Las
nuevas costumbres acaban con las manías. Ahora todos somos maniáticos, y nos
lavamos las manos una, dos, tres veces, cada vez que nos subimos a un autobús,
entramos en la oficina, en un comercio, en un bar, y cuando salimos y volvemos
a casa. “Pues sí que te lavas tú las manos”, solían decirte. Ahora lo raro es
quien no se las lava treinta veces al día, a pesar de la urticaria. ¿Podemos
tocar las cosas? ¿Podemos tocarnos? ¿Nos reconocemos a pesar de la mascarilla? Los
equívocos son continuos, y no quiero ni pensar lo que le sucederá al que se le
ocurra salir a ligar. Habrá que recurrir al móvil, que mandará nuestra foto por
contacto de Bluetooth, para que aparezcamos sonrientes en la pantalla. Ah,
¿éste eres tú? Cambiar las normas de la realidad es como darle la vuelta al
mundo. Hasta que el cerebro vuelva a acostumbrarse, veremos a la gente boca
abajo o boca arriba, dependiendo de la ideología. Es el mundo perfecto para la
clase política, acostumbrada a decir una cosa y hacer la contraria, a lograr,
sin decir nada, lo contrario de lo que pretendía. Es un mundo caótico, sembrado
de peligros en forma de rebrotes, esa palabra que nos intimida y paraliza, pues
impide que hagamos planes a medio o largo plazo, al no saber si nos confinarán
de nuevo. El Gobierno ha dicho esta semana que no descarta volver a declarar el
estado de alarma. Amenaza con volver a suspender la vida cotidiana. Depende de
la evolución del virus y del comportamiento de los ciudadanos. De pronto, hemos
vuelto todos a la adolescencia. Pero no es cierto que los ciudadanos hayamos
invadido las calles, ni los encuentros masivos, a pesar de lo que se vea en las
redes sociales. Basta pasear o utilizar el transporte público para darse cuenta
de que todo funciona a ralentí. Muchos se resisten a retomar la vida de antes
de la pandemia, por prudencia o miedo. El discurso del individualismo y la
hiperactividad se ha topado con un pequeño virus que no entiende de síndromes
de abstinencia por la falta de consumo compulsivo. Hemos perdido el control de
nuestras vidas, mientras que el presidente del Gobierno ha descubierto que
efectivamente tiene el poder para paralizar o aterrorizar al país, algo que no
hubiera podido imaginar ni en sus más febriles sueños ni en nuestras más
terribles pesadillas. Pero no hay que preocuparse: échese un poco de gel
hidroalcohólico en las manos y póngase la mascarilla. Qué limpios estamos.
IDEAL (La Cerradura), 28/06/2020