El desacuerdo de los partidos para
reformar la Constitución española ilustra su inoperancia, pues nada debería
resultar más natural en un Estado democrático. Porque la Constitución no es esa
grave señora algo artrítica que nos presentan a veces, sino una ley de leyes
que va adquiriendo su madurez, pero todavía lozana e inexperta en algunos
aspectos de su personalidad. Así, consolidar las pensiones y los derechos
sociales y llevar a su máxima expresión el Estado autonómico con un nuevo
sistema de financiación son tareas ineludibles, aunque la propia democracia
parezca viciada por sus organizaciones políticas, que han perdido su razón de
ser. No conectan con los ciudadanos porque están más preocupadas por mantener
el poder, algo que resulta más evidente en aquellos candidatos que no tienen
otra profesión que la política y que saben poco en realidad de la sociedad que
pretenden dirigir y de los trabajadores y profesionales que dicen representar. Por
eso no es de extrañar que un partido como VOX haya obtenido doce escaños en
Andalucía con mensajes meridianamente claros –algunos bien lamentables- que han
conectado con miles de personas hartas de programas grandilocuentes y una
realidad cruda, como la que revela las estadísticas de la Agencia Tributaria,
que señala que la mitad de los asalariados de Granada no ganan más de 825
euros. Una miseria. Parte de la clase política hace un discurso tan vacío de
contenido que aparenta carecer incluso de ideología, como si cambiase de forma
de pensar según las tendencias de las redes sociales o la evolución del cambio
climático. En Podemos, por ejemplo, se ve que a pesar de tener títulos
universitarios algunos carecen de una mínima educación cívica que les permita
mostrar respeto en el Parlamento al Rey y a la propia Constitución, que les
guste o no son las instituciones que permiten su subsistencia. Porque si no hay
acuerdo en lo más básico, que son las normas de convivencia, no vamos a ninguna
parte. Lo primero que debería presidir cualquier programa político son los
derechos humanos, en España o en cualquier país, pero hay dictadorzuelos que creen
que sólo tienen derechos los que piensan de una determinada manera, y esto vale
para Gabriel Rufián, Santiago Abascal o Pablo Iglesias. Incluso vale para
Albert Rivera, Pablo Casado y Pedro Sánchez, el presidente español que más
recursos públicos utiliza para viajar y paradójicamente el de menor influencia
internacional y doméstica. Por cierto, ¿no hay en España una candidata sensata
a la que podamos votar? Una María de la Constitución, por ejemplo.
IDEAL (La Cerradura, 9/12/2018)
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