En
Navidad y entre semana, en estas noches extrañamente suaves, la ciudad ofrece
postales mucho más sugerentes que las de las felicitaciones que enviamos estos
días. Qué silencio encuentra uno en el Paseo de los Tristes al filo de la madrugada,
qué maravillosa soledad al pie de los palacios nazaríes, a pesar de los bodrios
del Hotel Reúma y el Rey Chico, monumentos a la ignorancia y el dinero fácil,
absolutamente inconcebibles. Son una prueba del poco amor que a esta ciudad
suelen tenerle sus dirigentes políticos, aunque se vistan de Papá Noel cuando
llegan las elecciones. Uno apenas puede explicarse decisiones urbanísticas tan
poco respetuosas con el entorno de la Alhambra, y mucho menos puede explicarlas
a los ciudadanos extranjeros que llenan Granada, y que te preguntan incrédulos:
“¿Qué hace eso ahí?” Tal vez lo mejor de nuestra cultura se encuentre en el
pasado, y por eso existe un interés casi obsesivo por recrearlo, pero es que el
presente resulta deprimente. Lo es que después de haber alcanzado “un resultado
histórico”, los nuevos partidos digan lo mismo que decían los antiguos, como
por ejemplo: “Se ha acabado el bipartidismo”; cuando lo cierto es que van a
volver a gobernar el PP o el PSOE, entre otras cosas porque son los dos partidos
que han obtenido más votos en las pasadas elecciones. Quizá no sea entonces el
problema de los partidos, sino de los políticos, acostumbrados a utilizar un
lenguaje demagógico. Porque de lo único que están convencidos nuestros
políticos es de ellos mismos, ya sea dentro o fuera de sus partidos. Y hoy en
día, en España, parece haber más proyectos personales que políticos, empezando
por Pablo Iglesias y terminando con Luis Salvador, que ya se va corriendo al
Congreso para hacer lo mismo que ha hecho en Granada: asegurarse su proyecto
personal, que no político. El proyecto político es de Ciudadanos y de Albert
Rivera, el único candidato que ha hecho una propuesta más o menos sensata
después de los resultados electorales: un gobierno de coalición. Y eso es lo
que necesita este país, pues la realidad es que no hay ningún partido que pueda
gobernar por sí mismo, y una coalición de izquierdas, visto lo visto en
Cataluña y la situación de los propios partidos de izquierdas, es un
despropósito. La prueba la tenemos en Alberto Garzón, al que han dejado fuera
de juego, aunque hubiera sido el mejor candidato para abanderar a la izquierda
española. España necesita más políticas y menos políticos. Feliz Navidad.
IDEAL (La
Cerradura), 27/12/2015