A
pesar del Gobierno bicéfalo, no creo que en España se hubiera obedecido una
orden de cuarentena que afecte a millones de personas, como ha ocurrido en
China. Me imagino las protestas del vecino: “No me pierdo la semifinal de la
copa del Granada ni aunque me pique un millón de Coronavirus”. Y es que las
dictaduras pueden tener sus ventajas, y aquí importa poco el color político.
“Con Franco vivíamos mejor”, se exclama todavía en algunos asilos. Pero hay a
quien no le afectan los cambios políticos ni de régimen, como puede atestiguar
la banca española, igualmente protegida en el franquismo que en la democracia.
No así sus trabajadores, despedidos o prejubilados en la última recesión,
mientas las arcas de sus patronos recibían una inyección económica a cargo de
los presupuestos del Estado y los tributos de los ciudadanos. Igual que en
China, claro, aunque allí no se andan con disimulos. ¿Elecciones? ¿Democracia?
Las autoridades chinas tienen tan bien vigilados a sus ciudadanos que saben
dónde se encuentran en cada momento, y les basta pulsar un botón para
inmovilizarlos. En España y en el resto de Europa también, pero para controlar
a la población los gobiernos se valen de los móviles, las compañías del sector
tecnológico, el consumo y ese deseo irrefrenable que parece tener hoy día el
ser humano de decir en las redes sociales dónde está, qué hace, qué opina o qué
(ejem) piensa. Y a pesar de todo, gran parte de los medios españoles están
empeñados en propagar el miedo al Gobierno y sus socios, que al parecer “son
comunistas”. ¿Comunistas? Si lo fueran no serían ministros ni vivirían en
chalés (quizá en mansiones, como los jerarcas chinos), ni tampoco ayudarían a
una ministra venezolana a pasar a su embajada de contrabando veinte maletas con
¿leche en polvo? El discurso de la derecha española empieza a dar más pena que
risa, a costa de la deriva ideológica y la desintegración del Estado. Lo saben
bien en el País Vasco, que recibe más recursos y competencias en cada nueva
legislatura gobierne quien gobierne, con apenas media docena de diputados. Ay,
la bilateralidad, plasmada hace décadas a través del convenio navarro y el
concierto vasco. Y ahí siguen, explotando con ahínco sus ganas de
independencia. Pero el problema no es la supervivencia de la Seguridad Social,
ni la educación ni la sanidad ni el resto de los servicios sociales. El
problema es el comunismo. Menos mal que no vivimos en China. Entre rojos, todo
son ventajas.
IDEAL (La Cerradura), 23/02/2020