La
vida se ha convertido en un selfi, y hay quienes no viven sin el refrendo de su
cámara. Sonríen, posan, comprueban que siguen siendo ellos mismos y envían con
un clic esa foto que los identifica efectivamente, pues los rasgos anatómicos
de la cara son tan fiables como una huella dactilar. El problema está en el destinatario.
¿Una amiga, el Estado, la compañía telefónica? El gobierno chino cuenta con
doscientos millones de cámaras para identificar a la población, y utiliza el
control facial como medida de seguridad, que es la menos segura de las medidas
en lo que a la intimidad se refiere. Pero basta un móvil de última generación
para comunicar vía satélite qué haces o dónde vives. Y ya nos fotografiamos
nosotros mismos alegremente para necesitar cualquier control externo adicional.
Uno no puede estar seguro de que no lo estén grabando cuando pasea, se divierte
o trabaja, pues la mayoría de la gente por desconocimiento o mala fe no respeta
los datos de carácter personal. Es más importante grabarse debajo de un bemol
gigante o fotografiar la rueda de la fortuna en luz municipal que dejar que
camine la gente que no soporta el furor de la marabunta. Las propias ciudades
están cambiando su fisonomía, y los centros de Granada, Málaga o Sevilla pronto
se verán vaciados de vecinos, sustituidos por turistas de tránsito que no
sabrán cómo vivían los aborígenes, exiliados en los barrios periféricos. ¿Se
identifican también las ciudades por reconocimiento facial? ¿No por las
costumbres de sus habitantes o por su cultura? Los alcaldes se parecen más hoy
a vendedores de eventos, convencidos de que las ciudades deben ser parques
temáticos. Y las fiestas navideñas se convierten en la excusa perfecta para
ilustrar el despropósito. Cara, careta, caradura, ¿dónde ha quedado la
sabiduría popular? La jueza del caso Nazarí ha encontrado indicios de hasta
seis delitos: asociación ilícita u organización criminal, prevaricación común y
prevaricación urbanística, tráfico de influencias, malversación de caudales
públicos y contra la ordenación del territorio, que resultan ilustrativos de
cómo entendían algunos la política y la gestión pública en Granada. Música y
luces. ¿Entrarán también las cámaras en los plenos del Ayuntamiento? Según el
Tribunal Supremo, los ciudadanos pueden grabar las sesiones, pues ayudan a
crear una opinión pública libre, aunque sólo sea sobre aquellos que sonríen al
objetivo después de llamar soplapollas al personal. Las cosas que se lleva la
gente a la boca. El mundo ya no es como lo vemos. Necesitamos el filtro de una
cámara.
IDEAL (La Cerradura), 22/12/2019