Mientras
el Gobierno presume de haber creado dos millones de puestos de trabajo en
cuatro años de recuperación económica, la realidad es tozuda y miserable en las
calles de nuestras ciudades. No hay mucha diferencia entre los rumanos que
hurgan entre los contenedores de Granada y los MENA (acrónimo cínico y
simplista de Menores Extranjeros No Acompañados) que lo hacen en los de
Melilla, lo que, en ambos casos, uno puede observar en cuanto se aleja un poco
del centro, más limpio y mejor vigilado por la policía. Los pobres se han
convertido en recicladores forzosos, obligados a aprovechar lo que los demás no
quieren para tratar de sobrevivir: cobre, enseres, botellas de plástico,
incluso alguna fruta podrida que echarse a la boca, mientras sujetan con la
cabeza la tapa pringosa del cubo, inmunes ya a la suciedad y al mal olor. Son
dos ciudades que tienen problemas similares, aunque se encuentren en
continentes distintos. Cambia la nacionalidad de los recicladores forzosos, las
estratagemas para atravesar fronteras, ya sea una valla o el mar para llegar al
puerto de Motril. La sociedad es ya así, aunque miremos para otro lado, y cada
vez se parecerán más las ciudades de una orilla y otra del Mediterráneo. No
hacemos demasiado tampoco para remediarlo, por lo que nuestras sociedades
(Europa, España, Granada) van perdiendo poco a poco ese halo del Estado de
Bienestar, aunque sigamos encabezando rankings sobre la calidad de vida. El
bienestar es cada vez de menos personas, y una parte de la población se
encuentra en tierra de nadie, en las chabolas que empiezan a aparecer cerca del
Hipercor, en el Camino de las Vacas, o en la Zona Norte, donde hay calles que
ni la policía se atreve a pisar. Lo saben los ciudadanos que esperan hasta
setenta y dos horas para ser atendidos en urgencias, o quien se ponga en lista
de espera para una operación que quizá se te practique ya en el Paraíso. Si es
que vas. ¿Cuadramos las cuentas desmontando los servicios públicos? ¿Cuando nos
salgan los números quedará algún servicio público que prestar? Si nos ponemos a
hurgar en los contenedores de las Administraciones públicas, quizá no
encontremos demasiado material reciclable, acaso un roedor tipo Puigdemont o un
exceso de asesores fichados tanto por el PP como por el PSOE en el
Ayuntamiento. Y es que producimos mucha más basura de la que somos capaces de
reciclar. Pero, claro, no es lo mismo hablar de política que del hambre de
otros seres humanos.
IDEAL (La
Cerradura), 28/01/2018