ciudadanos. Se ve que, en España, los partidos políticos pueden funcionar como oficinas de empleo institucionalizadas para colocar a personas sin formación en el poder. Y las honrosas excepciones suelen ser apartadas o recluidas en puestos irrelevantes, porque el talento y el esfuerzo no se valoran en estas organizaciones otrora políticas, sino la capacidad de engañar al contrincante, de repetir eslóganes simplones y de decir lo contrario de lo que se piensa, si es que se piensa. Una práctica también común en algunas instituciones académicas y culturales, contaminadas por la misma política de partidos, cuando no por el amiguismo y la corrupción. La Audiencia Provincial de Madrid dio por probado que en la Universidad Rey Juan Carlos (benditas y exiliadas casualidades) se falsificó un acta para conceder el título de máster a la entonces presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, esos títulos que les exigen a nuestros jóvenes y que a la postre no les suelen servir para mucho, a no ser que te lo regalen y seas Pablo Casado. ¿Aspirarán a ser políticos para vivir de la sopa boba? ¿Para cobrar un sueldo público y dedicarse a las artes escénicas como hacen ostentosamente en el pleno los concejales del Ayuntamiento de Granada? Acostumbrados a ser culpabilizados por contagios varios, no creo que esos jóvenes pierdan el tiempo en avergonzarse de sus mayores. Pero qué bueno sería que por una vez ellos pudieran poner las notas.

IDEAL (La Cerradura), 27/06/2021

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