La
inauguración del Nevada Shopping nos ha recordado nuestro gusto por las nuevas
catedrales, esos centros comerciales donde la gente se encierra para practicar
la religión de nuestros días: el consumo. Una religión que nos lleva a soportar
alegremente el martirio: atascos, colas y ambientes congestionados como una
cámara de gas, pero todo sea para comprar los productos de las grandes marcas,
que para eso han invertido buena parte de su presupuesto en publicidad. Estos
centros están diseñados como ciudades en miniatura, por lo que uno podría muy
bien vivir en ellos y no conocer otra realidad, y es fácil imaginarse un mundo
catastrófico donde la humanidad permanece encerrada en cápsulas de cristal y
acero. Así, esta semana he escuchado en el autobús las conversaciones de muchas
personas que habían planeado acudir al Nevada durante el fin de semana, no a la
sierra del mismo nombre, sino a ese bodrio que se alza en mitad de la Vega y
que ha ocupado las portadas de los periódicos por los procesos judiciales que
paralizaron su apertura. Si uno repasa las hemerotecas, la construcción del centro
comercial ha estado asociada fundamentalmente a noticias sobre “el clan de Armilla”;
la condena primero, por la vía penal, a quince meses de cárcel y ocho años de
inhabilitación para cargo público a los seis miembros de la Junta de Gobierno
Local que aprobó el planeamiento urbanístico del centro comercial y a su
promotor, Tomás Olivo; y después, las sentencias del TSJ y del TS que
consideraron legal la licencia de obras otorgada por el ayuntamiento y la
condena a la Junta de Andalucía al pago de una indemnización de 157, 4 millones
de euros. Pero la gente se olvida pronto de esas cuestiones, y más cuando te
someten a un proceso de lobotomización cerebral que pasa por el Black Friday,
la campaña de Navidad y las rebajas. Y ahí tenemos el resultado: un ejército de
zombis que han entregado su alma a una tarjeta de crédito. Pero ¿habrá
eliminado el arzobispo de Granada con su bendición las dudas sobre la legalidad
de la construcción y apertura del centro? ¿Se convertirán los compradores
practicantes en santos? Las imágenes de la inauguración son dignas de una
película de Luis García Berlanga, y sólo faltó una procesión en la que se
pasease la imagen de Don Dinero, ese bien tan preciado que no nos sirve de nada
hasta que nos deshacemos de él. La nueva catedral de Granada ha costado 480
millones de euros y bendiciones. La salvación está cerca.
IDEAL (La
Cerradura), 27/11/2016