El
relato de la política española parece haber cambiado de género: de la crónica
negra ha pasado a convertirse en una historia de terror. Ese género que, según
Stephen King, es comparable al gusto morboso de algunas personas por aminorar
la marcha para contemplar un accidente de tráfico en la carretera. En España,
los partidos políticos escenifican una colisión continua para polarizar a la
opinión pública, incluso cuando llegan a acuerdos, como esta semana han
alcanzado el PSOE y Podemos para presentar unos nuevos presupuestos del Estado.
Pero no por ello (como el resto de los partidos) dejan de utilizar el lenguaje
del miedo: a la derecha y a la izquierda, a la extrema derecha y la extrema
izquierda, al populismo, al paro, a la pérdida de las pensiones, a la subida de
los impuestos, a la fragmentación del Estado e incluso a la desintegración de
España, al terrorismo o a una nueva crisis económica. Y, por eso mismo, lo que
verdaderamente les da miedo a los ciudadanos son los propios partidos políticos
y sus dirigentes, que si falsean sus títulos académicos y sus currículos –el
debate nacional- lo mismo falsean también la realidad y las cuentas públicas.
Sin embargo, la diferencia entre la política y la literatura es que quien sabe
escribir puede hacerlo en cualquier género y sobre cualquier cosa, pero los
políticos no suelen saber medir cuándo el relato del miedo puede convertirse en
realidad. Porque si no creemos en la política tampoco creemos en la democracia,
y ese es el verdadero peligro al que nos enfrentamos, pues los ciudadanos
necesitan soluciones pragmáticas. A alguien que les diga que va a solventar los
problemas sociales y que no se pierda en discursos vacíos, sino que adopte medidas
concretas. Y eso explica el auge de todos los “ismos” que ascienden en las
sociedades democráticas, personajes como Trump en Estados Unidos, Matteo
Salvini en Italia, o que, en España, un partido como VOX sea tomado en serio
por el resto de las fuerzas políticas, que se sienten amenazadas porque, en el
fondo, son conscientes de que la ética y la profesionalidad en sus propias
formaciones han decaído de una forma insostenible. Y ése es el problema, pues
la política sigue siendo necesaria para que sobreviva la democracia como forma
de gobierno y para asegurar el futuro. Los votantes apoyarán a quienes les
convenzan de ello. La vida está llena de miedos pequeños y grandes, pero son
los pequeños los que entendemos mejor. Es lo que debería preocupar a los partidos
democráticos.
IDEAL (La
Cerradura), 14/10/2018
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