lunes, 12 de septiembre de 2022

Fiesta

En zafarrancho de combate, me dispongo a apuntalar puertas y ventanas, pues ya empiezan las fiestas del pueblo. Me avisan el repique de campanas de la iglesia, los cohetes, los columpios, puestos y casetas que ponen en la calle. Se ve que vendrá mucha gente, pues el ayuntamiento ha autorizado que instalen un escenario que ocupa toda la plaza, la policía local ha cortado la mitad de las calles y uno apenas logra llegar a la puerta de su casa. Son días especiales, y por eso habrán suspendido la aplicación de las ordenanzas, pues la música de la feria trona hasta las cuatro de la mañana. ¿Quién quiere dormir? Total, si el mundo debe de estar a punto de acabarse y las fiestas sólo duran una semana. ¿Una semana sin dormir? Eso no es nada, chaval, yo aguanto lo que me echen. Y nos han echado a Camela y reguetón, que hay que escuchar obligatoriamente, alucinado, con los ojos abiertos como brótolas. Yo y el resto de los habitantes del pueblo, pues aquí, como debe haberse propuesto el alcalde, no duerme ni dios. ¿Habrá salido bailando en Tik Tok, esa nueva epidemia que contagia a los regidores desde Vigo hasta Granada? Me asombra la complicidad del poder político y religioso, pues las campanas relevan a los cohetes y viceversa, que para eso comparten plaza la iglesia y el ayuntamiento, como en cualquier pueblo español que se precie. Aunque avisen de una crisis económica galopante, las corporaciones locales siempre tienen presupuesto para festejos. De pronto, se ha hecho un extraño silencio. Espero, nervioso, en la calma que precede a la tormenta. No me equivoco. Campanadas, cohetes y música irrumpen como fuegos artificiales que dinamitan cualquier atisbo de tranquilidad. Me imagino a los viejecillos encerrados, con miedo a salir de casa. Menos mal que muchos ya estarán sordos como una tapia. Si les pasara algo, ¿podría llegar hasta ellos una ambulancia? Me alegro de la felicidad de nuestros regidores, aunque me provoquen pesadillas. ¿Aceptaré, como Paco Cuenca, el reto de Rosalía? ¿Me convenceré de que en la vida política y cívica ya sólo caben la insustancialidad y la puerilidad? ¿Tendré que encomendarme a Fray Leopoldo? Me concentro para que caiga una lluvia de granizo que acabe con mis pesares, pero no ocurre nada salvo la fanfarria. No hay otra posibilidad. Me acuerdo del arte de la guerra y, encomendándome a Sun Tzu, que aconsejaba unirte al enemigo si no puedes con él, me echo a la calle. ¡Que siga la fiesta!

IDEAL (La Cerradura), 12/09/2022

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