El
premio gordo de la vida sólo les toca a quienes juegan por casualidad, escribía
Pessoa, pero hay gente que, simplemente por su lugar de nacimiento, cuenta con
menos papeletas. En mi infancia, me fascinaba oír hablar de “los extranjeros”,
esos seres misteriosos que guardaban algún tipo de amenaza que nadie acertaba a
explicar. Tenía algo que ver con la visión maniquea del mundo de la que no nos
hemos librado totalmente en España, aunque la sociedad sea multicultural y
mestiza. En Granada se nota en los pequeños comercios y en los bares, y recuerdo
uno en concreto en el barrio de los Doctores, al que llevaba muchos años sin ir.
Las tapas eran las mismas, sonaba la misma música de los años ochenta, pero
habían mejorado el servicio y la carta, y había dos estudiantes trabajando de
camareras. Lo curioso es que el bar está regentado ahora por dos hombres de
nacionalidad marroquí que conocen a todos los clientes por sus nombres, como
ocurre en cualquier bar de barrio que se precie. Y eso fue lo que me llamó la
atención: el trato exquisito con la parroquia, tan alejado de la socorrida
malafollá granadina de la que suelen hacer gala muchos camareros en esta
ciudad, y la gratitud que las camareras mostraron hacia sus jefes cuando se
despidieron después de acabar su turno. Para ser “extranjeros”, los nuevos
dueños estaban mejor integrados que mucha gente. Pienso en ellos en una semana
en la que tanto se ha hablado de la política migratoria de Trump, en tantas
personas de otras nacionalidades que llevan años trabajando en nuestras ciudades
y en tantos compañeros de mi generación que actualmente trabajan en otros
países porque en España no era posible. Un país que, como Trump, construye
muros para que nadie pueda entrar, pero que pone todas las facilidades para que
los jóvenes se tengan que ir. Y son ya más de dos millones de españoles los que
son extranjeros en otros países, y que saben que la virtud esencial del
emigrante es la solidaridad, porque tienen que ayudarse unos a otros para sobrevivir,
ya que trabajan en muchos casos en condiciones precarias. Esta semana se ha reunido
también en Madrid el Consejo general de la ciudadanía española en el exterior,
que reclama una reforma de la ley electoral para que los expatriados elijan a
sus propios diputados y senadores. Su presidente, Eduardo Dizy, ha recordado
que lo que más valoran los emigrantes son sus raíces. Aunque tu propio país te
trate como a un extranjero.
IDEAL (La
Cerradura), 12/02/2017
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