lunes, 7 de noviembre de 2022

Polarizados

Cada época tiene sus palabras, y la actual abusa de los eufemismos, como el que titula este artículo, para hablar de un país (o de las dos Españas, como lo entendía Antonio Machado) que sigue siendo cainita o guerracivilista (otra palabra fea), según la generación a la que nos refiramos. El caso es que no se puede hablar de ciertos temas, porque se ve que esta es una sociedad inmadura que prefiere obviar las cuestiones importantes, como los padres que todavía se ponen a sudar cuando sus hijos les hablan de sexo, aunque esos hijos o hijas o hijes vivan en otra realidad a la que se refiere la llamada Ley Trans, por ejemplo, y que en los supuestos adultos despierta demasiadas frustraciones infantiles y, sobre todo, mucha polémica. Porque de lo que se trata es de tener razón, no de argumentar y profundizar en las razones, y por eso tantos años después no se puede hablar sin tapujos de la guerra civil, de la dictadura o de la transición, cuando la mayoría de los que se rasgan las vestiduras las desconocen. Al parecer, nuestros políticos no leen (y no se trata de que Alberto Núñez Feijóo o Pedro Sánchez citen mal a autores en discursos o trabajos que otros les han escrito previamente), pero tampoco parte de los periodistas, escritores, profesores e intelectuales que opinan en los medios de comunicación. O mejor dicho, sólo leen a los que defienden su mismo discurso o los discursos de las empresas para las que trabajan. A los demás los califican de tercera o los insultan directamente, en un país en el que se habla demasiado del delito de sedición y poco del de injuria, que no está legitimado por la libertad de expresión. La violencia que hay implícita en plataformas como Twitter, pero también en las columnas o artículos que se leen en periódicos supuestamente serios, en programas de radio y televisión, en el Congreso y en los diecisiete parlamentos autonómicos e incluso en algunos ámbitos académicos y culturales es inadmisible, o debería serlo en un país civilizado, culto y pacífico; es decir, democrático. Luego nos extrañamos de que haya jóvenes que quemen contenedores en la noche de Halloween o que conviertan las calles en un campo de batalla, cuando no otra cosa parece ser nuestra vida pública en general, con honrosas excepciones. Los bonos culturales son un buen invento, y deberían ser universales. Leemos poco, estudiamos menos y nos desinformamos mucho. Pero cómo nos odiamos, empezando por nosotros mismos.

IDEAL (La Cerradura), 7/11/2022

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