La
ciudad se ha convertido esta semana en un desierto urbano, en el que si te
encontrabas a un conocido se trataba de un espejismo, un fantasma del pasado
que desaparecía al saludarlo. No sabías si gritar de alegría o de espanto
cuando subías a un autobús entero para ti, cuando te tomabas una caña en una
barra despejada, atendido por un camarero de cara blanca y sudorosa. ¡Estamos
solos! La exclamación corría por las calles con la brisa tórrida, aunque era
una contradicción en los términos. Éramos más de uno. Dos, cien, quién sabe. Criaturas
solitarias que prescindían del veraneo y se empeñaban en hacer la misma vida de
siempre, ajena a playas y cremas nauseabundas, programas de reposición,
tertulias con tufo a gamba. Hay quien confunde el verano con el veraneo, pero existen
también esos seres que viven a la sombra y no tienen que enfrentarse a los
peligros de las medusas o los acantilados de la sierra, sino a los
secuestradores telefónicos que siempre llaman a la hora de la siesta, a los
pesimistas culturales que no descansan ni en agosto (veraneen o no) y te avisan
del perenne colapso de la civilización occidental, a las películas fascistoides
de las sobremesas, a esos familiares que se empeñan en que abandones el amor
del aire acondicionado para que acudas a una terraza bochornosa, al terrorismo
de la gente que no se lava ni con cuarenta grados y convierte el supermercado
en una cámara de gas o a los contenidos infrahumanos del algunos medios que
confunden la estupidez con el descanso y que ofrecen titulares como: “¿Cuánto
tiempo tarda en salirle un diente nuevo a un tiburón?” Y todo, quizá, porque
uno puede ir al cine para no ver “Megalodón” (¿quién vería esa película?) y
descubrir que dispone de asientos libres entre la fila uno y la veintitrés,
pues salvo el operador y tú no hay nadie más en la sala. ¡Aleluya! Luego están
los que no pueden descansar y viven la realidad del mundo. Los que tienen que
pensar en qué parte del puerto de Motril deberá construirse una carpa para
acoger a los cientos de inmigrantes que han llegado este verano a nuestras
costas, los que saben del milagro que pueden hacer una manta, un poco de pan y
algunos medicamentos o los que han tenido que atender en el puente de la
Asunción más de un millar de emergencias en Granada. ¿Emergencias? La bendición
del sopor en una tarde de agosto es algo incomparable.
IDEAL (La Cerradura),
19/08/2018
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