Con la Navidad puede ocurrir como con la política: pasas por una
fase de negación (“¡alcalde satánico!”), otra de ira (“¡eres un desequilibrado!”),
negociación (“venga, vamos a aprobar los presupuestos, aunque no nos salgan las
cuentas)”, depresión (“¿otra vez voy a hablar de Cataluña con mi cuñado?”) y,
por último, de aceptación (“es una vez al año, hombre, el partido es tu única
familia”). Luego, uno se da un paseo por la ciudad y, cruces invertidas aparte,
se da cuenta de que para no sucumbir a las tentaciones de las fiestas y los
regalos tendría que apagar todos los aparatos electrónicos y autodecretarse un
confinamiento voluntario, aunque los precios hayan subido un 47%. Porque en
estas fechas van a convivir los contagiados por la covid-19 y por el espíritu
navideño. ¿Quién ganará la batalla para ocupar las mesas de los restaurantes y de
las casas familiares? Se ve que vivimos en una sociedad que no acepta situarse
en un punto medio, y ni las autoridades quieren hablar de restricciones, a
pesar de que vuelva a elevarse el número de contagios y la tasa de incidencia
se multiplique por siete en los últimos treinta días en ciudades como Granada. “¿Qué
coño tiene que pasar…?”, diría Pablo Casado en el Congreso (ése es el nivel de
los políticos españoles en este momento, como ha afirmado José María Aznar). Olvidado
ya el consenso de la Transición, hemos perdido también la alegría inconsciente
de los años ochenta. Ahora, o vivimos eternamente o nos morimos de golpe, que no “del golpe”. Porque, probablemente, Tejero moriría hoy por el pico de Twitter
antes de llegar al Congreso para levantar la pistola y utilizar las mismas
expresiones que el señor Casado. Y quizá sea lo que le ocurra a Vox, salvo que
no se cumplan los vaticinios de Pablo Iglesias (hoy profeta) y el PP necesite
sus votos en una nueva legislatura. ¿Le harán los mismos reproches que al
Gobierno de Pedro Sánchez? ¿Pactar con la extrema derecha no implica cruzar
líneas rojas? En Andalucía se ha hecho y, fuera de los símbolos y acaso los
ritos diabólicos en la plaza del Carmen, no ha pasado nada. Entre la negación y
la aceptación, España se va disolviendo en insultos y exabruptos, para jolgorio
general. Eso no sucederá por el momento con la Navidad. A la gente le nace de
dentro, hasta a la que le cuesta celebrarla. Es una cuestión de educación.
¿Educa qué? Quizá habría que hacer unos cuantos cursillos navideños en el
Congreso.
IDEAL (La Cerradura), 19/12/2021