domingo, 26 de agosto de 2018

Fronteras


En las sociedades democráticas la solidaridad empieza por el cumplimiento de la ley, pues sin ley no hay sociedad ni democracia. Tampoco solidaridad, por lo que el Gobierno no puede permitir la agresión a los policías y guardias civiles que vigilan las fronteras de Ceuta y Melilla, lo que lamentablemente se ha convertido en una práctica habitual, que contribuye además a hacerles el juego a las mafias que, previo pago, transforman a los migrantes en mercenarios, cuando no en terroristas que atacan a funcionarios del Estado con cal viva, ácidos y excrementos. Así que el Gobierno ha hecho muy bien en expulsar a los 116 “sin papeles” adultos que han asaltado esta semana la valla de Ceuta, y lo mismo tendría que haber hecho con los 600 anteriores, si las autoridades marroquíes lo hubieran permitido. A todos ellos se les fichó y se les abrió expediente de expulsión con el asesoramiento de un abogado, lo mismo que le hubiera ocurrido a cualquier ciudadano español que hubiese agredido a un policía, con la diferencia de que al ciudadano español se le hubiera procesado por un delito de atentado contra la autoridad que conlleva una pena de prisión de 1 a 4 años y multa de 3 a 6 meses.  Quizá son cosas que haya que recordar, porque en España nos estamos acostumbrando a que, antes que las leyes, se aplique la demagogia. Pero de la aplicación de la ley –que no de un decreto-ley- resulta un mensaje mucho más claro que de cualquier twittería, y ni siquiera hace falta sacar a Pedro Sánchez en el avión presidencial tocado con unas gafas del tipo “soy el puto amo”. Y está también muy bien reforzar los lazos de cooperación con Marruecos y otros países subsaharianos para controlar los flujos migratorios, pero no estaría de más dotar de suficientes medios a los funcionarios que defienden nuestras fronteras, que es lo que actualmente hacen, aunque se defiendan de los ataques con escudos de plástico, cascos y porras. Y si no se trata de defenderlas, pues que las quiten. O hay fronteras o no las hay. Pero, si las hay, la primera obligación que tiene el Estado es la de velar por la seguridad de las personas, empezando por la de los funcionarios que las protegen. Porque también nos estamos acostumbrando a victimizar a quienes incumplen la ley, y ahí tenemos a Joaquim Torra, quejándose de “la opresión” del Estado del que cobra. Somos turistas de nosotros mismos, y extranjeros en nuestra propia casa.
IDEAL (La Cerradura), 26/08/2018

domingo, 19 de agosto de 2018

Espejismos


La ciudad se ha convertido esta semana en un desierto urbano, en el que si te encontrabas a un conocido se trataba de un espejismo, un fantasma del pasado que desaparecía al saludarlo. No sabías si gritar de alegría o de espanto cuando subías a un autobús entero para ti, cuando te tomabas una caña en una barra despejada, atendido por un camarero de cara blanca y sudorosa. ¡Estamos solos! La exclamación corría por las calles con la brisa tórrida, aunque era una contradicción en los términos. Éramos más de uno. Dos, cien, quién sabe. Criaturas solitarias que prescindían del veraneo y se empeñaban en hacer la misma vida de siempre, ajena a playas y cremas nauseabundas, programas de reposición, tertulias con tufo a gamba. Hay quien confunde el verano con el veraneo, pero existen también esos seres que viven a la sombra y no tienen que enfrentarse a los peligros de las medusas o los acantilados de la sierra, sino a los secuestradores telefónicos que siempre llaman a la hora de la siesta, a los pesimistas culturales que no descansan ni en agosto (veraneen o no) y te avisan del perenne colapso de la civilización occidental, a las películas fascistoides de las sobremesas, a esos familiares que se empeñan en que abandones el amor del aire acondicionado para que acudas a una terraza bochornosa, al terrorismo de la gente que no se lava ni con cuarenta grados y convierte el supermercado en una cámara de gas o a los contenidos infrahumanos del algunos medios que confunden la estupidez con el descanso y que ofrecen titulares como: “¿Cuánto tiempo tarda en salirle un diente nuevo a un tiburón?” Y todo, quizá, porque uno puede ir al cine para no ver “Megalodón” (¿quién vería esa película?) y descubrir que dispone de asientos libres entre la fila uno y la veintitrés, pues salvo el operador y tú no hay nadie más en la sala. ¡Aleluya! Luego están los que no pueden descansar y viven la realidad del mundo. Los que tienen que pensar en qué parte del puerto de Motril deberá construirse una carpa para acoger a los cientos de inmigrantes que han llegado este verano a nuestras costas, los que saben del milagro que pueden hacer una manta, un poco de pan y algunos medicamentos o los que han tenido que atender en el puente de la Asunción más de un millar de emergencias en Granada. ¿Emergencias? La bendición del sopor en una tarde de agosto es algo incomparable.
IDEAL (La Cerradura), 19/08/2018

domingo, 5 de agosto de 2018

Máquinas


Quizá no sean Uber y Cabify la mayor amenaza del sector del taxi y del transporte público. En lontananza aparecen robots y programas informáticos que pueden traer seguridad y racionalidad. Como esa cabeza de taxista que salía en la película “Desafío total” y que no dejaba de sonreír ni cuando el vehículo saltaba por los aires. Porque, en verano, el transporte público se convierte en una bomba de relojería. Y los mismos ciudadanos que se solidarizan con los trabajadores de las compañías aéreas o con los autónomos sobre ruedas, ven cómo las vacaciones que han planeado y para las que han ahorrado durante todo el año pueden quedarse en el aire o en tierra. Depende de si puedes coger el avión o de si habrá algún vehículo para llevarte al aeropuerto. Las compañías aéreas aplican condiciones abusivas a los pasajeros y algunos taxistas abusan de la buena voluntad de los clientes, pero aun así seguimos reservando vuelos y taxis, aunque sean cada vez más las personas que buscan alternativas en las aplicaciones móviles o en las empresas que ofrecen sus servicios “on line”. Pero si los vehículos son conducidos por ordenadores en vez de por seres humanos torpes e impulsivos, quizá nos ahorremos los adelantamientos por la izquierda, las maniobras agresivas, a demasiado tonto que se te pega como una lapa en la carretera o al que ves gritando mudamente a través del parabrisas; y, sin duda, muchos accidentes de tráfico. Incluso nos ahorraremos comentarios machistas del tipo: “Mujer tenías que ser”; porque los ordenadores, que yo sepa, no tienen sexo. Las máquinas quizá salven millones de vidas y acaben con las huelgas. Ahora que hemos descubierto agua en Marte, viajaremos por fin al Planeta Rojo en una nave al mando de HAL 9000, y lo mejor de todo es que, dada la inutilidad de la mano de obra humana, tendrá que haber una renta básica y serán las máquinas las que paguen el IRPF. ¿Que no? Si uno observa el comportamiento social, el mejor amigo del ser humano es ahora el móvil, que no el perro, al que dentro de poco también le comprarán uno para que pueda comunicarse con su dueño. Ya hay mucha gente incapaz de vivir sin la ayuda de su teléfono, y de ahí hay un paso a que sea el teléfono el que viva y se independice de la voluntad de su dueño. ¿Cuántas veces, mientras leía esta columna, ha atendido la llamada de su máquina? Lo mismo le estaba pidiendo unas vacaciones.
IDEAL (La Cerradura), 5/08/2018