Hasta
hace poco, si había algo de lo que estábamos orgullosos en España –más allá de
la imagen del rey pidiéndole a los jugadores de la selección de fútbol que
“sigan cantando”- era de la sanidad pública. Frente a otros países
presuntamente desarrollados como Estados Unidos, donde si no puedes pagarte un
seguro privado te mueres en la calle, aquí ha sido el servicio público más
importante. De hecho, no son pocos los ciudadanos europeos que venían a residir
en España sólo por ese motivo. Sin embargo, las competencias en salud, junto al
otro servicio público por excelencia, la educación, son actualmente de las
comunidades autónomas, lo que podría explicar su declive. ¿Veremos a ciudadanos
cambiar de residencia por cuestiones sanitarias? ¿Asistiremos (o asistimos ya)
a una competición entre las comunidades en este ámbito, como ya ocurre en
materia fiscal? ¿Huirán de Madrid para poder ir al médico los que se fueron
allí para pagar menos impuestos? Privatizar el sistema público de salud es
cambiar el modelo de Estado, que deja de ser social para convertirse en otra
cosa, quizá en una caricatura norteamericana. Lo peor es que sean los propios
profesionales sanitarios los que tengan que salir a manifestarse, acompañados
de los ciudadanos, claro, que ven cómo se alargan las listas de espera de los
especialistas o la mera atención primaria. Ocurre en Madrid, pero también en Sevilla
o en Granada, donde se han convocado manifestaciones esta semana. La defensa de
la sanidad pública es de las pocas cosas en las que la población está de
acuerdo, y la mayor manifestación que se recuerda en esta ciudad, apática por
excelencia, fue por sus hospitales. Así que haría bien Juanma Moreno en tomar
buena nota, porque Andalucía empieza a manifestar los síntomas de un servicio
público deficiente, con demasiados enfermos crónicos esperando a que los
atiendan. Eso sí que es un “terror político y sindical”. Hay quien se muere de
risa escuchando las declaraciones de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel
Díaz Ayuso, y hay quien simplemente se muere. Si la gente saliera a
manifestarse también por unas comunicaciones dignas, no tendríamos dudas de que
Granada acogerá la sede de la Agencia de Inteligencia Artificial ni nos
arruinaríamos para salir de viaje o regresar a la ciudad. “Entonces volví a la
ciudad a la que no volveré”, diremos como Justo Navarro al comienzo de la
novela “El alma del controlador aéreo”. El colmo de vivir en Granada sería
tener que coger un avión o un tren para ir al médico.
IDEAL (La Cerradura), 27/11/2022