La
familia de José Ignacio Soto Roldán, un joven de la Malahá fallecido en
Islandia, espera que los amigos puedan traer a España sus cenizas. Traer el
cuerpo es demasiado caro, y esperan la autorización de las autoridades para
poder incinerarlo. Somos poca cosa, y luego cabemos en una urna hermética que
puede transportarse en cualquier mochila. José Ignacio había viajado hace unas
semanas a ese país a buscar trabajo, y sufrió un infarto cuando se encontraba
allí, curiosamente el país que vivió en el año 2008 la mayor crisis económica
que se recuerda en el seno de la Unión Europea, con el colapso de sus tres
principales bancos. José Ignacio debía de ser uno de esos jóvenes que se
dedicaban a “la movilidad exterior”, como dijo una exministra de Trabajo de
cuyo nombre no quiero acordarme. Pero la realidad es que él tuvo que viajar
tres mil kilómetros para morir en una tierra prometida que no le dio la
tranquilidad que esperaba. El periplo de su cadáver sería digno de una película
de Frank Oz, salvo porque si no fuera por sus amigos, el ataúd de plástico
todavía seguiría en el puerto de Reikiavik, entre cajas de verduras. Por
suerte, José Ignacio no se ha enterado de nada. Quienes sufren son sus
familiares y amigos, que no entienden tanto absurdo. Pero la odisea de su
cadáver es una metáfora del mercado de trabajo español, aunque haya quien se
niegue a aceptar las evidencias. Autónomos y trabajadores en precario ven cómo
los partidos políticos disputan por los euros de sus cotizaciones a la
Seguridad Social, una institución que podemos mantener a duras penas, y cuya
caja se ha saqueado sistemáticamente en los últimos años para sufragar unas
pensiones que cada vez son más ridículas. “Ahorre usted”, nos dicen, “hágase un
plan de pensiones”. Pero ¿con qué? Si nos dijeran “hágase la luz”, tendría el
mismo efecto, aunque para eso ya tenemos a Endesa y los impuestos sobre la
energía, tributos indirectos que afectan por igual a ricos y a pobres, por eso
de cumplir con los principios de justicia tributaria de la Constitución
Española. Otro cadáver, que no tiene nada que ver con la desintegración
territorial del Estado, sino con el reconocimiento de unos derechos sociales
que no se garantizan por ley. Y son los partidos políticos que más dicen
defender la Constitución los que han desmantelado el Estado Social y
Democrático de Derecho. Los mismos que ahora se dedican a dar espectáculos
lamentables en el Congreso. ¿Halloween?
IDEAL (La
Cerradura),28/10/2018
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