lunes, 25 de julio de 2016

Construcción de los sombreros encarnados

A Siomara España (Ecuador, 1976) la conocí en Guayaquil hace tres años, y desde el primer momento me llamó la atención la manera deslumbrante –y contagiosa- que tiene de apasionarse por las cosas. Una pulsión que está presente en su poesía, que llega a ser visceral, y que te sobrecoge en un torrente de palabras que, sin embargo, están muy bien medidas. Buena prueba de ello es el poemario “Construcción de los sombreros encarnados (música para una muerte inversa)”, que Siomara escribió en una noche, mientras escuchaba la Quinta Sinfonía de Gustav Mahler, y que luego pulió y pulió, y con el que ganó el Premio Nacional de Literatura de la Casa de la Cultura de Ambato (Ecuador) en el año 2012, y que ahora publica en España la editorial Polibea.
En este libro encontramos ese apasionamiento de Siomara por la vida, y no es una casualidad que haya elegido para personificar su voz poética a un personaje que se encuentra en el mismo límite entre la vida y la muerte, Gustav Aschenbach –un suicida en cierto modo-, el personaje principal de “La muerte en Venecia”, tal vez la novela más redonda de Thomas Mann. El reflexivo y metódico Aschenbach se enamora del adolescente Tadzio, y está dispuesto a sacrificarlo todo por la belleza –“la naturaleza se estremece de placer cuando el espíritu se inclina, reverente, ante la Belleza”, escribe Thomas Mann-, que es precisamente lo que hacen los poetas extraordinarios al escribir.
Como Aschenbach, la voz poética se consume en los poemas de este libro, y la poeta también, pues deja parte de sí misma en estas páginas, encerrada en ese mundo de portadas color turquesa, que revive cuando el lector las abre y lee, y donde resuenan las voces de otros poetas preferidos de Siomara España: Federico García Lorca, Walt Whitman, Vicente Huidobro, Dylan Thomas, José Lezama Lima, César Vallejo o Constantino Kavafis.
Y en este libro los sombreros tienen una simbología especial, claro, la de la civilización occidental que se derrumba en la novela de Thomas Mann, como la propia ciudad de Venecia, el escenario de ambas obras, que va hundiéndose en la laguna. También la poeta escribe en un mundo que se derrumba, pero, llevada en volandas por la música, opone la escritura como bien irreversible para mostrar “la puesta en escena de mi propia muerte”, “para no sucumbir al terror del desconsuelo” o “para arrancar desde tu boca la amargura de mi nombre”, por citar algunos versos de Siomara España, cuyos poemas acaban siempre con una fuerza inaudita –ascendente, podríamos decir- como el que cierra el libro: “TÚ/ vencido/ como el ave que lucha/ desplegando/ sus alas sobre el viento/. YO/ muerto/ en la blanca arena/ de mi última/ obertura”.
La poeta se transmuta en personajes, en Tadzio y en Aschenbach y en la propia voz poética, para ser “un hombre nuevo y viejo/ y una nueva sombra/ bajo el mismo nombre”. Siomara España ha escrito un libro admirable. Y es una suerte que los lectores españoles puedan leerlo ahora.

IDEAL (Cultura), 25/07/2016

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