Si
uno se da un paseo por las zonas de copas de Granada y otras ciudades españolas
donde se disfruta en la calle del ocio, da la sensación de que no pasa el
tiempo. Las mismas personas que salían con quince o dieciséis años lo hacen
ahora con cincuenta o cincuenta y cinco, y algunas tienen el grupo de amigos de
siempre, incluso la pareja de entonces, que no ha cambiado mucho en varias
décadas. Mientras nuestros jóvenes son más adictos a la tecnología que a los
viejos vicios, los mayores siguen acudiendo al alcohol, el sexo y el rock and
roll, llenando los mismos garitos, que quizá sean un poco más caros, y pidiendo
que les pongan las canciones de entonces. “¿Qué vamos a hacer con el abuelo?”,
se preguntan los nietos, que no tienen una vida social tan intensa. Por lo visto,
a los nuevos jubilados les gustan los encuentros casuales y el sexo sin
preservativo, y en lo único que coinciden con los jóvenes es en el uso de las
aplicaciones de citas. Las administraciones de los países occidentales también
se preguntan qué hacer con tanto viejoven que llega a los hospitales con
enfermedades de transmisión sexual. Porque no hay nada mejor que jubilarse y
dedicarse a la parranda, aunque algunos no estén para tanto trote. Mientras el
Gobierno quiere reformar el mercado inmobiliario para facilitar el acceso de
los jóvenes a la vivienda, las inmobiliarias planean residencias doradas para
la tercera edad. ¿Quién quiere una casa en propiedad cuando puedes vivir en un
hotel con tu pareja en la habitación de al lado? Que los nietos se vayan olvidando
de las herencias. En las redes abundan las dietas y los productos milagrosos,
los ejemplos de millonarios de ochenta años que aparentan cincuenta, los de cincuenta
que aparentan treinta, y se mezclan con los anuncios de nuevos robots de
compañía, gigolós y meretrices cibernéticos. No nos queremos morir, sino prolongar
eternamente la adolescencia. Me canso sólo de pensarlo. ¿Repetiremos todas las
estupideces que hacíamos entonces? Era el consejo que daba el cínico de Lord
Henry para recuperar la juventud en “El retrato de Dorian Gray”. Pero hoy las
ironías resultan demasiado complejas, y nuestros maduritos quieren ser Iron Man.
Menudo sufrimiento, casi tanto como hacer ayuno intermitente para lucir esas
abdominales que nunca habías visto. Y cantan: “Yo soy un joven viejo/ que ya
vivió mucho/ que ya sufrió todo/ que ya murió lejos”. Porque, quizá, como la
Maga de Cortázar, nunca tuvieron quince años.
IDEAL (La Cerradura), 19/01/2025
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