Confundir
la ideología con el derecho conlleva riesgos, fundamentalmente para los
ciudadanos, y que un gobierno legisle sin tener claros los efectos que esas
normas surten en los derechos y libertades individuales es más que un error
garrafal, el síntoma de que se carece de formación para el cargo. Pero es peor
aún que en su descargo se insulte a quien sí tiene la formación y preparación
necesarias, como ha hecho la ministra Irene Montero con los jueces, que a
diferencia de ella han alcanzado sus puestos después de ganar unas oposiciones
cualificadas en las que tienen que demostrar su conocimiento del ordenamiento
jurídico. Es el problema de creer que las ideas están por encima de las leyes,
pues las normas también implican valores éticos y morales, los que inspiran las
declaraciones internacionales de derechos y las constituciones democráticas
como la española. Precisamente lo que echamos en falta de parte de nuestros
políticos es la formación que sí se les exige a los jueces y a cualquier
profesional que tenga un puesto de especial responsabilidad porque sus
actuaciones pueden afectar a derechos de los ciudadanos, caso de abogados y
médicos, pero también de otras profesiones como el periodismo en las que se
aplican códigos deontológicos. El caso es que el Gobierno de España pierde toda
su credibilidad cuando como órgano colegiado aprueba normas poco meditadas como
las llamadas ley del “sí es sí” o la “ley trans” si sólo nacen de buenos
propósitos y se aprueban desoyendo a la opinión experta. Lo que ha ocurrido ya
con la primera puede aún evitarse con la segunda, y ojalá se evite con una
tercera, la prevista reforma del delito de malversación pública, pues ya no es
que perdería la credibilidad el Gobierno, sino también los partidos que lo
sustentan y la misma clase política, pues malversador no es sólo el que se mete
el dinero público en el bolsillo, como se nos cuenta, sino el que lo destina a
un fin no previsto en el ordenamiento jurídico, que no por eso hay que cambiar.
Otra vez la confusión de la ideología con el derecho, que es el que sostiene el
sistema democrático. El argumento de que las ideas o las opiniones de los
ciudadanos están por encima de las leyes es una falacia. Las leyes se aprueban
o se reforman por su procedimiento parlamentario, precisamente para que se
discutan con la profundidad necesaria y sin más urgencias que las
constitucionales. Las buenas intenciones no hacen buenos políticos ni buenas
leyes, que son más importantes.
IDEAL (La Cerradura), 20/11/2022
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