No
es de extrañar que los ciudadanos prefieran el fútbol a la política, que se ha
convertido sin embargo en un deporte nacional. Hay quien pasa de lo uno y lo
otro, pero tienen cosas en común: victorias, derrotas, árbitro, goles,
bochornos y ridículos absolutos. El último esperpento político lo hemos vivido
esta semana a cuenta del Impuesto sobre Transmisiones Patrimoniales y Actos Jurídicos
Documentados, un tributo cedido a las comunidades autónomas, como la práctica
totalidad de los impuestos estatales más importantes, salvo el de sociedades. Y
el esperpento no lo ha protagonizado el Tribunal Supremo, sino todos los
partidos políticos y el Gobierno. Si ya estaban convencidos de que no debían
pagarlo los ciudadanos, ¿no han tenido tiempo de modificarlo o incluso
eliminarlo desde el año 1993, que fue cuando se impuso en España? Después de la
decisión del Tribunal Supremo de que debían seguir pagándolo los ciudadanos,
¿era necesario un Decreto-ley para modificarlo? ¿Cuáles son las causas “de
extraordinaria y urgente necesidad” (lo que exige la Constitución) que
justifican esta norma? La realidad es que, tratándose de un impuesto cedido a
las comunidades autónomas, éstas tenían y tienen la capacidad para establecer
deducciones y bonificaciones en la cuota, y las han aplicado para colectivos
como los jóvenes o las personas discapacitadas. Pero dictar un Decreto-ley a
raíz de la decisión de un tribunal, es cuestionar al poder judicial y a los
jueces que, se equivoquen no, están garantizando la existencia del Estado de
Derecho. Los mismos que han metido en la cárcel a Rodrigo Rato, Iñaki Urdangarin
y a otros personajes que han personificado la connivencia del poder político y
el económico. Porque la connivencia es ésa, y no la de los jueces. ¿Ya sólo se
gobierna a golpe de decreto, de encuesta o de tuit y según la opinión de los
ciudadanos? ¿Alguien se ha tomado la molestia de explicarles el impuesto en
cuestión –que no es ninguna tasa, no son sinónimos- y el sistema de
financiación del Estado y las comunidades autónomas? La extraña unanimidad
entre los partidos políticos para cuestionar las decisiones acertadas o no del
Tribunal Supremo sólo revela ignorancia. Desde luego lo que habría que promover
es un sistema tributario más justo, algo que le corresponde al poder político.
En un sistema ideal habría quizá un único impuesto sobre la renta, modulado
según la capacidad económica y las circunstancias personales de los ciudadanos.
Pero para ello quizá deberían desaparecer antes la mitad de las
Administraciones públicas españolas, que están sobrefinanciadas. Que ruede la
pelota.
IDEAL (La Cerradura),
11/11/2018
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