Como
extranjeros, hacemos turismo en nuestra propia tierra. Nada hay mejor que
ponerte el disfraz del viajero y pasear de incógnito, como si nunca hubieras
recorrido los bosques de la Alhambra, ni entrado en ese bar, donde el vecino de
toda la vida no sabe a ciencia cierta si eres tú, pues llevas una mascarilla.
No podemos ver a los familiares que viven en otra comunidad, pero sí pueden
visitarnos nuestros amigos franceses para irse de juerga, e incluso puedes
reencontrarte contigo mismo en un chiringuito en la playa si logras superar la
larga caravana. No podemos ir a ningún lado, así que todos vamos a los mismos
sitios, y no nos importa hacer cola para que nos den una mesa y encontrarnos a
quienes no veíamos hace siglos. También hay colas en Leroy Merlín, porque en
Semana Santa nos ha dado por construir castillos interiores, y aunque no
tengamos ni un duro ponemos nuevas estanterías y compramos taladros mágicos,
qué importa una deuda más si el mundo parece estar acabándose. Las crisis nos
dan la posibilidad de reinventarnos, y si lo hacemos con nosotros mismos y con
nuestras casas también podríamos hacerlo con nuestra ciudad, redescubrir esa
Granada que tiene una potencia patrimonial, cultural y universitaria que ya
quisiera Málaga, aunque tengamos unos gobernantes tan torpes que han logrado
que sólo se la conozca como el paraíso del botellón y de la tapa. ¿Somos
capaces de vernos con los ojos de un extraño? ¿Señalar, objetivamente, qué es
lo mejor y lo peor que tenemos? Como me dijo hace años mi colega Jorge
Fernández Bustos, Granada exporta escritores como Cuba músicos, y quizá haya
llegado el momento de ofrecer esa cara más amable de una ciudad inmejorable
para vivir y crear y que sin embargo carece de una verdadera industria
cultural. Resulta chocante que no haya una agenda cultural única, sino que uno
tenga que bucear en las actividades de la Diputación, el Ayuntamiento, la Junta
o la UGR, en la feria del libro, por ejemplo, a pesar de los esfuerzos de Nani
Castañeda. O de Jesús Ortega en el Centro Lorca. O de Remedios Sánchez con el
FIP. O de Álvaro Salvador y el Ateneo. O de Jesús Lens y Gustavo Gómez con
Granada Noir y otras tantas iniciativas. O Mariana Lozano y Esdrújula. O
Alfonso Salazar y tantos otros, acostumbrados siempre a volar sin red. Granada
Cultura podría ser una marca y un ente que uniera y llevara en una misma
dirección iniciativas públicas y privadas.
IDEAL (La Cerradura), 4/04/2021
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