Pues efectivamente no ha cambiado España después de las elecciones
generales, pero podría cambiar. Quizá los miedos se conviertan en una
oportunidad para resolver problemas enquistados desde hace tiempo, como es el
caso de Cataluña, donde el PSC ha ganado con mucha diferencia sobre el resto de
los partidos, incluyendo Junts, con el que deberá negociar el PSOE si Pedro
Sánchez quiere seguir siendo el presidente del Gobierno. El temor a una
negociación sobre el futuro de Cataluña contrasta con el sentido del voto de
los catalanes, que han premiado en las urnas las políticas de Sánchez, que no
sólo ha resistido el empuje del PP, que enarboló la bandera del cambio, sino
que ha mejorado sus resultados electorales. Se ve que la gente le tiene más
miedo a Vox que al independentismo, aunque en ambos casos un pacto con estas
formaciones pueda significar un retroceso en los derechos y libertades de una
parte de la población: los que no comulgan con sus ideas. Porque no se puede
imponer una idea de España o de Cataluña. Pero ¿se les puede pedir a los dos
grandes partidos un pacto constitucional básico y que incluyera a los
nacionalismos históricos? Por lo visto en la campaña electoral, no. Sobra
demagogia y falta pedagogía. Sobre la necesidad de pactar con determinadas
fuerzas políticas sin que ello suponga marginar a colectivos LGBTI o a los que
quieren emplear el idioma que han aprendido de sus padres. Si hubiera voluntad
y sentido de Estado, esto sería posible en un lado y otro del arco
parlamentario. Pero probablemente esta vía ni siquiera se discutirá entre la
élite parlamentaria. Luego está la otra España, la de verdad, que comenta con
preocupación la posibilidad de unas nuevas elecciones y se queda atónita ante la
erótica del poder y el ego de nuestros gallos políticos. El vendaval electoral
se ha llevado consigo a minorías con sentido como Teruel Existe, que
representaba a la España vacía, y que defendía la dignidad de las personas y la
prestación de los servicios públicos en las zonas del país más despobladas, aquellas
que no tienen recursos ni posibilidad de negociar su relevancia institucional
ni su independencia, pues, al contrario, dependen de la solidaridad de otras
comunidades autónomas y de la de otros ciudadanos de su propia comunidad. Y es
la marginación de una parte de la ciudadanía la que acaba con un país. Necesitamos
una España plural y solidaria, en la que todos puedan sentirse a gusto. Un
gobierno de concentración representaría el gran cambio.
IDEAL (La Cerradura), 30/07/2023