lunes, 15 de febrero de 2021

Política seca

Incapaces de rebelarse quizá contra la educación nacional católica heredada, algunos políticos españoles parecen dictadores en potencia (aunque se quejen alegremente de la calidad democrática), capaces de ponerse la ley por montera en cuanto les dejan, lo que lamentablemente ha propiciado la declaración inconstitucional del estado de alarma. Así, mientras el presidente del Gobierno se vale de la emergencia sanitaria para eliminar el Estado de Derecho al tiempo que su vicepresidente Pablo Iglesias no deja de criticar esa democracia que le ha permitido convertirse en casta, el presidente de la Junta de Andalucía, Juan Manuel Moreno, prohíbe la venta de alcohol a partir de las seis de la tarde en cualquier comercio, aprovechando que el río analcohólico pasa por Pisuerga. Porque, contrariamente a lo que se piensa, la “ley seca” no se refiere a los combates contra los abusos del alcohol (ya nos han enseñado que, sin embargo, los estancos prestan servicios esenciales, aunque no sabemos por cuánto tiempo), sino al poco seso de aquellos tratan de justificar las prohibiciones arbitrarias. Porque la cuestión no es lo que se prohíba, sino el mero hecho de prohibir, lo que demuestra un nulo respeto por el ejercicio de los derechos y libertades fundamentales y un desprecio absoluto a la madurez de los ciudadanos. Teniendo en cuenta el nivel de nuestra clase política, lo raro es que la gente no beba o se suicide moderadamente como se le antoje. ¿Hasta dónde va a consentir la ciudadanía? Esa es la pregunta que parecen hacerse parte de nuestros responsables públicos, que ya se ríen del Gran Hermano de 1984. Desde que empezó la pandemia, la confusión parece ser la tónica general y, a falta de recursos y de medidas eficaces, la política se ha reducido al ejercicio de la autoridad, que abre o cierra la mano para pegarle collejas a la población, tratada como párvulos. ¡Líbrennos del miedo! Así, puedes caminar a esta hora, correr a esta otra, ver a tus amigos en una mesa de no más de cuatro personas, pero no en tu casa, aunque seáis tres, no va a haber actos culturales ni deportivos, por peligro de contagio, pero sí políticos, que ya estamos a fin de cuentas contagiados, en un galimatías territorial y administrativo en el que lo que resulta inaudito es que todavía no hayamos saltado por los aires. “La mayor virtud es la paciencia”, nos dicen los filósofos. Y es que quizá llegue el día, en que, en pleno delirio político, los malos gobernantes decidan prohibirse a sí mismos. Amén.

IDEAL (La Cerradura), 14/02/2021

lunes, 8 de febrero de 2021

La realidad

A las seis de la tarde, parte de la vida se detiene. La gente apura sus compras y la policía aparece en sus coches, pendiente de que el segundero llegue a las doce para realizar los primeros controles. La rutina se ha vuelto molesta para clientes y comerciantes, que deben cronometrarse. Es normal que la gente se desanime, sobre todo nuestros mayores, que leen que ya no ingresan en la UCI a los mayores de 80 años, según ha denunciado el presidente del Sindicato Médico de Granada, Francisco Cantalejo, y que probablemente se irá bajando esa franja de edad según las circunstancias sanitarias y la situación de los hospitales. No sólo es espantoso, sino inmoral. Como lo es tener que seguir escuchando a los responsables públicos que han negado reiteradamente la gravedad de la pandemia y que han ido cambiando su discurso en función de las circunstancias, desde Fernando Simón a Pedro Sánchez, sobre el uso de la mascarilla, la incidencia de las nuevas cepas o la llegada de las vacunas. Ya no se trata del cuento del pastor mentiroso, sino de una mentira continuada de aquellos que tienen la obligación de explicar la realidad, por muy dolorosa que esta sea. Presuponemos que no hay mala fe en la gestión pública y únicamente impotencia, pero es evidente que las personas que están al frente de la gestión de la pandemia en España no están capacitadas para ello. Hablan de más. Acuñan eufemismos para negar la realidad y lo que es peor, poner en riesgo la vida de los ciudadanos que ven cómo son borrados del mapa. Mientras, hay quien se lía una manta a la cabeza, sigue ignorando las medidas de higiene básicas, especula sobre conspiraciones que justifiquen su egoísmo, propaga bulos en las redes sociales, pone en riesgo a los que le rodean. Vivimos en una sociedad en que la estupidez campa a sus anchas. Y parte de la responsabilidad es de quienes no tienen ningún respeto a la verdad, no ya en una campaña política, sino en una emergencia sanitaria. Personas que deben de haber olvidado que tuvieron padres y abuelos, y que incluso ellos mismos, a pesar de su irresponsabilidad, también son seres humanos, sujetos de derechos y libertades. Necesitamos gestores que sepan diferenciar la verdad de la mentira, y llamar a la realidad por su nombre. ¿Se utilizan todos los recursos públicos? ¿Cuánto puede durar la paciencia de los ciudadanos? ¿No se les quiere inquietar más? A falta de unas elecciones, la esperanza depende de la estación.

IDEAL (La Cerradura), 7/02/2021

lunes, 1 de febrero de 2021

Temblores

En un planeta que vaga por el universo, lo raro sería que no hubiera epidemias y terremotos. Como le diría una capa tectónica a otra: “Hay que liberar tensiones”. Descansamos un poco del virus y nos dedicamos a contar movimientos sísmicos con la nueva App que hemos descargado en el móvil. Ya colocamos los libros y barrimos los restos de la vajilla en las noches de insomnio. ¡Hay que romper la rutina! Al menos hemos salido a la calle, a pesar de las prohibiciones. Y qué bien sienta redescubrir lo agradable que es el aire de la noche, aunque haya quien prefiera dormir en el coche al ver cómo bailan las gárgolas de la catedral de Granada. Ante cómo van desarrollándose los acontecimientos, dan risa las expresiones acuñadas por los estrategas políticos y los comunicadores sensacionalistas, empezando por la “nueva normalidad”, con la que el presidente del Gobierno anunciaba una de sus sucesivas victorias pírricas contra el coronavirus. “Los granadinos están siendo puestos a prueba”, nos dice Pedro Sánchez. Y claro, nos echamos a temblar, como se dice popularmente. En una película de los años 90, “Temblores”, unas criaturas que salían de la tierra para zamparse a los incautos provocaban los terremotos; pero aquí tenemos a esas criaturas danzando tranquilamente por la superficie, y no todas son microscópicas. Dan miedo, teniendo en cuenta las circunstancias sanitarias y políticas. Aunque los expertos nos tranquilizan: “Se trata de una serie sísmica”. ¿Aliviarán tensiones las elecciones en Cataluña? Lo que ocurra en esa comunidad puede darnos una idea del futuro de España, y por eso se ha ido para allá el exministro de Sanidad, Salvador Illa, mientras que Miquel Iceta se ha mudado a Madrid con Pedro Sánchez para convertirse en ministro de Política Territorial. Mamma mía, como le dé por bailar. “¡Pedro, líbranos del mal!”, exclamará mientras salta por los aires el Estado autonómico. Y claro, nos echaremos a temblar nuevamente, como ha temblado mi habitación mientras escribía este artículo. Eso me pasa por invocar los fantasmas electorales. Es mejor acudir a las opiniones científicas, que señalan que es el peso de la cuenca de Granada lo que provoca los movimientos en las fallas. “La cuenca se está deprimiendo por su propio peso y, al hundirse, se producen estos terremotos”, nos dicen desde el Instituto Andaluz de Geofísica y Prevención. Así que tendremos que preguntarnos con Milan Kundera, ¿qué será más importante, el peso o la levedad? Lo meditaremos mientras convergen las placas africana y euroasiática y temblamos un poquito más.

IDEAL (La Cerradura), 31/01/2021