En la que es probablemente la época de mayor libertad que
ha conocido la humanidad, necesitamos autorización para salir del país, de la
provincia, del municipio, de la ciudad, de nuestra casa. Vivimos como los “hikikomoris”,
esos adolescentes hiperconectados que, sin embargo, no quieren dejar su
habitación. Las calles se van vaciando, pero hay quien se resiste a dejar de
transitarlas, aunque necesite salvoconducto. Un documento que haga referencia
al hogar familiar, al trabajo, a la necesidad de acudir a algún sitio. La gente
se siente observada, busca con recelo las miradas del vecino, que tal vez le
reproche el olvido de la mascarilla, la presencia policial, tan querida u
odiada según sean las circunstancias. El Estado orwelliano era una pesadilla
recurrente, un miedo alentado por los medios y los partidos en los últimos años
de “fake news”, pero se ha convertido en realidad gracias a una molécula
microscópica que no tiene otra conciencia que la contaminación y la reproductividad.
Y ya no queremos ser iguales. Queremos que nos vacunen antes que a nadie para
poder volver a la normalidad, aunque ya no exista. Y lo peor es que hay quien
se aprovecha de su cargo, algún alcalde o consejero que asegura que sólo
utiliza las vacunas sobrantes. Quien se vacuna se convierte en un ser
excepcional: una persona sin miedo. ¿Volveremos a pasear sin máscaras? Nos
podríamos acostumbrar a mirarnos a los ojos, a reírnos de las confusiones, a
tratar de adivinar qué nos han dicho esas linternas que pasaron a nuestro lado.
La gente, de incógnito, ve más que nunca, y está más atenta al mundo en que
vive, aunque esa atención se concentre en el trayecto al trabajo o a comprar lo
imprescindible. Prestar atención al mundo es la cualidad del artista, y nos
hemos convertido en creadores de nosotros mismos, del nuevo yo recluido, pero
atento. Aunque hay quien no ve tan claro, como la diputada de Vox por Granada,
Macarena Olona, que ha pedido el premio Nobel de la Paz para ¡Donald Trump!
“Qué bonica que eres”, le dirán al pasar. ¿Seremos mejores o sólo distintos?
Los nuevos hábitos logran cambios más revolucionarios que la política o la
filosofía. Y quizá llegue un tiempo en que echemos de menos el misterio que hay
actualmente en las calles, la posibilidad de que un encuentro o una mirada
casual cambien para siempre nuestra vida. Nada cambia. Todo cambia. De alguna
manera, en algún lugar, en algún momento, como canta Nena. Y todo vuelve a
empezar.
IDEAL (La Cerradura), 24/01/2021