domingo, 5 de febrero de 2017

Sillones

El partido más nuevo de la política española ha escenificado esta semana el problema más viejo: entender la democracia como un juego de sillones. Si no era suficientemente lamentable ver cómo el exdirector de la Guardia Civil, Arsenio Fernández de Mesa, se convierte ahora en vocal del Consejo de Administración de Red Eléctrica de España, también hemos visto a Pablo Iglesias e Íñigo Errejón discutiendo “como españoles” en el Congreso. “¡Al diablo con tus principios y obedece a tu partido!” me imagino que exclamó el primero. Y es que debe de ser otra costumbre española –que no holandesa- que los altos cargos de la Administración pública ocupen luego sillones en la dirección de grandes compañías e instituciones financieras y viceversa; o que ni siquiera ocupen esos sillones altos cargos de ninguna clase, sino políticos cuyo mayor mérito es saber arrimarse al sol que más calienta. Los ciudadanos que habían puesto sus esperanzas en “la nueva política” no salen de su asombro. Pero es que, como escribe Andrés Neuman en “Caso de duda” (Cuadernos del Vigía, 2016), “las convicciones firmes son la base del autoengaño”, y así es como las ideologías suelen diluirse en los egos personales. ¿Se trataba en realidad de una política muy vieja? Todo depende del precio que tengan los sillones o del miedo que tengan a perderlo quienes en ellos se sientan. Y, como no hay mal que por bien no venga, el miedo escénico de Susana Díaz a las protestas y al kamikaze Pedro Sánchez ha provocado que los granadinos asistan a la derogación de la orden sobre la fusión hospitalaria y a las dimisiones del viceconsejero de Salud, Martín Blanco, y del gerente del SAS, José Manuel Aranda. Es decir, que en Granada nos hemos librado de los recortes en la sanidad por una veleidad política, que ha sido la que le ha dado el empujón definitivo a la marea ciudadana. Porque para estar en un partido es necesario cambiar frecuentemente de opiniones, mientras que los ciudadanos deben seguir esforzándose en mantener las suyas. Y ahora deberíamos empeñarnos en que a Granada llegue por fin el AVE, que según asegura el ministro de Fomento, Íñigo de la Serna –lo han dicho ya tres o cuatro ministros de distintos partidos y con la misma convicción: “Esta obra es una prioridad”-, será en 2018. ¿Se tratará asimismo de una convicción política? Porque entonces tendremos que esperarlo sentados, y no será precisamente en un tren. La mentira viaja siempre mucho más rápidamente que la verdad. ¡A levantarse!

IDEAL (La Cerradura), 5/02/2017

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