No
sé si serán efectivas las medidas que anuncia el Gobierno para potenciar la
comprensión lectora y las habilidades matemáticas de nuestros escolares, pero
me da la impresión de que la distancia que empieza a haber entre profesores y
alumnos es casi tan grande como la que existe entre políticos y ciudadanos. Y
aunque a diferencia de parte de nuestra clase política los docentes se
esfuerzan en tender puentes con su auditorio, a veces parecen hablar lenguajes
diferentes, más allá de que unos puedan ser nativos digitales y otros
analógicos, esas clasificaciones que gustan tanto pero que suenan a distopía. Alberto
Núñez Feijóo ha anunciado una selectividad única para las once comunidades que
gobierna el PP, pero lo raro es que no lo sea para todas las comunidades
autónomas, que tienen competencia para fijar un 40% de los contenidos de los
libros de texto. ¿Por qué no estudian lo mismo los adolescentes de Andalucía,
Madrid, Cataluña o País Vasco? Y no sé qué pudiera ser mejor (o peor), que se
atienda a las inquietudes culturales de cada territorio o al discurso único que
se nos pueda pretender imponer desde el Gobierno o desde un partido, pues aquí
en España hemos confundido la tarea de gobernar con los intereses de las
formaciones políticas. A la gente le suena bien que los ciudadanos tengan los
mismos derechos y libertades independientemente de dónde vivan, pero aún les
sonaría mejor que existiera un pacto de Estado para prestar en las mismas
condiciones los servicios públicos esenciales, no sólo la educación, sino
también la sanidad y los servicios sociales, que están cedidos a las
comunidades autónomas. No se trata de que todas las autonomías los presten de
la misma forma si están gobernadas por un mismo partido, sino que la calidad
del servicio y el nivel de acceso de los ciudadanos sean razonablemente
parecidos con independencia del color del gobierno y de la renta de la
comunidad donde vivan. Algo que resulta improbable si uno atiende a los
discursos de algunos dirigentes autonómicos, cargados de odio no sólo para el
inmigrante extranjero, sino también hacia el nacional, aunque hubiera podido
ser su abuelo. La educación, siendo un derecho de todos, actualmente está sólo
al alcance de algunos. De los que, a pesar de la miopía política y la
sobreabundancia de información sin filtros en medios y redes sociales, son
capaces de labrarse un criterio propio. Increíblemente, en el año 2024, entre la
inteligencia artificial y tanto dirigente “fake”, hablar del desarrollo de la
personalidad humana parece una quimera.
IDEAL (La Cerradura), 28/01/2024