Qué
revelador resulta del país en que vivimos que la noticia más comentada después
de la constitución del Parlamento español sea que una de las diputadas,
Carolina Bescansa, se haya llevado a su hijo de seis meses a la primera sesión.
¿Y a quién le importa? Lo lleva porque le da la gana, y nos debería dar igual
si no quiere dejarlo en la guardería, o con su pareja, o contratar a una
persona para cuidarlo. Si es que está en período de lactancia. Pero a algunos
les pasa como a Woody Allen en aquella película donde lo perseguía un pecho
gigante. Nada que no haya explicado Freud. Lo lamentable es que un hecho banal
sea utilizado como símbolo ideológico por su partido, o que haya quien
reaccione como un retrógrado, con la cara y el espíritu escocidos de urticaria.
Está claro que algunos continúan repitiendo un discurso para sordos, y quizá
por eso Pablo Iglesias haya utilizado el lenguaje de signos para prometer su
cargo. “Veo una voz”, exclamaron por fin en algunas casas, y la buena nueva del
acceso al poder político se transmitió por el mundo. Ay… qué poderoso símbolo,
como acudir en bicicleta al Palacio de las Cortes desde la Puerta del Sol, un
recorrido triunfal de apenas un kilómetro y medio para reclamar el uso del
transporte público. ¿Saben los diputados que ese espacio lo ocupaba antes el
convento del Espíritu Santo, de la Orden de los Clérigos Menores? Porque si la
composición del Congreso es el resultado de lo que los ciudadanos hemos
elegido, esta sociedad no afronta una segunda transición, como se dice, sino la
conversión del Parlamento en un reality show, lo que tampoco debe extrañarnos,
teniendo en cuenta la actual oferta televisiva. Nuestros políticos se esfuerzan
en mandar mensajes, no en hacer política, convencidos de que los ciudadanos
hacen su vida social en Facebook y en Instagram, por lo que, si no hay que
desnudarse para llamar la atención, al menos hay que hacer el idiota. Así, algunos
programas electorales se convierten primero en panfletos políticos, y después
en folletos sensacionalistas. Aunque volviendo al niño de Carolina Bescansa
-que aquí también aparece pixelado-, a mí lo que me llamó la atención fueron
los lacitos de raso que llevaba en los hombros, sobre el vestido. ¡Oinnggg!
(onomatopeya de esas exclamaciones inexplicables que se profesan ante un bebé),
ni que se lo hubieran comprado en el barrio de Salamanca. Si es que va a
resultar que el niño era del PP.
IDEAL (La
Cerradura), 17/01/2016
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