En
comparación con otras realidades mucho menos favorecidas por las circunstancias
políticas y económicas, resulta bochornoso que en España se utilice el término
“plurinacionalidad”, común en América Latina para referirse a los pueblos aborígenes
que han sufrido la segregación racial y económica, la exclusión y la
marginación en países como Bolivia, Ecuador o Perú, donde sí puede hablarse con
propiedad de procesos de emancipación de los pueblos indígenas, pues aún deben
superar los resabios coloniales. Pero no en Cataluña o Andalucía, sociedades democráticas
donde existe una autonomía política propiciada precisamente por la Constitución
española de 1978. Como “el derecho a decidir”, un eufemismo del derecho a la
autodeterminación que sólo tiene sentido en países que han sido colonias. Porque
lo cierto es que en todo el territorio español se está decidiendo lo que está
ocurriendo, y la realidad política es una consecuencia de nuestras decisiones e
indecisiones, cuando no de omisiones pasmosas. Pero estamos tan acostumbrados a
hacer declaraciones políticas vacías de contenido, que incluso las hacemos en
la constitución o en los propios estatutos de autonomía, los documentos
políticos más jurídicos. Por ejemplo, en el artículo primero del Estatuto
andaluz, que señala: “Andalucía, como nacionalidad histórica y en el ejercicio
del derecho de autogobierno que reconoce la Constitución, se constituye en
Comunidad Autónoma en el marco de la unidad de la nación española y conforme al
artículo 2 de la Constitución”. Pero, de este dictado, sólo tiene trascendencia
jurídica la referencia a la constitución de la comunidad autónoma, facultad que
le es reconocida a su estatuto como norma constituyente regional por la propia
Constitución española. Así, ¿cómo nos puede extrañar que políticos como Pablo
Iglesias propongan un Ministerio de la Plurinacionalidad? Lo siguiente podría
ser un Ministerio de la Magia, porque en España hay una competición para
averiguar cuál es el territorio más fantástico. Pero es la falta de rigor de
nuestros mayores la que propicia estos engendros de la democracia. La poca
categoría, honradez, transparencia y solidaridad con los ciudadanos de nuestra
clase política ha generado extremistas a un lado y otro del arco parlamentario.
Y ahí los tienes ahora, peleándose por un lugar más a la izquierda o a la
derecha del hemiciclo, como si estuvieran en el colegio. Eso es lo que parece
actualmente el Congreso de los Diputados. Porque, de los trescientos cincuenta,
se ve que no hay hombre o mujer capaz de asumir la responsabilidad de gobernar sin
mirarse antes el ombligo o atusarse la coleta. Pues esto hemos votado.
IDEAL (La
Cerradura), 31/01/2016