Quizá
no sean Uber y Cabify la mayor amenaza del sector del taxi y del transporte
público. En lontananza aparecen robots y programas informáticos que pueden traer
seguridad y racionalidad. Como esa cabeza de taxista que salía en la película “Desafío
total” y que no dejaba de sonreír ni cuando el vehículo saltaba por los aires.
Porque, en verano, el transporte público se convierte en una bomba de
relojería. Y los mismos ciudadanos que se solidarizan con los trabajadores de
las compañías aéreas o con los autónomos sobre ruedas, ven cómo las vacaciones
que han planeado y para las que han ahorrado durante todo el año pueden
quedarse en el aire o en tierra. Depende de si puedes coger el avión o de si
habrá algún vehículo para llevarte al aeropuerto. Las compañías aéreas aplican
condiciones abusivas a los pasajeros y algunos taxistas abusan de la buena
voluntad de los clientes, pero aun así seguimos reservando vuelos y taxis,
aunque sean cada vez más las personas que buscan alternativas en las
aplicaciones móviles o en las empresas que ofrecen sus servicios “on line”.
Pero si los vehículos son conducidos por ordenadores en vez de por seres
humanos torpes e impulsivos, quizá nos ahorremos los adelantamientos por la
izquierda, las maniobras agresivas, a demasiado tonto que se te pega como una
lapa en la carretera o al que ves gritando mudamente a través del parabrisas; y,
sin duda, muchos accidentes de tráfico. Incluso nos ahorraremos comentarios
machistas del tipo: “Mujer tenías que ser”; porque los ordenadores, que yo
sepa, no tienen sexo. Las máquinas quizá salven millones de vidas y acaben con
las huelgas. Ahora que hemos descubierto agua en Marte, viajaremos por fin al
Planeta Rojo en una nave al mando de HAL 9000, y lo mejor de todo es que, dada
la inutilidad de la mano de obra humana, tendrá que haber una renta básica y
serán las máquinas las que paguen el IRPF. ¿Que no? Si uno observa el
comportamiento social, el mejor amigo del ser humano es ahora el móvil, que no
el perro, al que dentro de poco también le comprarán uno para que pueda
comunicarse con su dueño. Ya hay mucha gente incapaz de vivir sin la ayuda de
su teléfono, y de ahí hay un paso a que sea el teléfono el que viva y se
independice de la voluntad de su dueño. ¿Cuántas veces, mientras leía esta
columna, ha atendido la llamada de su máquina? Lo mismo le estaba pidiendo unas
vacaciones.
IDEAL (La
Cerradura), 5/08/2018
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