lunes, 20 de diciembre de 2021

Navideños

Con la Navidad puede ocurrir como con la política: pasas por una fase de negación (“¡alcalde satánico!”), otra de ira (“¡eres un desequilibrado!”), negociación (“venga, vamos a aprobar los presupuestos, aunque no nos salgan las cuentas)”, depresión (“¿otra vez voy a hablar de Cataluña con mi cuñado?”) y, por último, de aceptación (“es una vez al año, hombre, el partido es tu única familia”). Luego, uno se da un paseo por la ciudad y, cruces invertidas aparte, se da cuenta de que para no sucumbir a las tentaciones de las fiestas y los regalos tendría que apagar todos los aparatos electrónicos y autodecretarse un confinamiento voluntario, aunque los precios hayan subido un 47%. Porque en estas fechas van a convivir los contagiados por la covid-19 y por el espíritu navideño. ¿Quién ganará la batalla para ocupar las mesas de los restaurantes y de las casas familiares? Se ve que vivimos en una sociedad que no acepta situarse en un punto medio, y ni las autoridades quieren hablar de restricciones, a pesar de que vuelva a elevarse el número de contagios y la tasa de incidencia se multiplique por siete en los últimos treinta días en ciudades como Granada. “¿Qué coño tiene que pasar…?”, diría Pablo Casado en el Congreso (ése es el nivel de los políticos españoles en este momento, como ha afirmado José María Aznar). Olvidado ya el consenso de la Transición, hemos perdido también la alegría inconsciente de los años ochenta. Ahora, o vivimos eternamente o nos morimos de golpe, que no “del golpe”. Porque, probablemente, Tejero moriría hoy por el pico de Twitter antes de llegar al Congreso para levantar la pistola y utilizar las mismas expresiones que el señor Casado. Y quizá sea lo que le ocurra a Vox, salvo que no se cumplan los vaticinios de Pablo Iglesias (hoy profeta) y el PP necesite sus votos en una nueva legislatura. ¿Le harán los mismos reproches que al Gobierno de Pedro Sánchez? ¿Pactar con la extrema derecha no implica cruzar líneas rojas? En Andalucía se ha hecho y, fuera de los símbolos y acaso los ritos diabólicos en la plaza del Carmen, no ha pasado nada. Entre la negación y la aceptación, España se va disolviendo en insultos y exabruptos, para jolgorio general. Eso no sucederá por el momento con la Navidad. A la gente le nace de dentro, hasta a la que le cuesta celebrarla. Es una cuestión de educación. ¿Educa qué? Quizá habría que hacer unos cuantos cursillos navideños en el Congreso.

IDEAL (La Cerradura), 19/12/2021

martes, 14 de diciembre de 2021

Juguetes

Lo que probablemente desazona más a los ciudadanos es observar el aburrimiento de nuestros políticos, sobre todo cuando estos ocupan cargos de responsabilidad, que conllevan como si fueran una carga, cuando nadie les ha obligado a aceptarlos, sino que normalmente los han alcanzado después de guerras intestinas, batallas dialécticas, chantajes ideológicos… Y al fin llegan al cargo y se preguntan: “¿Para qué?” Pues para proclamar una huelga de juguetes, como el ministro de Consumo, Alberto Garzón, que ha considerado necesario gastar 82.000 euros del presupuesto público en un vídeo infantiloide, casi tanto como el tono con el que explicaba la necesidad del despilfarro ante los medios. Lo del tono infantil para dirigirse al público debe de haberlo aprendido del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, pero cuando lo oímos a los ciudadanos se nos queda la misma cara que a los niños cuando ven a un adulto haciendo tonterías y utilizando expresiones indescifrables para llamar su atención. “¿Qué le pasa a este en la boca?” Pues que ha declarado una huelga de juguetes para hoy, 12 de diciembre, domingo. ¿No podría ser el lunes? ¿Incluye la huelga a los juguetes políticos? Porque el vídeo está más bien dirigido a los padres, que seguro que estarán encantados con no ser sexistas a la hora de comprar juguetes a sus hijos –la mayoría no lo es-, pero que no pueden hacer un solo día de huelga para educarlos. “¡Jugar no tiene género!” Pues no. “Nosotros, aunque seamos de plástico o de peluche, también tenemos nuestro corazoncito”, nos dice una “khaleesi” desde la tribuna. Uno empieza a sentir la boca pastosa, la lengua dormida, como si a un mismo tiempo estuviera masticando miel y algodón de azúcar. Carne no, claro, que ya nos dijo el señor ministro que era mala para la salud. Si se sumase todo el dinero de las campañas publicitarias que se han proyectado en los distintos ministerios para llamar la atención de los votantes –que no ya ciudadanos- y que sean comentadas en las redes sociales, que es de lo que se trata, quizá se tendrían recursos suficientes para compensar la subida del recibo de la luz de las familias más necesitadas o asegurar una comida caliente en invierno a miles de sin techo. Pero así estamos, confundiendo el comunismo con el consumismo. “Juguetes del mundo. Llevamos años soportando que nos encasillen, que nos digan que sólo fuimos creados para…” El caso es que hoy ni los juguetes ni los niños pueden jugar, pero nuestros políticos sí. Y con el dinero público.

IDEAL (La Cerradura), 12/12/2021

martes, 7 de diciembre de 2021

Mitos

En una época de incertidumbre como la que vivimos, corremos el riesgo de que todo se sobredimensione y, al mismo tiempo, no les demos importancia a otras cosas que resultan empequeñecidas por las cifras y las amenazas que hoy llevan el nombre de las letras del alfabeto griego: alfa, beta, gamma, delta, ómicron. Son las variantes más peligrosas, del SARS-CoV-2, nos dicen los científicos, pero hay otras: épsilon, zeta, eta, iota, kappa, lambda… Nos hemos convertido en Odiseo luchando contra las maldiciones de los dioses del Olimpo. O en el mito de una tragedia autodestructiva. Porque lo que tienen en común las últimas variantes de la Covid-19 es que surgieron en países con un alto número de contagios y una baja tasa de vacunación: India (la variante delta) y Suráfrica (ómicron); países que propusieron a la Organización Mundial del Comercio (OMC) la exención temporal de las patentes que protegen la propiedad intelectual e industrial de las vacunas para que éstas llegaran a todo el mundo. Una propuesta que contó con el apoyo de Estados Unidos, pero no de la Unión Europea, donde Alemania y otros países tienen intereses económicos en la comercialización de las vacunas, los mismos países que, curiosamente, se están viendo obligados a tomar medidas más restrictivas por la propagación de estas dos últimas variantes. A esto lleva la insolidaridad. Porque, para mutar, el virus sólo necesita un cuerpo humano con un sistema inmunitario débil, y le da igual si el ser humano en cuestión es rico o pobre. Los países ricos, que son los que tienen una mayor tasa de vacunación, apenas representan el 15% de la población mundial. ¿Pueden defenderse de todas las variantes del virus que penetrarán por sus fronteras? No deberían existir patentes sobre las vacunas, que aunque sean elaboradas por empresas privadas han sido subvencionadas con dinero público. Como mucho, podría compensarse económicamente a las compañías, poniéndole un precio al bien común. Pero las cuestiones de salud pública y derechos humanos no deberían estar en manos privadas. La humanidad debe encaminarse a un poder político mundial que no dependa de las decisiones de los grandes grupos empresariales, algo de lo que la UE se ha convertido en paradigma, a pesar de todas sus cosas buenas. El alfabeto griego y el mito de Europa deben servir para algo más que ponerle nombre a nuestros miedos. A ver si va a resultar que, después de todo, a la diosa no la rapte Zeus, sino un nuevo virus mutado por la avaricia del capital financiero.

IDEAL (La Cerradura), 5/12/2021