No creo que el jugador del Granada Dani
Benítez se diferencie mucho de otros jóvenes de veintiséis años que tontean con
las drogas. Hemos visto a veinticinco mil haciendo lo propio en la fiesta de la
primavera con el beneplácito municipal y nadie se ha rasgado las vestiduras. No
eran jugadores de fútbol, claro, ni se han destrozado la vida públicamente.
Aunque un poco sí, durante unas horas de borrachera. Las resacas son estados de
ánimo lamentables donde uno hace propósitos de enmienda. Pero el sentimiento de
culpa suele durar lo que dura la deshidratación, y tan sólo unas horas después
uno vuelve a ser indulgente consigo mismo. Lo malo es cuando en esas horas se
comete alguna estupidez que determina tu vida para siempre. Puede pasar que
pierdas el trabajo, pero también cosas peores, como perder a la familia o tener
un accidente. Probablemente, las recriminaciones personales más duras se las
habrá hecho el propio Benítez, pero qué terrible es tenerlo todo y perderlo por
una sola decisión tomada el día antes de volver a jugar un partido de fútbol. El
jugador pensó quizá lo que pensamos todos en estos casos: “Por un día… A mí no
me va a pasar”. Aunque hayamos visto que le pasa a cualquiera, a tu hermano o a
tu vecino, por un día y por dos que suelen convertirse en semanas y en meses y
en años de adicción. Porque nadie es un adicto hasta que mete la pata. Hasta
que te das cuenta de que la realidad no es como pensabas. Y entonces te preguntas
todavía incrédulamente cuándo empezó a cambiar el aspecto de las cosas, la
actitud de la gente hacia ti, ese encanto que tenía la vida cuando tenías el
dominio de lo que sucedía. No es que siempre te salieras con la tuya, pero sí
que ordenabas el mundo de alguna forma, aunque sólo fuera marcando el camino a
seguir. Y habrá aficionados que seguirán viéndolo como el héroe del ascenso del
Granada. Los héroes son así: tienen fulgurantes ascensos y caídas estrepitosas.
Dani Benítez tenía que saber lo que ocurriría cuando le hicieron el control
antidoping el día dieciséis de febrero, pero seguramente seguía creyendo en los
milagros. Total, él participó en uno cuando ya nadie lo esperaba. “Porca
miseria”, pensará el todavía jugador del Granada y del Udinese. El futuro,
escribía Bierce, es ese período de tiempo en que nos van bien las cosas,
nuestros amigos son sinceros y nuestra felicidad está asegurada. Ahora toca
pasar página.
IDEAL
(La Cerradura), 30/03/2014