martes, 2 de marzo de 2021

Democracia

Los disturbios en las calles por el encarcelamiento del rapero Pablo Hasél revelan el gran problema que tiene España con la educación, y quizá sea un aviso de la realidad social que nos espera por la hecatombe económica creada por la pandemia y su desastrosa gestión política. Porque la libertad de expresión no ampara ni debe amparar la apología del terrorismo, como tampoco la quema de contenedores y el destrozo del mobiliario público. Una persona que enaltece o pide en sus canciones que organizaciones terroristas como ETA o los Grapo vuelvan a matar no ejerce ningún derecho, sino que vulnera los de otros, y si está cometiendo un delito penal merecerá la pena correspondiente, como también la niña joseantoniana que culpaba en un mitin reciente a los judíos de los males del mundo y negaba el holocausto, lo que muestra una incultura lamentable, además de inhumanidad. Los gritos de Auschwitz aún deberían resonar en nuestras conciencias, y ahí tenemos el ejemplo de Alemania, que después de sufrir a Hitler y el nacismo los ha condenado públicamente, y no tiene problemas en procesar a quien hace apología del fascismo y de la muerte. Quizá porque en este país no se han condenado todavía unánime y públicamente la dictadura franquista y sus crímenes, no existe una cultura de reconocimiento de los errores, empezando por la clase política. Lo que también explica la cárcel mental en la que viven el rapero Hasél y la niña fascista, que carecen de conciencia ética y moral. En una democracia las leyes se cambian por el procedimiento establecido, pero aquí la costumbre es saltárselas. Estos hechos deberían darnos la medida del momento social en el que vivimos, y desde luego nos lo dan de nuestra clase política, que los utiliza para polarizar más a la ciudadanía, fomentando el extremismo. No se trata ya de que parte del Gobierno coquetee con la violencia callejera, sino de que, con una población al límite de su aguante, haya personas que se sientan agredidas personalmente por esas políticas y salgan a las calles para enfrentarse con las fuerzas del orden en Andalucía o en Cataluña. Así, mientras dentro del propio Gobierno, y entre éste y la oposición, aflora la violencia dialéctica, la violencia física toma las calles. Quién diría que esta semana hemos celebrado la victoria de la democracia sobre un golpe de Estado. Desde entonces, hemos olvidado tanto o destruido nuestra memoria con tanta convicción que lo que hoy pende de un hilo es la democracia en España.

IDEAL (La Cerradura), 28/02/2021

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