lunes, 26 de abril de 2021

Espectáculos

Nuestra pobreza cultural se muestra en las simplezas del debate político: mayor polaridad y extremismo, ausencia de debates con propuestas e ideas concretas. En España, la situación de Cataluña y Madrid se revela paradigmática. Los otrora motores económicos y culturales del país viven, con elecciones o sin ellas, en una campaña permanente de descrédito del adversario y una confrontación que poco tienen que ver con los intereses de los ciudadanos. En Cataluña, el independentismo pretende la exclusión de quienes no comparten su ideario, ya se trate de los agentes de los cuerpos de seguridad el Estado, a los que no se quiere vacunar, o de los propios ciudadanos, en una especie de nuevo apartheid de los que llaman españoles, como si ellos no lo fueran, aunque se trate de personas que contribuyen al desarrollo de la sociedad catalana, como Javier Cercas, condenado públicamente por el aparato secesionista por el mero hecho de decir lo que piensa, primer requisito del Estado democrático. Y en Madrid, la campaña electoral ha mostrado ya demasiados esperpentos, como el de Rocío Monasterio haciendo de banderillera bajo la mirada aprobadora del hombre-puro (es lo que fumaba) Santiago Abascal; o el de Isabel Díaz Ayuso, permanente tonadillera; con Ángel Gabilondo liándose con la concentración y dispersión del centro izquierda y Pablo Iglesias confundiendo los intereses de la izquierda con los de su propio partido. Y Pedro Sánchez, claro, interviniendo en la campaña como si fuera el candidato del PSOE a la comunidad en vez del presidente del Gobierno de España. Lo de Vox y el cartel sobre los Menas es un tema aparte. Un partido que utiliza una campaña electoral para incitar al odio debería ser ilegal, como lo es la exaltación del nazismo en Alemania. Los derechos humanos obligan a los países a la protección de los menores, independientemente de su procedencia o nacionalidad. Y los partidos políticos que ignoran los derechos humanos no deberían existir, simplemente, porque son los derechos y libertades fundamentales de las personas los que legitiman la existencia de esos partidos y de las democracias. Mientras tanto, la gente se muere por la Covid-19 o por las consecuencias económicas de la gestión de la pandemia. Pero los principales medios de comunicación dedican sus editoriales a la Superliga, que es lo que parece inquietar más en un país donde la gente prefiere obviamente las contiendas futbolísticas a las políticas. Se ve que podemos prescindir de los cargos políticos, pero no de las estrellas del balón. Cerrada la cultura, estos son nuestros espectáculos públicos.

IDEAL (La Cerradura), 25/04/2021

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