La
decisión de la Junta de Andalucía de cerrar la UGR mientras continúan abiertos
pubs y discotecas ilustra bien la escala de valores de nuestros políticos, que
para evitar los desmadres de los jóvenes han decidido darles diez días de
vacaciones. ¡Viva el botellón! Porque se ve que los contagios se producen en
las aulas y no en los locales de ocio, cuando la realidad es la contraria. En
las aulas los alumnos cumplen estrictamente las medidas de higiene y los
protocolos de seguridad, pero algunos, cuando salen, no lo hacen, como pudieron
apreciar el pasado fin de semana los espectadores de toda España, atónitos con
el espectáculo de la calle Ganivet. ¿Se ha sancionado a los locales que
permiten que sus clientes beban en la calle? ¿Se multó a las personas que no llevaban
mascarilla, muchas de ellas turistas? Los “trending topic” y no criterios
científicos parecen fundamentar hoy las decisiones políticas, y claro, hay que
cuidar la hostelería, que es la primera industria granadina, cuando debería
serlo la UGR, que es donde se educa en el estudio y el trabajo, en utilizar las
neuronas y no destruirlas. Pero se nota el estropicio cultural en los que se
han apresurado a acuñar el eslogan “bares sí, universidad no”, que como la
mayoría de los eslóganes simplifica la cuestión. Hay pocas cosas mejores que
alargar la sobremesa o adentrarse en la madrugada conversando entre amigos en
un buen restaurante o taberna, que pueden ser también universidades del saber
estar. Pero el ocio que se prima en Granada es tan efímero como el paso de esos
turistas que atestan un rato el Paseo de los tristes y luego dan la nota en el
centro, toreando a los coches o a la policía. Y ya no es tan fácil trabajar en
el aula o en el despacho y luego alternar un rato en bares como La Tertulia o
El Bohemia y restaurantes como El Sevilla, cuyas barras y mesas han sido
verdaderas aulas, y donde podías ver a poetas como Javier Egea escribiendo en
servilletas. No es, sin embargo, lo que se estila ahora. ¿Hay que cerrar la UGR
para no tener que cerrar la ciudad? Ése es un argumento tan pobre que sólo
demuestra impotencia, cuando no incompetencia. Si algún día cerrase de verdad
la UGR, entonces sí que tendría que cerrarse Granada, que no se entiende sin su
universidad y tampoco sin sus bares, donde se han prolongado (y no siempre
terminado) las conversaciones iniciadas en las aulas.
IDEAL (La Cerradura), 18/10/2020