La
dignidad sigue a veces extraños caminos, y la ha mostrado al suicidarse el
exgeneral bosniocroata Slobodan Praljak, que bebió el pasado miércoles un
veneno después de escuchar la sentencia condenatoria del Tribunal Penal
Internacional para la antigua Yugoslavia. El hombre lo hizo además ante las
cámaras, por lo que el acto tuvo un punto de teatralidad que rápidamente han
explotado los medios de comunicación, comparándolo con otros suicidas-genocidas
como Hermann Göring, que apareció muerto en su celda el 15 de octubre de 1946,
pocas horas antes de ser ejecutado tras la condena del tribunal de Núremberg.
Pero Slobodan Praljak negaba ser un genocida y un criminal de guerra; más bien
se consideraba un patriota, alguien que, siendo ingeniero, licenciado en
Filosofía y Sociología, escritor y director de cine y teatro en Croacia, sufrió
la fiebre nacionalista para ser despojado de su derecho a decidir y a no matar
durante la guerra, pero que años después ha elegido libremente acabar con su
propia vida. Un hombre cuya trayectoria provoca rechazo y vergüenza, pero que
no es muy diferente a la de otros líderes en tiempos de paz. Consejeros
delegados de grandes empresas que consienten también la exclusión y la muerte
de sus semejantes en otras partes del mundo, niños que trabajan para sus
filiales en condiciones paupérrimas, o la pobreza de los trabajadores de la
sede nacional, que cobran un sueldo mínimo 207 veces inferior al de sus jefes,
como ocurre en las compañías del IBEX 35, según denunciaba esta semana la ONG
Oxfam Intermón. Pero aquí se trata de una guerra silenciosa, con muertos
silenciosos, y donde nadie ingerirá un veneno si no hay una condena. ¿Alguien
se acuerda ya del suicidio del expresidente de Caja Madrid, Miguel Blesa? Sin
duda se trató de un hecho excepcional, pues lo normal en España es sacar pecho
después de hacer un estropicio, “defendella, y no enmendalla”, aunque como
Puigdemont tengas que huir a Bruselas. De hecho, la mayoría no se va a ningún
lado, sino que sigue ocupando un cargo en el partido, o manteniendo el acta de
concejal en el Ayuntamiento, o disfrutando de un retiro dorado en una fundación
o cualquier otra institución de supuesto interés público. Cuenta Tácito que
Séneca, condenado por Nerón, trató de matarse por tres medios: cortándose las
venas, bebiendo cicuta y, finalmente –no funcionaron los dos primeros métodos-,
por asfixia en un baño de agua caliente, pues tenía asma. Hay muertes y vidas
poco ejemplares, pero el bien y el mal dependen de cada uno.
IDEAL (La
Cerradura), 3/12/2017
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