A
este paso, lo siguiente que veremos en esta pandemia es el uso de
salvoconducto, un documento que diga “libre tránsito”, para escapar como los
judíos de la Alemania nazi. Lo piensa nuestro urbanita en la puerta de su casa,
y que la gente quiere que le pinchen y le tomen la temperatura para poder
recuperar la tranquilidad, porque judíos no tenemos muchos en España –tanto
da-, pero nos sobran virus y nazis. Equipado con el nuevo pasaporte y una
mascarilla se puede encarar el futuro, si no con optimismo, al menos con una
sana resignación. “A ver lo que me prohíben ahora”, piensa. En una época de
peste y enfermedad, Boccaccio recomendaba divertirse y aprovechar cada momento
como si fuera el último. Siguen su consejo los jóvenes que quedan para hacer
botellón en los sitios más insospechados, rodeados de ruinas y tumbas, en los
límites de la ciudad pero muy cerca de los centros educativos, aunque nuestro
urbanita no puede decir más –los ve en su paseo diario-, pues no quiere ser un
soplón como el vecino. Mucho más discreto, el urbanita se pregunta: “¿En qué
fase me encuentro?” A falta de los extraterrestres de la película y por lo que
pueda pasar, se arma con una petaca, la pitillera y la imprescindible tarjeta
de crédito, porque “cash” no tiene, ni soporta la cara de terror con la que
algunos empleados aceptan a regañadientes sus monedas. Y allá va disfrazado, en
busca de una terraza donde le sirvan una caña. Resulta toda una aventura hacer
cola durante treinta minutos, tomar el sol con la cara cubierta, no digamos
aparentar normalidad con el camarero cuando logra sentarse por fin y se dispone
a darle el primer trago a la caña. ¿Sabrá como siempre? No. Hay que superar
primero el miedo y el cargo de conciencia por tratar de disfrutar de la vida
sin limitaciones externas. Quizá les haya tomado el gusto a las prohibiciones y
ya no sepa vivir teniendo que salir de casa más allá de las compras
imprescindibles, abducido durante horas por las pantallas, como tantos seres
humanos fragmentados en celdas pixeladas. El urbanita suspira antes de armarse
de valor, meter la mano en el bolsillo y sacar la pitillera. ¿Será capaz por
fin de encender el cigarrillo burlando los miedos al cáncer y al coronavirus?
Pues nunca lo sabremos. Nuestro urbanita carece de salvoconducto, y todavía
está en casa, dudando si cruzar la puerta e imaginando lo que le ocurrirá, pues
tampoco sabe en qué puñetera fase se encuentra.
IDEAL (La Cerradura), 24/05/2020